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Escena de la ópera Rigoletto.LA PRENSA/J. Molina

El Rey se Divierte, La Maldición y Rigoletto

Una mirada a la ópera Rigoletto, Melodrama en Tres Actos, de Verdi, el compositor operístico más grande de Italia La presentación de la ópera Rigoletto, subtitulada Melodrama en Tres Actos, en el Teatro Nacional Rubén Darío, que fue la décimosexta de las 26 óperas que escribió Giuseppe Verdi (1813-1901) y es considerado el compositor operístico […]

  • Una mirada a la ópera Rigoletto, Melodrama en Tres Actos, de Verdi, el compositor operístico más grande de Italia

La presentación de la ópera Rigoletto, subtitulada Melodrama en Tres Actos, en el Teatro Nacional Rubén Darío, que fue la décimosexta de las 26 óperas que escribió Giuseppe Verdi (1813-1901) y es considerado el compositor operístico más grande de Italia, a pesar de la sombra de su sucesor, Giacomo Puccini (1858-1924), que como tal, el mismo Verdi lo señaló con acierto. Mientras Verdi nos legó 26 óperas, en comparación con tan sólo 12 de Puccini, las óperas de este último, con excepción de la primera que escribió, forman parte del repertorio de los grandes teatros y entre ellas, La Bohème es considerada la ópera más querida del público.

Para hablar un poco de la ópera Rigoletto la que, según un equivocado esquema que han planteado algunos críticos, corresponde, junto con Il Trovadore (1851) y La Travista (1853), a la segunda de las cuatro épocas de la producción verdiana, consideramos conveniente, toda vez que ya ha sido ampliamente divulgado su argumento, señalar que cuando el Teatro La Fenice de Venecia, donde tuvieron su estreno cinco óperas de Verdi, le encomendó una nueva ópera, el compositor ya tenía en mente escribir una ópera basada en el drama El Rey se Divierte (Le Roi s´amuse) de Víctor Hugo, que retrataba la vida licenciosa del Rey Francisco I. Estrenada en 1832, El Rey se Divierte fue prohibida por la censura política al día siguiente de su primera presentación, a pesar de la libertad de expresión y de imprenta consignada en la Constitución Política de esa época, llamada La Carta.

Refiriéndonos a la presentación de Rigoletto, los días 15 y 16 recién pasados, bajo la dirección musical del maestro italiano Bruno D´Astoli, respaldado por 26 ejecutantes, diremos que es encomiable el gran esfuerzo de todos estos músicos y de sus coordinadores, Pablo Antonio Buitrago y Hugo Sandino, ya que los grandes teatros cuentan con orquestas de 70, 80 y hasta 100 ejecutantes, todos profesionales, y que no cabe comparar el volumen y brillantez del sonido de estas orquestas gigantescas con una orquesta de cámara. En todo caso, la fidelidad en la interpretación de la partitura cuenta más que el tamaño de la orquesta.

La interpretación vocal de Rigoletto que hemos tenido oportunidad de presenciar, de ver en vídeos y de escuchar en numerosas versiones discográficas, está muy lejos de la versión original de Verdi. Por ejemplo, las partes sobreagudas que ahora escuchamos en la voz de un Pavarotti, Kraus, Gedda, di Stefano y muchos otros tenores que han cantado el papel del Duque de Mantua, o de una Callas, Sutherland, Pons, Peters, Grist, Streich, Moffo, Scotto, Gruberova y muchas sopranos intérpretes de Gilda, lo mismo que algunos momentos culminantes del personaje protagonista (Rigoletto), que escuchamos en las voces de un Warren, MacNeil, Merrill, Milnes, Bastianini, Cappuccilli, Nucci y muchos otros barítonos celebrados, son interpolaciones que Verdi nunca escribió y que no le agradaban.

Pero, parece una ley, la ópera vive y sobrevive por los cantantes que desviándose de las partituras, agregan agudos y calderones (notas extendidas), lo mismo que expresiones y matices propios, para deleite del público, que otros cantantes que no poseen esa capacidad vocal critican duramente, sin tomar en cuenta que la música se pone a disposición del público por medio del intérprete y éste, en muchos casos, ni física ni mecánicamente, puede interpretar una partitura de la misma forma, con la misma expresión, ni con el mismo acento que lo indica el compositor, mucho menos que lo pueda hacer como lo hacen otros artistas, aun cuando éstos fueren imitados.

¿A qué tenor no le gustaría cantar el Duque de Mantua con la brillantez y la amplitud de fraseo con que lo hicieron Alessandro Bonci, Jussi Björling y Luciano Pavarotti, o con la penetración y musicalidad de un Alfredo Kraus? ¿A qué barítono no le gustaría tener el tamaño, brillantez y extensión de una voz como la de Leonard Warren, Cornell MacNeil, Robert Merrill, Gino Bechi o Titta Ruffo, la expresión dramática de un Tito Gobbi, o el sonido luminoso de un Ettore Bastianini? ¿A qué soprano no le gustaría interpretar Gilda con el timbre juvenil y la inocencia con que lo hace, únicamente, María Callas, con los agudos seguros y prolongados de Roberta Peters, o con los agudos dramáticos y brillantes de Joan Sutherland?

Una ilustración de la interpretación original de Rigoletto es la grabación de la representación realizada en La Scala de Milán en 1995, dirigida por el maestro Riccardo Muti, con el barítono italiano Renato Bruson (Rigoletto), el tenor francés Roberto Alagna (Duque) y la soprano húngara Andrea Rost (Gilda), en la que se suprimen los agudos que nos electrizan de emoción, que Verdi no escribió. Volviendo a la presentación del viernes 15, a la que asistimos con la esperanza de ver y escuchar a nuestro tenor Laureano Ortega, a quien quisiéramos al menos ver en los vídeos que usualmente se filman.

En cuanto a los cantantes que actuaron en la presentación del 15, consideramos que el Rigoletto, interpretado por el barítono Mauro Augustini, quien tuvo la dicha de aprender técnica vocal con el tenor Mario del Monaco (1915-1982) e interpretación con el barítono Tito Gobbi (1913-1984), dos cantantes legendarios, y el bajo Carlo Tallone, intérprete de Sparafucile, son, vocal y escénicamente, soberbios. Impresiona el tamaño y expresión de sus voces.

Mientras Augustini, quien es un verdadero barítono verdiano, nos recuerda al gran barítono italiano Leo Nucci (1942-), Tallone nos recuerda al gran bajo, también italiano, Giulio Neri (1909-1958). Augustini, de voz segura y resonante, con actuación impecable, interpola los agudos no escritos en ciertos pasajes como en la frase final de la ópera Ah¡ la maledizione¡. Tallone, con voz de bajo profundo, desde que abre su boca deleita por su sonido, enorme y cavernoso, lo mismo que por su amplio fraseo, como en el calderón final que emitió al alejarse, después de haber sido contratado por Rigoletto, en el que dice Sparafuciiiiiiiiiiil¡.

El Duque de Mantua, a cargo del tenor Massimiliano Barbolini, de timbre claro, ligero y de gran belleza, no tiene, desde luego, una voz con agudos como los de Kraus, Gedda, Pavarotti o Juan Diego Flórez, y no fue afortunado en la emisión de agudos que no son tan altísimos como el si final del aria La Donna è Mobile (La mujer es voluble), que realmente no lo escribió Verdi pero que nos gusta escucharlo, brillante, penetrante y estirado como sólo lo hacían Björling, Pavarotti o Kraus al inicio de su carrera. Como público, debemos tener presente que las grandes voces, si bien dicen algunos maestros de canto que se pueden desarrollar, vienen con la persona y no son adquiribles con entrenamiento vocal, ya que éste posibilita su mejor uso y desarrollo hasta el límite que la misma naturaleza lo permite. En fin, la voz no se puede sacar de donde no se tiene.

El escenario montado para estas presentaciones, ambientado por medio de un proyector (data-show), ha sido criticado en otras ciudades donde estos cantantes se han presentado, como Guatemala. Estas críticas no tienen ningún fundamento, porque no se pueden hacer comparaciones impertinentes con la escenografía de los grandes teatros, ya que éstos cuentan con suficientes recursos financieros para tal fin.

Volviendo a los intérpretes, la soprano milanesa Anna Carnovali encarnó el papel de Gilda, físicamente bellísima al igual que su timbre, con un vibrato seguro y con una voz entre soprano lírica y soprano lírico-ligera; pero en ningún momento explayó un agudo emocionante y su fraseo lució corto en general. Por su parte, Ana Rosa Orozco, en el papel de Magdalena, lució con un timbre sensual y bellísimo, con vibrato seguro y muy expresiva en su actuación.

Nos resta felicitar a todas las personas que hicieron posible el montaje y presentación de Rigoletto, lo mismo que a todos los artistas que participaron, por su invaluable contribución a la cultura musical de nuestro pueblo.

*Comentarista de la revista internacional Web La Ópera

La Prensa Literaria

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