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“Genocidio cultural” en el Tíbet

El Dalai Lama (sumo sacerdote de la religión budista-lamaísta) y presidente del Gobierno tibetano en el exilio, Tenzin Gyatso, denunció que el régimen comunista de China está cometiendo un genocidio cultural en el Tíbet y pidió una investigación internacional para comprobarlo y detenerlo. La petición del Dalai Lama se produjo a raíz de la sangrienta represión que el Gobierno de China desató esta semana contra monjes budistas y civiles tibetanos, que conmemoraban en las calles de Lhasa, capital del Tíbet, otro aniversario de la rebelión nacional de 1959.

El genocidio está definido como “un crimen de derecho internacional consistente en el exterminio de grupos humanos por razones raciales, políticas o religiosas, o en la implacable persecución de aquéllos por estas causas”. Esto, precisamente, es lo que según el Dalai Lama está ocurriendo en el Tibet, además de la sangrienta represión de esta semana que de acuerdo con fuentes tibetanas independientes dejó un centenar de muertos, pero las autoridades chinas informaron que solamente fueron diez.

El Tíbet y los tibetanos constituyen un país y una nación claramente distintos de China y los chinos. Tiene un territorio de 1,220,000 kilómetros cuadrados y una población de casi dos millones y medio de personas. Sus habitantes hablan el idioma tibetano, que se escribe con un alfabeto de origen hindú y es completamente diferente al lenguaje chino. El Tíbet se formó como Estado independiente desde el siglo VII de nuestra época, cuando se fundó la ciudad de Lhasa, que hasta ahora es su capital. Un siglo después los tibetanos invadieron China y extendieron su territorio. En el siglo XI el budista Atisa llegó a Lhasa, procedente de la India y creó la religión lamaísta, como una rama tibetana del budismo. A principios del siglo XIII el Tíbet fue sometido por los mongoles y en el siglo XVI el príncipe mongol Altan Khan fundó la iglesia budista tibetana bajo la autoridad del Dalai Lama o sumo sacerdote. A mediados del siglo XVII, el Dalai Lama unió el poder religioso con el político y estableció un Estado teocrático. Luego, hacia mediados del siglo XVIII la China conquistó el país y lo dominó hasta principios del siglo XX.

Inglaterra invadió el Tíbet en 1904 y en 1906 lo convirtió en Protectorado británico. En 1907 Inglaterra le cedió a China la soberanía sobre el Tíbet, pero éste proclamó su independencia en 1912. Más adelante, en 1950, un año después del triunfo de la revolución comunista en China continental, ésta volvió a apoderarse del Tíbet. En 1951 se firmó un acuerdo entre representantes del Tíbet y del Gobierno de China, el cual se comprometió a establecer un régimen de autonomía y a respetar el derecho de los tibetanos a practicar su religión.

No obstante, el régimen comunista chino no cumplió aquellos acuerdos. Al contrario, comenzó a repoblar el Tíbet con gente llevada desde China con el claro propósito de absorber a la población tibetana. Y además desató la persecución religiosa y la propagación del ateísmo. Esa situación causó la masiva rebelión tibetana de 1959, reprimida sangrientamente por el Gobierno comunista de China que asesinó a decenas de miles de personas. Seis años después, en 1965, el Gobierno de Pekín declaró al Tíbet provincia autónoma de China, pero en los años siguientes, durante la llamada revolución cultural, recrudeció la represión contra los tibetanos, sus templos o pagodas fueron destruidos y se intensificó la política de absorción étnica y exterminio cultural. Por eso es que con frecuencia se producen manifestaciones de rebeldía como la ocurrida esta semana, las que invariablemente el régimen chino reprime con extrema crueldad.

El diario francés Liberation informó que ahora “el lenguaje tibetano fue proscrito, los templos tibetanos arden y los monjes son encarcelados. El territorio del Tíbet se encuentra rodeado por millones de chinos, de modo que sus habitantes se sienten en minoría en su propio país”.

A pesar de todo eso, el Dalai Lama ni siquiera está pidiendo la independencia del Tíbet, sólo que cese el genocidio cultural y que el régimen comunista de China respete la autonomía tibetana. Desdichadamente, ante los fabulosos negocios que se hacen ahora con China comunista, los gobiernos del Occidente democrático guardan “prudente” o más bien cobarde silencio.

Editorial
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