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La campaña del odio

En un mensaje que el Che Guevara envió, en abril del año 1967, a la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAL), la cual estaba reunida en La Habana, Cuba, el ahora icono político y referente moral de los izquierdistas de todo el mundo proclamó que “el odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”.

El “enemigo brutal” al que se refería el Che Guevara era Estados Unidos, pero también todos los países democráticos, la burguesía de todas partes del mundo y además cualquier persona que no compartiera su ideología y sus objetivos políticos, o que se opusiera a éstos. El concepto del Che Guevara acerca del odio como instrumento esencial de lucha política, no era original de él. Lo tomó del teórico y revolucionario comunista soviético Vladímir Ilich Lenin, quien escribió al respecto que la revolución las pueden realizar “sólo las clases cuyos mejores hijos resuman odio y desprecio por todo lo mediocre y filisteo, cualidades que tanto florecen dentro de la pequeña burguesía, los pequeños empleados y la ‘intelectualidad’”. Y seguramente Lenin tomó la idea del filósofo griego del siglo VI antes de Cristo, Heráclito de Efeso, según el cual al universo lo mueven dos grandes fuerzas, la del amor, que es la atracción, y la del odio, que es el rechazo. Y advirtió Heráclito de Efeso que mientras la atracción y el amor reproducen la vida, el rechazo y el odio buscan destruir al otro.

Así era en aquellos tiempos y así es hasta ahora. De modo que cuando hablan de amor los izquierdistas y en general las personas que profesan la ideología de Lenin y del Che Guevara, hay que entender que se refieren a amar únicamente a los suyos, a la gente de su partido y de su clase, y que ellos odian a todos los que no aceptan sus planteamientos ni se someten a sus ideas y a su poder político y social.

En realidad, el propósito de los gobernantes orteguistas al poner en las rotondas de Managua a las personas que supuestamente están allí para rezar por el amor y contra el odio, es mantener esos espacios públicos ocupados, para que no sean usados como sitios de demostraciones antigubernamentales. Aparte de eso, los “rezadores” cuidan —sobre todo durante la noche— los gigantescos rótulos de culto al retrato de Daniel Ortega que han sido colocados en los alrededores de las rotondas. Y además, de esa manera dan “empleo” a las personas que se han instalado desde hace tiempo frente a la Asamblea Nacional, en respaldo de su demanda de indemnización por los daños del Nemagón, lo mismo que a algunos miembros de los organismos de masas gobiernistas.

Sólo personas desinformadas e ingenuas podrían creer que es sincera la propaganda oficialista, de que para el orteguismo “el amor es más fuerte que el odio”. Sólo personas inocentes y ajenas a la realidad de Nicaragua, y que por lo tanto no saben quién es quién en este país, podrían creer que estos gobernantes son amorosas personas que derraman ternura por el prójimo y la humanidad; y que “sufren” por la incomprensión de los medios de comunicación y organizaciones políticas y sociales, que con sus denuncias de los abusos de poder y la corrupción pública quieren hacer daño a quienes desde el poder sólo procuran bienestar social y felicidad personal a la gente, particularmente a los más pobres de la sociedad.

En realidad, el verdadero sentimiento de quienes están gobernando ahora el país no es el amor que proclaman en las mantas de los “rezadores” de las rotondas, ni las palabras que éstos pronuncian en sus falsas oraciones. Su verdadero sentimiento es el que mostraron quienes el sábado pasado impidieron con irracional violencia, atacando a garrotazos y machetazos a personas indefensas y desarmadas, la realización de una marcha cívica y democrática en la ciudad de León. El odio es su verdadero sentimiento y quien se engaña es porque quiere y le gusta que lo engañen.

Editorial
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