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“Ando perdido”

¿Qué les interesa a nuestros jóvenes hoy en día? ¿Estudiar? “Mire profesor, no sabía que…”. Cada vez que escucho esas palabras, me acuerdo de estas otras: “Preguntando se llega a Roma”, frase de larga data, que suele darse como consejo a quien desee llegar a algún lugar o indagar sobre algo. Husmeando en la historia, […]

¿Qué les interesa a nuestros jóvenes hoy en día? ¿Estudiar?

“Mire profesor, no sabía que…”. Cada vez que escucho esas palabras, me acuerdo de estas otras: “Preguntando se llega a Roma”, frase de larga data, que suele darse como consejo a quien desee llegar a algún lugar o indagar sobre algo.

Husmeando en la historia, esta expresión solía decirse a los transeúntes, que interesados en la búsqueda de empleos o trabajos de cualquier índole, viajaban de lugares distantes a la metrópoli del imperio.

Pero, ¿por qué esta introducción? , se preguntará usted, estimado lector. Retomando el ejemplo del desconocimiento del estudiante, la preocupación va dirigida en este caso al desinterés de los estudiantes en documentarse, en conocer sus derechos y sus deberes, a través de reglamentos, murales, calendarios y cuanta información sea posible, para que estén debidamente orientados.

Como profesor de Ciencias Naturales suelo utilizar a mis familiares más cercanos, en el mejor sentido de la palabra, como “conejillos de Indias” o cobayos (roedor utilizado como animal de experimentación), para comprobar más allá de la escuela, instituto o universidad, qué saben, qué opinan, qué criterios tienen.

Por ejemplo: compro el periódico en el recorrido al trabajo, y ya que voy manejando, le pido el favor a una de mis hijas de que me lea los titulares.

Abre el mismo, lee, me los dice y le pregunto: ¿Qué consideras al respecto? Transcurren segundos, casi el minuto y con voz de susurro me contesta: “No sé”.

Tal vez la pregunta clave podría ser: ¿Qué les interesa a nuestros jóvenes hoy en día? ¿Estudiar?

La problemática está en que si realmente estudian lo suficiente, si lo hacen de forma sistemática, si hay anuencia al sacrificio por parte de ellos mismos.

La anuencia al sacrificio se educa y no se logra con el “chineo” por parte de los padres o tutores, porque éste conduce en algunas ocasiones a que ellos no asuman sus propias decisiones y lógicamente es un error.

A nosotros los adultos nos corresponde enseñarles a los hijos que nos cuesta su educación —sea pública o privada, la escuela o institución educativa a la que asisten— porque más allá de la gratuidad están el uniforme, la alimentación, el lápiz, el preguntarles, no sólo los resultados académicos, sino también que cómo les va en el grupo de estudio, cómo se sienten, si tienen muchas tareas.

Las familias se planifican, “estiran y encogen” la economía para buscar la superación y en ocasiones navegan entre el empleo y el desempleo. Y a pesar de ello, apoyan a su hijo o hija.

Comentaba con un compañero de trabajo docente esta situación, referente a que una parte considerable de los jóvenes no juegan realmente su papel de estudiantes.

Mi compañero me apoyó en ese sentido. Su argumento es que los estudiantes consideran que “se sacrifican” lo suficiente cuando estudian y cuando asisten a clases, y que sí se expresaban. Le pregunté la manera en que lo hacían. “Con el silencio”, respondió.

Esto último, metódicamente, catalizaba mi hipótesis, que pasaba a categoría de tesis y espero que no a una ley o principio.

Sin duda alguna, a los que nos corresponde el papel de educar, nos queda mucho trabajo por hacer y ese es el reto planteado.

Nuestras generaciones futuras deberán ser mejores que las actuales. ¿Bonito? Sí. ¿Difícil? Sí. ¿Solucionable? Sí.

Aunque todo dependerá de la medida en que involucremos a los jóvenes a discutir sus propios problemas y soluciones.

Espectáculo

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