14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

La casa que arde

A propósito de Huérfana Embravecida (1999) de Marta Leonor González. Helena Ramos afirma que contiene poemas que “revientan en úlceras purulentas”, que “jamás evade la severidad del sufrimiento”. Entre sus calificativos están: implacable, barriobajera, densa e irreverente.1 Cuatro años más tarde, expresó que dicha obra “impacta –o escandaliza– por su crudeza y vehemencia”.2 Carola Brantome, […]

A propósito de Huérfana Embravecida (1999) de Marta Leonor González. Helena Ramos afirma que contiene poemas que “revientan en úlceras purulentas”, que “jamás evade la severidad del sufrimiento”. Entre sus calificativos están: implacable, barriobajera, densa e irreverente.1 Cuatro años más tarde, expresó que dicha obra “impacta –o escandaliza– por su crudeza y vehemencia”.2 Carola Brantome, por su parte, dice que hay “una descarnada furia, dicha con corrosiva disposición” y coincidiendo con Ramos en lo implacable, aporta: “contiene la raíz del asco, ante un mundo violento, falso, cruel, inhóspito”.3 Juan Sobalvarro rescata el término “furia” expresado por Brantome y lo eleva a característica de la autora en el panorama poético nacional, y agrega: “Los retratos o cuadros creados en su poesía poseen circunstancias sociales determinantes”.4 En el 2006, Roof habla de “sensualidad mucho más cruda y sombría” y citando a José María Mantero, asume que en este libro se “utiliza un lenguaje violento para destacar la calidad solitaria de la existencia humana”5. Y finalizo con doña Nydia Palacios Vivas, destacada crítica literaria nicaragüense, que además de reafirmar lo irreverente, agrega que esta “voz lírica inconforme” tiene el afán de “subvertir el orden patriarcal”6, que en alguna medida lo sugiere Ramos en uno de sus artículos consultados.

La obra primigenia de González dio mucho de qué hablar y escribir, en tanto surgió una voz poética distinta. Lo rotundo, en el sentido tajante y devastador, no dejó de provocar reacciones infelices, sobre todo en círculos que abrazan un concepto estético circunscrito a lo divino-sublime. El convencionalismo social y moral aún imperante en la sociedad nicaragüense fue emplazado.

Huérfana Embravecida perfora máscaras, hace trizas etiquetas y refinamientos, repele lo sublime y superficial. Se ubica al margen de la moda y el maquillaje. Su objeto es la gente sufriente, sumergiéndose con numen crítico, para luego revelar la animalidad circundante. Indaga y cuestiona, denuncia porque busca libertad. En el fondo de su irreverencia, de su ira, atisba un brillo utópico. Ahí la esencia de su arte poética.

Reseña del nuevo libro

Nueve años después, Marta Leonor González nos entrega su segundo poemario: La Casa de Fuego (Ediciones 400 Elefantes. Managua, 2008. 60 ps.), con prólogo de la poeta nicaragüense Daysi Zamora. Se estructura en cuatro secciones, a saber: (I) La Casa de Fuego, (II) El Barco del Poeta, (III) Los Otros y (IV) Cuando Ellas Beben, para un total de veinticinco poemas –dos de los cuales divididos en partes. Según Zamora, el título refiere “la casa primordial, el entorno familiar resguardado por los padres y los abuelos”, afirma que Marta Leonor González, con este nuevo libro, “se asoma en el espejo de los demás seres humanos” (p. 7-9).

Su lanzamiento oficial estuvo acompañado por un bien-concebido vídeo que dramatiza el aliento principal del poemario, dirigido por la misma autora. El crítico de arte, Arnulfo Agüero, lo califica como “travesía fragmentaria al mundo visual, el cual explora una segunda lectura audiovisual y contemporánea”.7

La primera sección (ps. 13-23), que da título al poemario, contiene diez poemas que destacan a la familia disfuncional y las perversiones del régimen patriarcal (dominio, incesto, pedofilia, violencia). La casa que refiere parte de lo privado y se extiende al ámbito público, estableciéndose una simetría de significados que denotan irrealizaciones y frustraciones vitales, donde sus personajes traslucen síndromes psicológicos y secuelas del dolor vivido. El origen se percibe distante o perdido, cuya edificación desgastada por el tiempo, se convierte en refugio fantasmal de la vida pasada. No hay sueños ni proyectos que apunten a la plenitud, pero sí el germen rebelde.

La segunda sección, El Barco del Poeta (ps. 27-34), está compuesta por dos poemas, uno de los cuales, Gulf King el barco del poeta, está estructurado en cinco parte llamadas travesías. El personaje principal es el barco, la otra casa, donde tiene lugar el romance navegante. Fuera de la casa nodriza, el ruedo por la vida, hacia el misterio de lo nuevo. El recorrido poético implica un cambio de perspectiva, la ruta del reto. Se percibe aire marino tendiente a la plenitud, el amor.

La tercera sección, Los Otros (ps. 37-43), está integrada por cuatro poemas que refieren relaciones conflictivas extendidas hacia fuera, donde las historias se entrecruzan y lo singular se torna plural, otredad reconocida. La condición de mujer en urdimbre de afanes, complicaciones y eventos que la violentan, la abusan hasta el sufrimiento asumido como cosa inherente, Vía Crucis en interiores, laberíntico Gólgota con fachada de ciudad, produciendo ruinas.

La cuarta y última sección, Cuando Ellas Beben (ps. 47-57), está integrada por nueve poemas que, en la línea de trascender el reducto, representan lo social cotidiano, las diferentes situaciones de mujeres, cuyos flagelos las convierten, más que heroínas patéticas, en guerreras que en sus luchas por una identidad real, enfrentan sus tragedias y sacrificios.

Disección de lo poético dramático social Espectro ombligo

De cualquier manera en el tiempo, se manifiesta la necesidad de retorno a la semilla-raíz, como Alejo tras los pasos perdidos. La cuna-arraigo es el punto inicial a partir del cual, la herencia transita en sensaciones primarias y se extiende en recuerdos. Porque los abuelos “aman cada piedra y la nombran” (…) “y sellan las puertas con la saliva de los años” (…) “coleccionan aventajados tiempos de sudor” (La Casa de los Padres, p. 13).

Sin embargo, hay un hueco temporal: “En la casa de la infancia / hay un sueño escondido / y no lo encuentro” (Paseo en la Casa de los Padres, p. 15). El tiempo-paraíso se reconoce como casa donde habitan “sombras de fantasmas” (Idem), rostros evanescentes, estancia nodriza con las primeras huellas, voces adheridas al silencio, caricias gaseosas en corredores y rincones, en definitiva, donde se quemaron las primeras cenizas de la existencia.

Pero la primera casa no necesariamente es la definitiva, aunque el ombligo llame y reclame. Por eso los cantos migrados son nostálgicos. Devienen otras, como El Barco del Poeta que representa el vuelo, la navegación, el nuevo rumbo que conduzca a una realización deseada: “donde juntamos conchas / espuma, arenas y huesos de ballena / para hacer nuestra casa” (Gulf King el barco del poeta, V travesía, p. 34).

Interpretaciones acerca del silencio patriarcal 8 y Vía Crucis interiores, cada casa es única. Tiene sus propias dimensiones, formas y atmósferas. Cada una tiene su psiquis. Karma y Darma la sustancian. El mundo es una casa con dos grandes continentes: privilegio y exclusión. Tener linaje real abolengo burgués dominante no necesariamente implica plenitud, por eso, en La Casa de Ellos (p. 16) algo cuestionable ocurre, encubriéndose en la moralidad aceptada. El poema denuncia incesto y pedofilia, problemas encarnados en nuestra sociedad desde ámbitos privados, pobres y adinerados.

“Una buena parte de la sociedad machista calló. Parece un hito en la historia de un pueblo parlanchín”.9 “Tarde o temprano los elementos controversiales de la sociedad se conjugaron para edificar el silencio y con ello, la complicidad. ¡Viva la doble moral!”10 Son frases que me impactaron hace once años, apropiadas para escribir una novela.

La Casa de Fuego denuncia una realidad latente en la sociedad nicaragüense que degrada y condena al abandono. Cuando Marta Leonor nos dice: “Trago las púas que mi padre sembró, / mi hermano las cultiva” (Cultivo Familiar, p.18), refiere el sufrimiento que causa y extiende el sistema patriarcal, encontrando en madre e hija no sólo a receptoras-víctimas, sino también a reproductoras de esa tradición nefasta con sustrato religioso. La frustración de manifiesto trasciende lo familiar para hacerse comunitario.

La complicidad en el dolor reproduce una condición discriminatoria de género, que al final se impone como revestimiento moral: “Orgullosas hijas de pederastas” (Cuando Ellas Beben, p. 50). Niñas que se vuelven mujeres necesitadas de vida, de la palabra porque es “fuente de sangre y sol”. Y como el fuego puede ser benévolo y constructor, también puede consumir y negar. Aquella niña se convierte en mujer maltratada y abuela esclava, reproduciendo su condición como cadena generacional viciosa.

El incesto y la pedofilia, inequívocamente, son reales en nuestra sociedad. Ahí donde hay silencio y secreto el patriarca no escucha: “papá habla el lenguaje de los sordos” (Papá Duerme, p. 22). Se trata, al fin y al cabo, de decadencia. El negativo de paternidad implica una cultura de trastornos: “La escamosa página espera / lo que pudo ser el antónimo del padre” (El Antónimo del Padre, p. 23), machismo que vuelve al hombre esclavo de sus pasiones.

Y como tarde o temprano el silencio se rompe, el eco de gemidos retenidos se explaya. Se reivindica una identidad, ser una persona. Es decir, dejar el “lodo que la tiñe de hombre / con cabeza de toro y cuerpo de mujer”. Surge entonces la rebelde: “Mi hermana fuma marihuana” (La Niña de la Hierba, p. 17), mujer sagaz que merodea, quizá, el símbolo-cautiverio o el paraíso-infierno: “Pantera huérfana, / sola y herida por los años” (Pantera que Ruge, p. 19), cuya ternura sobrevive al odio. Su fuerza es tal que dice: “Adiós, amante de castigos, / estatua donde crecen raíces / soy la mujer que mira dentro de mí / reina rodeada de flores y serpientes / que la envuelven los musgos de la infancia / y ensaya su propia canción de cuna” (La Heroína Trágica, p. 55). Las cadenas han de romperse, el suplicio cotidiano con espejismos amorosos. Pero las quemaduras estarán impregnadas en la piel, marcas de alma, amargura acechando. No existe heroicidad en el sufrimiento patético, sólo en la visión del cambio, en la forja guerrera que madura reconstruyéndose y reinventándose.

Esa rebelde es hija de la paternidad irresponsable asociada a escombros de una ciudad: “Navajas con filo se deslizan sobre pezones vírgenes” (…) “y le fue encendido su reino / de habitar entre latas y cartón” (En un Escombro de la Vieja Managua, p. 54). Y avista su horizonte, la salida del paraíso-infierno, preguntando si no fue crucificada por madre y padre, y debe seguir un camino, “como una mujer abismos / que marca la hora de su partida” (Calleja se Pregunta, p.56).

¿Cuántos sacrificios de corderos-hijas se producen? Sacrificio de nonatos, también. O desgarramientos con destino inmundo y desalmado. El abismo es guillotina. Temor y sensación de suciedad fortifican la posesión incestuosa, la violencia doméstica. Y donde haya germen de rebeldía, necesidad y búsqueda de luz, hay poesía. Aunque haya “espejos quebrados” y “metáforas acorraladas” (El Cuarto de los Violines, p. 20), ambiente frío del encierro decorado, talante triste, habitación enmohecida por opresión. Entonces, más que un simple retrato, una exhortación, en La casa de fuego.

Dos poemas para la posteridad

Comentario aparte me provocan los poemas Familia Grande (p. 14) y Escena (p. 57), representativos de la realidad social nicaragüenses: disfuncionalidad familiar y nacional. Aporta a la sociedad fragmentada y se nutre de ella, de su descomposición. Definitivamente, estamos patas arriba.

El primer poema, dice: “Todos tienen una casa en llamas / aunque no la nombren / un travesaño podrido, / el infiernito que los quema / una carta de despedida / como único recuerdo de sus padres”. Contundente, declaratorio y confesional. Si me pidieran en el exterior una descripción de Nicaragua, recitaría estos versos enrumbados a la posteridad.

El segundo, prosema que también es cuento brevísimo, dice: “una plaga de hijos habitó su vientre”. Y sigue: “la podredumbre de un útero rasgado, arañado, vuelto al revés por otra mujer que habló de ilustración médica”. Concluye: “mujer de ovarios purulentos que alojaba los restos de un hombre que podrían [ser] de su padre, restos de crucifixión”. El poema-cuento habla por sí solo. Ese aborto (sin apellido) es el símbolo del desgarre social y moral de nuestra sociedad, que premia al político delincuente y condena al pobre roba-gallina. La impunidad también fue parida.

En estos poemas, sobre todo en Familia Grande, está lo rotundo y entrañable, el golpe certero del conflicto personal-familiar-nacional. Aunque una casa sea “fruta de pan” o infierno con caramelos. Porque todo lo que hemos creado y destruido tiene su agujero profundo en nuestras casas.

Conclusión-reflexión en fuego

La casa de fuego o el poder de representación de la sociedad nicaragüense, denuncia lo decadente, el patriarcado y el machismo como modelo de dominación que se gesta y desarrolla desde su asiento básico, la familia. El gran personaje: la casa, a la vez metáfora dominante, cobijo de espectros y ámbitos. Todo emana de la casa, donde confluye, diluye o construye recuerdos. Con la despedida, algún fantasma queda. Y aunque la sociedad aparente, están fraccionadas. Eso es lo que denota y connota la poeta Marta Leonor González.

Ella clama y llama por el cambio, por nuevos signos. Aboga por la palabra comprometida, porque sabe que la poesía es revelación, luz. Condición natural y humana. En La Casa de Fuego, como el elemento mismo, persiste una furia consciente.

El escrito bofo e insípido, lúdico hasta el empalago, esconde o desprecia el alma de la palabra. Lo patético no está en el sufrimiento, sino en lo recurrente, hasta volverse síndrome, terrible agujero con multiplicación de miedo y vértigo. La genuina poesía vibra y conmociona.

En La Casa de Fuego, Marta Leonor González hace poesía crítica, lo hueco no es lo suyo. Por eso su proclama inconforme en mundo superfluo. Interior y exterior se comunican y establecen simetría –¿me permiten agregar la palabra semántica?. Para romper el orden actual es necesaria la evolución.

La palabra, más que grafía y símbolos, es vida, magia, transformación. Así como el fuego de Prometeo prendió la civilización humana a pesar de Zeus-Júpiter. Y el símbolo, más que un simple recurso, se torna martillo, rayo, haz de luz que penetra corazones, abriendo brecha, porque lo peor para la poesía es la complacencia y la adulación a poderosos, productores de alienación e ignorancia.

¡La poesía no es autista! Su moral está en la libertad. Se erige guerrera ante el sufrimiento. Y su poder radica en el fuego del espíritu cósmico.

Managua, febrero 2009.

1.Ramos, Helena; Marta Leonor González: versos de mal decir. Artículo. Revista 400 Elefantes. Año 3, No. 9. Octubre 1999. ps. 33-35.

2.Ramos, Helena; De por qué se juntaron el hielo y el fuego. Ensayo. Revista 400 Elefantes, Año 6, No. 15, julio-agosto 2003. ps.7.

3.Brantome, Carola; Marta Leonor González, es implacable y fiel a sus circunstancias, Revista 400 Elefantes. Año 5. No. 13. Marzo 2002. ps. 32 y 33.

4. Sobalvarro, Juan; Un vistazo a las poetas nicaragüenses. Revista 400 Elefantes, Año 4, No. 10, julio 2004. ps.9 y 10.

5.Roof, María; Nuevos derroteros en la poesía femenina nicaragüense. Ensayo. Revista ANIDE. Año 5, No. 12. Mayo-Agosto 2006. ps 66-73.

6. Palacios Vivas, Nydia. La poesía irreverente de Marta Leonor González. Artículo. Revista Web 400 Elefantes: http://educacion.vivenicaragua.com/400elefantes/2008/09/03/la-poesia-irreverente-de-marta-leonor-gonzalez.html. Sept. 2008. .

7.Agüero, Arnulfo. En videoarte, La casa de fuego. Artículo. Revista Web 400 Elefantes: http://educacion.vivenicaragua.com/400elefantes/2008/06/26/en-videoarte-la-casa-de-fuego.html#more-296. Junio 26, 2008.

8.Mariana Pessah, en su artículo Desconstruyendo las paredes del patriarcado, argumentó que el patriarcado es “el más cruel fundamentalismo y la mayor fábrica de esclavas-os de todas las épocas”.

9.Huerta, Juan Ramón. El silencio del patriarca. 1998. p. 31

10. Idem. p. 35.

La Prensa Literaria

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí