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Gloria Elena Espinoza. LA PRENSA/ARCHIVO/C. Cortéz

Sangre atávica: drama histórico

A: Bernarda Fátima Munguía Con Sangre Atávica, la más reciente obra dramática de Gloria Elena Espinoza de Tercero, son seis los dramas que conforman el mundo dramático de esta autora, que la convierten, no solamente en la primera, sino en la única dramaturga nicaragüense que escribe sistemáticamente dramas de forma original y experimental, desde la […]

  • A: Bernarda Fátima Munguía

Con Sangre Atávica, la más reciente obra dramática de Gloria Elena Espinoza de Tercero, son seis los dramas que conforman el mundo dramático de esta autora, que la convierten, no solamente en la primera, sino en la única dramaturga nicaragüense que escribe sistemáticamente dramas de forma original y experimental, desde la visión lingüística literaria, y dentro de un contexto social. Se trata de un teatro percibido y creado desde la perspectiva misma de la mujer.

Sangre Atávica no posee el existencialismo psicológico del yo reprimido y castrado de Espinas y Sueños; ni el estado neurótico que destruye el yo interior por medio de la angustia y el complejo doloroso presentado en Desesperación. Sangre Atávica no es un drama satírico como Stradivarius, mucho menos un canto ecológico como El Espantapájaros; tampoco desarrolla un tema donde el conflicto se da entre la creación y el autor como en el monólogo Noche Encantada.

Es un drama histórico. Es el primer teatro histórico cuyo espacio real y ficcionario con un gran sentido estético es León. Sangre Atávica no es un libro de historia, ni una dramatización histórica, mucho menos una escenificación de cronologías de hechos y fechas. La historia es un intertexto del hecho teatral que da vida a Sangre Atávica; es decir, la historia deja de ser ella misma para ser arte de la representación, por lo tanto ficción, analogía, metáfora, poesía dramática; donde el personaje histórico se materializa, no sólo en el actor, sino en un ser emotivo y con una actuación psicológica. El personaje histórico sepultado en el pasado de la historia, vive desde el escenario, y esta vida llega directa al espectador.

Debemos diferenciar la historia como ciencia social y la historia como materia friccionaría que se produce en la literatura. Werner Mackenbach nos da una diferencia entre historia y literatura, cuando nos dice: “La historia como ciencia está obligada lograr la mayor correspondencia con los hechos extratextuales en su organización narrativa –en su construcción de historia- basándose en los más variados instrumentos de las ciencias sociales en sentido amplio. En contraposición la literatura como ficción se define como tal por su digresión respecto a esta relación de correspondencia o conformidad, valiéndose de elementos inverosímiles, lúdicos y fantásticos entre otros”.

Partiendo de esta diferenciación, la historia como ciencia nos plantea una documentación de la historia de León a partir de la conquista y la colonización. Gloria Elena Espinoza de Tercero consultó y estudió por lo menos cuarenta textos, entre libros, artículos y documentos históricos de León y Nicaragua, donde se recoge, por ejemplo, información valiosa de personajes como Pedrarias y el obispo Valdivieso. Pero toda esta información histórica, parodiando a Werner, la convirtió en ficción dramática, de acciones inverosímiles, de contextos lúdicos y de atmósfera fantástica.

En primer lugar juega con el espacio y el tiempo histórico. El prólogo se inicia en la biblioteca del maestro y eminencia intelectual de León, doctor Edgardo Buitrago (recientemente fallecido), quien finalmente se queda dormido. En el Primer acto, don Edgardo sueña que Mariana, su esposa muerta, aparece acompañada de un ángel mestizo, y los dos lo llevan a través del tiempo. En el segundo y tercer acto, don Edgardo Buitrago va viendo los hechos históricos como una representación que se da en su sueño: ve el flagelo y los desprecios que sufren los indígenas, a partir especialmente de la Encomienda, donde éstos son tratados como esclavos.

Si la historia presenta a Pedrarias como un tirano conquistador; Gloria Elena Espinoza de Tercero, representa al mismo tirano como un fantoche, convirtiendo al personaje histórico en una parodia de degradación, en un esperpento, en un fantasma que no acepta que está muerto. Si la historia presenta al indígena como un ser inferior, la autora lo presenta con otra prestancia: vestido de prestigio cultural y social. Las casta indígenas son presentadas en Sangra Atávica con un espíritu digno, de heroísmo histórico, como aparecen en el poema La Raza, de Rubén Darío. En contraposición, el conquistador es degradado, y el obispo Valdivieso, personaje central, resplandece como mártir y santo, ejemplo vivo de la defensa de nuestros aborígenes.

En Sangre Atávica se logra un drama de carácter subversivo, carnavalesco y paródico, como una forma de práctica social y de un sentido ideológico del discurso dramático, ya que es concebida como un texto cultural, en su sentido histórico y pragmático; en cuanto el hombre produce la cultura y la cultura a su vez modela la conducta histórica social del hombre. Esto significa, que tanto la historia, como las ciencias sociales y la literatura dramática como género literario, son partes de la cultura, por lo tanto de los discursos culturales.

En Sangre Atávica, Gloria Elena Espinoza de Tercero, le da a la historia de León, por ende a la de Nicaragua, grandeza épica. El teatro épico postulado por Bertolt Brecht, lo asume, porque representa y confabula la fabulación dramática argumental. El espectador no sólo participa de los elementos emotivos, sino también adquiere conocimiento y reflexión histórica. El espectador es trastocado en sus sentimientos; por ejemplo, cuando el bufón se burla del obispo Valdivieso, como predestinación grotesca de la muerte del éste. Pero también piensa y entra en el mundo reflexivo, en cuanto hace una analogía entre el pasado y el presente, que determina el paso de una actitud pasiva frente a la acción dramática, a una actante ante la representación. Esto produce una confrontación ideológica y social, entre el hecho teatral y el espectador mismo; por que la autora no sólo altera la historia a través de la acción y los conflictos dramáticos, sino también, toca la dormida conciencia histórica del espectador, en cuanto la Historia es también un espejo del pasado, donde podemos vernos y encontrar nuestro yo histórico; de lo que somos y lo que podemos ser.

La Prensa Literaria

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