Beutler dio unos cuantos pasos y señaló una marca de doble ladrillo en el piso, que resaltaba sobre el resto de la cerámica del lugar, pero que no habíamos percibido hasta entonces.
“Esta marca –continúo– indica que aquí también estaba antes el Muro de Berlín. Y está ahí porque es una cicatriz en el suelo que nos recuerda a todos qué fue lo que aquí pasó”.
Pero como sí estaba decido a sorprendernos con cada palabra, el conductor de uno de los programas políticos de la cadena de radio y televisión pública alemana, agregó un “les pido que me acompañen” y se dirigió hacia una puerta de vidrio ubicada a su izquierda.
Cuando la puerta se abrió y dimos unos pasos para ingresar a lo que yo esperaba que fuera un patio, quedé frente a un fragmento del muro del que yo no había leído nada en las decenas de sitios web que revisé antes de viajar a Berlín en septiembre pasado, para un programa en ocasión de las elecciones parlamentarias del 27 de septiembre.
“Ya no quedan fragmentos del Muro tan bien conservados como éste”, dijo Beutler sonriente de orgullo, mientras pasaba revista a sus colegas latinos que acababa de dejar boquiabiertos. No era para menos, porque el fragmento tampoco era como ninguno de los más populares que uno encuentra recorriendo la ciudad, en la restaurada East Side Gallery, o la galería al aire libre sobre la Potsdamer Platz.
El fragmento que nos mostró Beutler estaba tal como quedó éste a orillas del río Spree, tras la caída de Muro, veinte años atrás. Un fragmento del doble muro o muro interior de 43.1 kilómetros que junto al resto de los 155 kilómetros que totalizó la estructura de hormigón dividió durante más de 28 años a los vecinos y familias de Berlín. El que hizo de esta ciudad una isla, icono de la guerra fría, sitiada por el también llamado telón de acero o muro de la vergüenza.
Pero mientras nosotros, como muchos otros que llegan a Berlín, estábamos ahí fotografiando todo lo que encontramos o buscando partes y rutas del Mauer, hay berlineses que no quieren saber nada de ese pasado, como tampoco de los años crueles y vergonzosos del régimen nazi.
Berlineses que no ve con agrado como fueron rescatados los 106 grafittis pintados por unos ochenta artistas tras la caída del Muro, esas mismas que no faltan en las postales de la ciudad, entre las que está inmortalizado por la mano del artista ruso Dimitri Vrube el beso entre Erich Honecker, de Alemana Oriental, y Leónidas Breznev, de la Unión Soviética, durante el treinta aniversario de la extinta República Democática Alemana, diez años antes de la caída del Muro.
Pero a veinte años del hecho que marcó el fin de la guerra fría y el inicio de la reunificación alemana, la Fundación Príncipe de Asturias decidió premiar a la ciudad y sus casi tres millones y medios de habitantes con el Premio Príncipe de Asturias de la Corcordia.
Ante el fragmento que se conserva en el patio de la Conferencia de Prensa Federal, uno agradece que exista una ciudad que sobre sus diferencias, siga en plena transformación de la mano de su historia, una que sobre todo habla de deseos de libertad y de los esfuerzos por obtenerla y preservarla, del camino hacia los derechos y la justicia. Así, Berlín, que veinte atrás era icono de la vergüenza, ahora lo es de la concordia, por la vigencia de esos valores que la llevaron a derribar el telón de acero, aún contra el deseo de quienes querían que durara cien años.