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Un peligro tan real como su solución

Maurice Strong

http://www.mauricestrong.net

El rápido e inesperado desastre económico que comenzó en Estados Unidos y se extendió por todo el mundo demostró que la globalización y la interdependencia tienen el dramático inconveniente de los riesgos compartidos y la vulnerabilidad.

Ello indica que debemos manejar esas crisis cooperativamente, sobre una base sistémica e integrada, en lugar de hacerlo de forma separada y a menudo de modo competitivo.

Algunos, sin embargo, todavía sostienen que sólo podemos enfrentar los riesgos del cambio climático y reparar los daños de la degradación ambiental después de haber arreglado la economía global. Esto es insensato.

Esperar a emprender acciones contra el cambio climático mientras se trata de remendar provisionalmente el actual modelo económico no haría más que exacerbar las inminentes amenazas contra nuestra civilización.

Será decisivo el papel de China en las negociaciones que se desarrollarán en diciembre en Copenhague entre los firmantes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.

En esa conferencia mundial deberán asumirse compromisos vinculantes y exigibles con penalidades para los incumplidores. Debemos aprender de los muchos acuerdos que los gobiernos se comprometieron a cumplir en el pasado, pero que rara vez honraron. Si hubieran cumplido con esas obligaciones no estaríamos en el estado actual de crisis.
China e India son ahora la principal fuente de incrementos en las emisiones globales de gases de efecto invernadero y están bajo fuerte presión para que acepten metas específicas.

Éstas y otras naciones en desarrollo insisten con toda razón en una mayor reducción de las emisiones en los principales países industrializados, que son primordiales responsables de la acumulación de gases invernadero que condujo al clima mundial al peligroso umbral en el que se encuentra.

Ello debe ser acompañado por compromisos para proporcionar ayuda a gran escala a las naciones en desarrollo, a fin de permitirles reducir sus emisiones sin perjudicar su crecimiento económico.

Un escenario optimista para Copenhague incluiría un acuerdo sobre un programa de seguridad climática o, por lo menos, los principales elementos de un plan de ese tipo, combinados con el establecimiento de un fondo para la seguridad climática.

Los países más desarrollados entregarían recursos para ese fondo de un modo proporcional a sus emisiones de dióxido de carbono y a su producto interno bruto (PIB). El fondo debería contar inicialmente por lo menos con un billón de dólares, una cifra mucho más allá de lo que las naciones industriales están dispuestas a considerar.
Es probable que ese monto sea considerado poco realista, particularmente a la luz de la crisis económica global. Sin embargo, la suma es menor a la del costo que le representan sólo a Estados Unidos las guerras en Iraq y Afganistán.

Tal nivel de financiación para el fondo exige innovadores recursos, como pagos por el uso de los bienes comunes globales, por ejemplo los océanos, la atmósfera y el espacio exterior, que no están bajo jurisdicciones nacionales, así como la aplicación de impuestos a los combustibles fósiles y otras fuentes de emisiones y la imposición de penalidades por incumplimiento de los objetivos de reducción de emisiones.

Una ayuda a gran escala a los países en desarrollo, acompañada por amplios programas que les permitan la obtención de créditos por su capacidad para reducir emisiones a más bajo costo que muchas naciones desarrolladas, ofrece la posibilidad de inversiones eficaces y económicamente ventajosas.

Las inversiones que hagamos para lograr la seguridad climática generarán nuevas oportunidades, tanto para las empresas como para los individuos que participen en el establecimiento de la nueva economía. De modo que, en sus orígenes como en sus soluciones, las crisis ambiental y económica están inextricablemente vinculadas.

La moralidad de nuestra civilización merece un triste comentario cuando se comprueba que se dedican más recursos para las actividades militares que para satisfacer las necesidades humanitarias y sociales y para proteger la viabilidad de nuestro planeta.

China y Estados Unidos en conjunto producen aproximadamente 40 por ciento de las emisiones globales de gases invernadero. Aunque todos los países deben cooperar para enfrentar el desafío del cambio climático, será esencial la cooperación de esas dos naciones.

China ha sobrepasado a Estados Unidos como la principal fuente de emisiones de carbono, pero está todavía muy por debajo en términos de contaminación por persona. Cada chino produce en promedio sólo un quinto de las emisiones de cada estadounidense.

Desde los albores de la revolución industrial, Estados Unidos ha generado más de 1,1 billones de toneladas de dióxido de carbono por la quema de combustibles fósiles, mientras que China produjo 300.000 millones de toneladas.

Somos la primera generación en la historia que tiene la capacidad y la responsabilidad de determinar el futuro de la vida en la Tierra. No podemos ser complacientes y creer que, hagamos lo que hagamos, la vida continuará.
Las condiciones que hacen posible la existencia tal como la conocemos han permanecido en un breve período de la historia de nuestro planeta y dentro de muy estrechos límites. Resulta evidente que los seres humanos están incidiendo sobre esos límites a una velocidad y a una escala que van más allá de nuestra capacidad para regularlos.
La humanidad está ante un real e inminente riesgo. Pero las perspectivas de éxito para enfrentarlo, aunque desafiantes, son también muy reales.

BEIJING, noviembre 2009. (IPS)

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