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Douglas Carcache

El “aporte” de Ortega

Si algo positivo puede dejar la política represiva del gobierno de Daniel Ortega, es que más nicaragüenses lleguen a apreciar la importancia de la libertad de expresión y la libertad de prensa en una democracia.

Los nicaragüenses, que hasta finales de 2006 podían expresar sus opiniones políticas con plena libertad, han vuelto a experimentar el miedo a ser reprimidos si dicen todo lo que piensan. Quienes trabajan para el Estado temen ser despedidos; quienes poseen empresas se cuidan de no ser presionados por el fisco, bloqueados en Aduanas o ser sacados de las listas de proveedores de servicios al Estado; y quienes trabajan para organismos no gubernamentales saben que en cualquier momento pueden ser perseguidos y hasta golpeados si se niegan a respaldar los planes del Gobierno.

Las expresiones de temor o precaución, propias de quienes viven bajo un régimen dictatorial, las escuchamos con más frecuencia de vecinos, amigos o colegas; mientras el periodismo, una vía de reclamo y denuncia de la población, está en el ojo de la tormenta porque el Presidente de Nicaragua trata de esconder abusos, ilegalidades y operaciones económicas que, bajo el amparo del Estado, le dejan beneficios personales.

[doap_box title=”Escapando de la maldición” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]

  • Sombras Tenebrosas

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Si el Gobierno dedica tantos esfuerzos para arrinconar al periodismo profesional, es porque tiene mucho que ocultar; y permitir pleno acceso a la información significa para él un riesgo de consecuencias políticas y jurídicas incalculables. Sólo recordemos el caso del ex presidente Arnoldo Alemán, quien fue enjuiciado después que la prensa nicaragüense develó una serie de fraudes en su Administración.

Ortega, quien pretende quedarse en el poder de forma indefinida, le ha declarado la guerra a los medios de comunicación que actúan con independencia y no lo hace solo, porque en este plan cuenta con el apoyo del Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y otros gobiernos que se inclinan por el “socialismo del siglo XXI”, como el ecuatoriano Rafael Correa y el boliviano Evo Morales.

Igual que en Nicaragua, en esos países muchos periodistas “pueden verse forzados a la complicidad del silencio o la autocensura”, tal como denunció la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), la semana pasada en Buenos Aires.

Es cierto que no existe censura previa en Nicaragua, pero hay castigo y amenaza posterior. Con frecuencia el Presidente dice que en el país hay libertad de prensa y se refiere a que ninguna autoridad revisa y selecciona la información antes de que sea publicada por los medios de comunicación, como sucedía en los años ochenta, cuando el mismo Ortega gobernaba.

La política de Ortega ahora es: Tienen libertad de informar, pero, cuidado con lo que dicen porque lo pagarán caro. Algo parecido le advierte a los ciudadanos en general: Tienen libertad de movilización, pero si usan esa libertad para ir a protestar contra el Gobierno, aténganse a las consecuencias porque las turbas les enseñarán, a garrotazos y pedradas, hasta dónde pueden llegar.

Si las próximas elecciones generales son transparentes y los votos de los nicaragüenses son respetados, Ortega se va en enero del 2012, porque dudo que la mayoría de ciudadanos de este país quiera vivir bajo un régimen represivo. Si algo les ha enseñado o recordado este Gobierno, es que la libertad de expresión y de prensa no son lujos personales, sino necesidades sociales para poder vivir en democracia.

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