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Año 5-Edición 258Una publicación semanal de Editorial LA PRENSA

La montaña es el lugar más seguro

Últimamente se ha puesto de moda el tema de la inseguridad ciudadana. Todos los días, a través de los medios de comunicación nos damos cuenta de los atropellos a la ciudadanía por parte de un grupúsculo de facinerosos, los que sabiéndose protegidos por las “autoridades”, se dan a la tarea de intimidar y garrotear a quienes consideran desafectos al Gobierno. Recientemente mientras asistía a mi cita mensual con mi barbero, alguien hizo el comentario que en su barrio estaba siendo hostigado por los tristemente célebres CPC, quienes tienen manchadas las paredes de su casa con pintas alusivas a Ortega y su partido, con la amenaza de que si las quitaba, se la incendiaban.

Otro señor manifestó conocer a una familia que había sido vapuleada por apoyar a Montealegre en las pasadas elecciones, una señora que acompañaba a su nieto nos describió la forma en que fue apedreada una dama mientras entraba a Catedral y aseguró haber escuchado a uno de los vándalos decir: Un día de éstos venimos a quemarla. Si la dictadura ya no respeta ni las iglesias, ya no hay lugar seguro donde vivir dijo otra persona, comentario con el que todos los presentes estuvieron de acuerdo. Fue en ese momento cuando mi barbero se dirigió a mí, preguntándome si todavía quedaba algún lugar seguro. A lo que contesté sin pensarlo: “La montaña”. Todos me quedaron viendo, por lo que él tuvo que aclararles que yo había sido miembro de la Resistencia Nicaragüense, aclaración que me obligó a dar una explicación, la que hoy comparto con ustedes.

Ortega pasó tejiendo durante 16 años la manera de llegar al poder, la forma en que lo logró, también le enseñó que jamás lo conservaría por medio de las urnas. Lo que lo decidió a preservarlo a cualquier precio, les recuerdo las frases lapidarias de Tomás Borge cuando dijo “No importa lo que tengamos que hacer, pero Daniel jamás entregará el poder”.

La forma en que se robaron las elecciones municipales lo confirmaron. Ya comenzaron a encarcelar opositores usando a sus jueces, los que dictan sentencias de cárcel sin el menor rubor. Y no se le ocurra clamar por justicia, porque dice el presidente de ese poder del Estado que no existe. Las protestas pacíficas y las marchas ciudadanas reclamando el respeto a nuestros derechos humanos y políticos pronto serán cosa del pasado, ya que en cualquier momento los declaran ilegales, lo que nos dejará únicamente dos opciones.

Nos volvemos sumisos o nos rebelamos y nos vamos a la montaña. Cuando esté en ella se dará cuenta de los aires de libertad que ahí se respiran, comprobará que allá sólo van los que se rebelan contra las injusticias y lo más importante, no estará solo por mucho tiempo, ya que muy pronto serán miles los que como Sandino y Darío, piensan que Nicaragua está hecha para la libertad. A estas alturas nadie debe dudar que la dictadura de Ortega está decidida a permanecer en el poder a cualquier precio; el desenfreno, la corrupción, la ostentosidad de que hace gala su nomenclatura así lo confirma, en cualquier momento la oposición pondrá la primera víctima fatal en su lucha cívica.

Como siempre los dictadores olvidan, que si bien es cierto que los pueblos son los que ponen los primeros muertos, ellos, los dictadores, terminan poniendo los últimos. Si no lo creen, revisen la historia.


El autor es miembro del Partido Liberal Independiente y fue comandante de la Resistencia
Nicaragüense.


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