Tomado de La Prensa.hn
TEGUCIGALPA, HONDURAS
En una entrevista al periódico estadounidense The Wall Street Journal, el cardenal hondureño Óscar Andrés Rodríguez afirmó que el depuesto presidente Manuel Zelaya “no debería regresar al poder” porque “no tiene autoridad moral para ser Presidente de una nación”.
Para el Cardenal, la vida por estos días no ha sido para nada pacífica. Desde que el entonces presidente Manuel Zelaya empezó a prepararse para tirar por la borda la Constitución y de esa forma mantenerse en el poder más allá del límite de su mandato, Honduras ha sido presa de la agitación. Y la Iglesia católica no tuvo más remedio que involucrarse, escribe la redactora Mary Anastasia O’Grady.
La extrema izquierda ha argumentado que la decisión de deponer a Zelaya fue impulsada por la antipatía de la élite hacia el activismo del presidente en nombre de los pobres. Pero el Cardenal, que es un abierto defensor de los oprimidos y por muchos años ha criticado las disparidades en los ingresos en Centroamérica, no comparte esa opinión. Rodríguez ha apoyado la destitución de Zelaya y por ese motivo quise verlo personalmente para hablar sobre el tema.
“Ha sido tan doloroso”, me dijo Rodríguez, poniendo énfasis en la última palabra.
El dolor, señala, ha sido generado por aquellos que han atacado a los líderes de la Iglesia como “golpistas”.
En esta parte del mundo, después de tantos años de dictadura militar, es difícil encontrar un insulto más grande.
A pesar de que la Iglesia respaldó la decisión del Congreso de destituir a Zelaya, el Cardenal insiste que desde el principio ha tratado de promover la paz.
“En nuestro comunicado inmediatamente después del evento”, explica, “estábamos diciendo que esto era una destitución constitucional del presidente y que tenemos que aprender de los errores, y llamábamos a la reconciliación del país. Eso es todo lo que hicimos, pero ese mismo día nos culparon de golpistas, golpistas”.
Los partidarios de Zelaya han presionado a la Iglesia, pero pese a las “constantes amenazas de muerte” que el Cardenal dice que ha recibido, él no ha cambiado su postura. En octubre, afirma, todos los 11 miembros de la Conferencia Episcopal “hicieron otra declaración llamando a la no violencia y a la reconciliación”.
El Cardenal también cree firmemente que Zelaya no debería regresar al poder. “Pienso que una persona que ha estado actuando como lo ha hecho él ya no tiene la autoridad moral para ser Presidente de la nación”, me dijo el Cardenal.
Rodríguez es una figura nacional respetada y sus palabras tienen peso. No obstante, hace hincapié en que la Iglesia no se ha involucrado en el proceso político sobre el destino de Zelaya, y por buena razón.
“Hay muchas personas que son zelayistas de buena fe porque él prometía un montón de cosas a los pobres. Yo tengo que ser un puente de unidad para todos”.
Él cree que permitir que el presidente pisotee la Constitución sería malo para la nación. Esto no significa un respaldo al statu quo.
Rodríguez tiene muchas críticas para un sistema que ha dejado a tantos hondureños sumidos en la pobreza mientras una pequeña minoría vive una vida de extravagancias.
“En América Latina, cuando tienes dinero, puedes comprar justicia”. Tal corrupción es lo que llevó a “la implosión” de los partidos políticos en Venezuela, señala. “Y en el vacío estaba este mesías, [Hugo] Chávez, que vino. Éste es el peligro en todos nuestros países”.
Sin embargo, el Cardenal también reconoce que ha habido progreso desde el nacimiento de la democracia constitucional en 1982.
“Ahora, el ejército es respetado, porque se ha dedicado al rol constitucional de defender las leyes y las fronteras”.
El problema, señala, es que con la llegada de la democracia, “los partidos políticos tomaron la política como una industria para el enriquecimiento. Necesitamos cambiar eso”. Hablando de los inversionistas, el Cardenal dice, “por supuesto que no son todos santos”, y los derechos humanos deben ser protegidos. “Pero, ¿qué deberíamos hacer sin esos trabajos”, se pregunta.
Luego añade: “Las maquiladoras son especialmente importantes para las mujeres, porque sus trabajos han sido una fuente de dignidad. Cuando ganan su propio dinero, dejan de ser esclavas de los hombres machos en su vida, que a menudo no son siquiera sus maridos”.