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Danilo Arbilla

Guerras

Buenos Aires. Cuando el 2 de abril de 1982 el dictador de Argentina, general Leopoldo Fortunato Galtieri ordenó la invasión de las Islas Malvinas, miles de argentinos lo apoyaron y fueron a Plaza de Mayo a vivarlo. Pero no todos. Muchos otros miles vieron que era una medida desesperada de un régimen que se resquebrajaba. Jorge Luis Borges, preguntado por los periodistas sobre la invasión, se limitó, certeramente, a definirla como “una huida hacia delante”.

Más o menos lo mismo pasa con este nuevo llamado a prepararse para la guerra del comandante Hugo Chávez. No es la primera arenga bélica de este general de ninguna batalla; ya lo hizo “en defensa” de Bolivia y de Honduras. Pero esta vez resalta que la intención de Chávez es contrarrestar el creciente desprestigio y la impopularidad que afecta a su gobierno, a su gestión y a su persona. Es el viejo recurso de buscar enemigos afuera para lograr la cohesión interna y conseguir algo del respaldo que le niegan sus conciudadanos. Este de la guerra permanente —Orwell lo desnudaba elocuentemente en 1984 ya es un mecanismo casi desgastado. Pero igual no le resta peligrosidad, sobre todo cuando se trata de “iluminados”. Inquieta además el apoyo tácito o el silencio amigo de países como Brasil, Chile, México y hasta de los EE.UU. de Obama.

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Quizás no lo toman en cuenta por tratarse de “balandronadas”. “Por más armas que compre —salvo que se las entregue a terroristas amigos— resultan absolutamente inútiles si no hay alguien que apriete el gatillo” me dijo un diplomático “del Mercosur”. “Es difícil en una guerra en serio —añadió— contar con los comités bolivarianos, simples ‘patoteros’ a sueldo y con los ‘intelectuales’ financiados que nunca se apartan de los cómodos exilios y sólo hacen la revolución desde los cinco estrellas”.

Pero no es ésta la guerra de Chávez y de sus cómplices —Evo Morales, Ortega, Correa, los Kirchner— la que asusta y preocupa, sino la que llevan a cabo contra la libertad de expresión, y en la que avanzan efectivamente y frente a la que los silencios y la indiferencia resultan muy graves y a la postre muy costosos para los derechos y libertades de la gente.

Hace una semana la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) se reunió en esta capital y advirtió sobre “la acción coordinada de gobiernos para controlar a la prensa y el desprestigio constante al que la someten, el avance desmesurado de la violencia contra los periodistas, la proliferación de leyes restrictivas y arbitrarias decisiones judiciales que limitan la labor informativa, son claros indicios del deterioro de la libertad de prensa y el consiguiente debilitamiento del sistema democrático”.

A esta conclusión llegó la SIP tras el análisis de un semestre en que fueron asesinados 16 periodistas (8 en México, 3 en Honduras, 2 en Guatemala, 2 en Colombia y no en El Salvador), continúan presos 27 periodistas independientes en Cuba, se multiplican las “leyes de medios” y reglamentaciones para controlar la información y manipular los contenidos de la prensa y se abusa del poder y los dineros públicos se utilizan para premiar amigos y a la prensa complaciente, todo ello dirigido a cercenar el derecho a la información de los ciudadanos.

Ésta sí es una guerra en serio y los que avanzan son los enemigos de la libertad. Dar vuelta la cara, mirar para otro lado, pensar que “no es a mí que me vienen a buscar”, no es la forma de encarar el tema. Hay antecedentes, —en Europa hace 70 años y Asia hasta hace muy poco y en América hasta fines de los ochenta—, y es bueno recordarlos para que esas historias no se repitan.

El autor es periodista uruguayo, fue presidente de la SIP

Opinión Buenos Aires Danilo Arbilla guerra archivo
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