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El tren mágico

Rafael es un chavalo súper soñador, siempre les contaba a sus mejores amigos fascinantes historias de viajes y lugares bellos. La mayoría de veces sus “bróderes” dudaban de sus cuentos, ya que eran súper fantasiosos para ser reales.

Rafael es un chavalo súper soñador, siempre les contaba a sus mejores amigos fascinantes historias de viajes y lugares bellos. La mayoría de veces sus “bróderes” dudaban de sus cuentos, ya que eran súper fantasiosos para ser reales.

—Una vez que te subes en el tren, todos tus deseos se cumplen —les afirmaba Rafael.

—¿En serio? —le preguntó Luisito.

—Siií…, es mágico. Una vez que cruzás la puerta te lleva a lugares maravillosos.
—¡Wow! —expresaron en coro.

Una noche, después que la mamá de Rafael le dio el beso de buenas noches, el pequeño abrió la ventana de su cuarto para que entraran sus amigos y vivieran lo mismo que él, y se dieran cuenta que todo lo que les contaban era cierto.

Cuando dieron las 12 de la noche, los muchachos escucharon un fuerte sonido de motor y golpes de ruedas sobre unos viejos rieles. Repentinamente una luz cegadora atravesó la ventana iluminando todo el cuarto.

Los amigos de Rafael no lo podían creer, se acercaron a una de las puertas del vagón, de pronto se abrió, y entraron. A lo lejos se escuchaban las risas de otros niños y música divertida. Los chicos se vieron unos a los otros y confiados ingresaron. Una vez dentro, el tren arrancó en busca de divertidas aventuras.

Ya en el interior, se dieron cuenta que no estaban solos. Habían un montón de chavalos, quienes amistosamente los saludaban e invitaban a jugar, propuestas que éstos no rechazaron y rápidamente fueron parte del equipo.

Después de varios minutos llegaron a su destino, un lugar maravilloso.

Imponentes cascadas, árboles y animales de todo tipo (leones, tigres, caimanes, jirafas, elefantes, conejos…). ¡Eran increíble! Mientras los chicos jugaban, los animales paseaban libremente por el lugar, como una visita por el zoológico, pero sin rejas, tal como si todos fueran una familia con sus mascotas.

—¡Fabuloso! Esto el paraíso. Si les cuento a mis papás no me lo van a creer —exclamó Luisito.

—¡Sí! Sería maravilloso que el hombre y los animales pudieran vivir en el mismo lugar sin miedo —contestó Rafael.

Después de varias horas de juegos y contacto con la naturaleza, los muchachos volvieron a sus casas a descansar.

El día siguiente se reunieron para hablar de sus aventuras y encantadoras experiencias, pero decidieron guarda el secreto, esto los unió y fortaleció más su amistad.

Chavalos

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