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Luis Sánchez Sancho

Odín, el señor de los dos cuervos

La señora (o señorita) Melba Ruth Reyes Muñoz me escribió lo siguiente: “Me encanta leer su columna de mitología griega. Me gustaría conocer también sobre Odín o Thor. Siempre he escuchado esos nombres, pero no conozco una historia de ellos. Me gustaría que escribiera sobre esto, ya que me gusta la mitología de todo tipo”.

Ciertamente, no había escrito sobre Odín y Thor porque ellos no pertenecen a la mitología griega y romana, de la cual me he venido ocupando hasta ahora. Odín y Thor son dioses de la mitología nórdica, o escandinava, y me referiré en esta ocasión al primero de ellos.

En la mitología escandinava Odín es el más antiguo y poderoso de todos los dioses. Los antiguos nórdicos lo llamaban “padre universal” y podría decirse que era el equivalente de Zeus, en la mitología griega, y de Júpiter, en la romana.

Odín acogía como sus hijos preferidos a quienes morían combatiendo bravamente. A éstos los enviaba a vivir eternamente en el Valhalla, un inmenso palacio de 540 puertas que estaba rodeado por una empalizada hecha de lanzas. Allí siempre había espacio suficiente para albergar las almas de todos los combatientes heroicos que llegaran.

A las personas que no lograban hacer los méritos necesarios para ir al Valhalla, Odín los enviaba a Niflhein, que era el mundo eterno de las tinieblas y el sufrimiento, donde reinaba la diosa infernal Hela. Y quienes morían en el mar, como náufragos o de cualquier otra manera, eran enviados al palacio de los dioses marinos Egir y Ran —hermanos y esposos al mismo tiempo—, el cual estaba situado en lo más profundo del fondo de los océanos.

Quienes llegaban al Valhalla para disfrutar la vida eterna, eran recibidos con una copa de vino que les ofrecía Bragi, hijo de Odín y dios de la poesía y de los poetas. Después los atendían las Valquirias, como se les llamaba a unas divinidades femeninas que estaban al servicio de Odín y cuya función principal era ir a los lugares de los combates, para elegir a los guerreros que debían morir.

Para saber todo lo que ocurría Odín tenía a su servicio dos cuervos mágicos, uno se llamaba Hugin (el espíritu) y el otro Munnin (la memoria). Todas las mañanas Odín dejaba libres a los dos cuervos, los que volaban por el mundo para recoger las noticias y al atardecer regresaban a informarle a su señor. Seguramente por eso a Odín le llamaban con el sobrenombre de “dios de los cuervos”, entre los muchos epítetos que le ponían.

El templo más importante consagrado a Odín estaba situado en Upsala, una ciudad que ahora es la cuarta más importante de Suecia. El techo de aquel gran templo estaba rodeado por una inmensa cadena de oro y en su interior los sacerdotes rociaban a los fieles con sangre de las víctimas propiciatorias que sacrificaban.

Según la leyenda, cuando comenzó el culto a Odín se ofrendaban los primeros frutos de la tierra que se cosechaban cada año. Después se adoptó la costumbre de sacrificar animales y finalmente seres humanos.

A las víctimas de aquellos terribles sacrificios las colocaban entre dos enormes piedras, que después eran empujadas para aplastar a los sacrificados. Y de la mayor o menor fuerza con que manaba la sangre de los cuerpos aplastados, los sacerdotes deducían el éxito o el fracaso de la empresa por la que se hacía el sacrificio.

Columna del día Opinión

COMENTARIOS

  1. luizz omar
    Hace 14 años

    no sabia usted trataba estas temas lo felicito. soy un amante de estos tipos de historias qu no dejan De facinarme..

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