Nada Personal
La nueva campaña de Daniel Ortega, que ya se ve en rótulos grandes diseminados en Managua, indica que la “Nicaragua del Alba”, la que él trata de imponer, es “cristiana, socialista y solidaria”. Pero basta recordar algunas acciones de Ortega para que el ciudadano se dé cuenta que está frente a otro engaño.
La mayoría de los nicaragüenses son creyentes del cristianismo y Ortega es quien menos puede hablar de los principios de esa fe. Alguien como él, que ordena lanzar turbas contra otros ciudadanos con la intención de doblegar sus espíritus críticos a garrotazos o pedradas, hace lo contrario de lo predicado por Cristo.
Un gobernante que divide al pueblo y lo confronta con manipulaciones, para sacar beneficios personales del conflicto, tampoco puede considerarse cristiano, porque si lo fuera buscaría la unidad y el bienestar de la nación.
Y si el Presidente, sin el menor rubor, se roba las elecciones o protege a quienes cometieron el delito de robar los votos de los ciudadanos, y después quiere lavarse la cara hablando de cristianismo, está tomando el nombre de Dios en vano, como advierte uno de los diez mandamientos.
Ortega también quiere convertir a Nicaragua en socialista y eso implica ir estatizando y “socializando” los medios de producción, como hace el presidente venezolano Hugo Chávez, creador de la Alternativa Bolivariana para las Américas (Alba), que ya ha logrado reducir la producción en las tierras expropiadas y aumentar la escasez de alimentos en todo Venezuela.
Además, el sello socialista de que habla Ortega consiste en azuzar un conflicto entre “izquierda y derecha” o entre “pobres y oligarcas”, en que los primeros son quienes siguen a ojos cerrados los dictados del Presidente y los segundos quienes pecan al expresar opiniones divergentes, independiente de su origen social.
Sin embargo, el problema de Nicaragua, hoy, nada tiene que ver con izquierdas o derechas. Es un asunto de derechos, garantías y libertades que afecta a pobres, acomodados y ricos.
Los ciudadanos exigen el derecho a elegir y que sus votos sean respetados; la garantía de que el dinero de sus impuestos sea utilizado con transparencia y en beneficio de toda la población; que la justicia sea aplicada con imparcialidad y todos los nicaragüenses tengan la libertad de expresarse y pedir cuentas a los funcionarios públicos, sin temor a ser reprimidos.
La solidaridad del régimen orteguista también es cuestionable. El término indica adhesión a una causa y, en este caso, la solidaridad ha sido para un proyecto político que sólo favorece al mismo Ortega y sus allegados, porque se trata de mantenerlo en el poder a cualquier costo.
En junio de 2007, cuando en Caracas hubo manifestaciones de estudiantes opuestos al cierre de la televisora RCTV, Ortega acusó a los estudiantes de ser peones del “imperio”. Con su solidaridad, avalaba el atropello de Chávez contra la libertad de prensa y condenaba a los ciudadanos que reclamaban un derecho fundamental.
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