Democracias y demócratas los hay de primera, segunda, tercera y cuarta. Un verdadero demócrata de primera no se conforma con democracia electoral; cree, quiere que en la democracia todos tengan el mismo derecho de participación política, que pueda ejercerlo en libertad real, efectiva. Como demócrata se esfuerza en crear las condiciones económicas, políticas, sociales y culturales, para que la libertad e igualdad sean reales y efectivas. Combate toda discriminación, pobreza, desigualdades graves que provocan que seres humanos sean instrumentos de la vida de otros, que constituyen el terreno abonado para el clientelismo, populismo, democracias de élites cerradas. Así, los ciudadanos serán tanto más dignos e iguales cuanto más real, efectivo sea su derecho a la participación política igual y libre.
Hay vías democráticas al totalitarismo, vías abiertas por corrupción, incompetencia o dureza de los desafíos, por donde se cuelan electoral y democráticamente proyectos de poder que llevan ínsitas las semillas del totalitarismo. Es su objetivo no sólo apoderarse del poder, reconstituirlo, monopolizarlo, también lograr control económico, logrando influencia necesaria para reconstruir, movilizar la sociedad. Los totalitarismos disponen no sólo de nuevas vías de resquebrajamiento democrático, sino de nuevas tecnologías de control, intimidación, manipulación masiva superando de lejos los tiempos pasados. Los totalitarismos envuelven su proyecto en mitos que tratan de presentar “científicos” a través de intelectuales que se prestan a la tarea.
El tirano a medida que pierde objetivos y queda el poder desnudo como única razón, el cinismo, corrupción se juntan, el mito se convierte en necesario más que nunca: el gran ideal lo justifica y redime todo. Los que lo ven de otro modo no se han desprendido de prejuicios morales pequeñoburgueses propios del mestizaje y de las clases medias urbanas. Pero los costos en términos de democracia, polarización, producción, aprendizaje colectivo y unidad nacional pueden ser mayúsculos.
El tirano promueve rituales claros de que su autoridad no es fundamentalmente democrática, con elecciones arregladas utilizadas como fuente de legitimación. El mito del “gran ideal” se mantiene vivo, se alimenta simbólicamente de modo permanente, echa mano de él cuando “los imperialistas oligárquicos” degradan la conciencia y voluntad popular y los resultados electorales se vuelven dudosos. Justifica que en el poder ganado no se ejerza frenos y contrapesos democráticos. La Constitución no se ha hecho para cumplirla sino para avanzar hacia un poder liberado de todo control.
No plantea contiendas democráticas sino pugnas inevitables entre fuerzas irreconciliables. El enemigo no es opositor político, sino conspirador diabólico detrás de cualquier circunstancia que inquiete el poder. Los excesos del poder se santifican por los fines que persigue más allá de los marcos constitucionales. Mayores dificultades, mayores excesos de poder, mayores sacrificios exigirán de la sociedad, mayores controles prescritos en el orden constitucional. El gran ideal impone sacrificar mejoras sociales, unidad, firmeza de propósitos. Movilizar multitudes será necesario, extremarán la amenaza imperialista y enemigos internos a través de propaganda creadora de realidades, los aparatos del Estado ya no son más que instrumentos del proyecto de poder. Alexis de Tocqueville ironizando dijo: “Hemos descubierto que hay en el mundo tiranías legítimas y santas injusticias siempre que se ejerzan en nombre del pueblo”.
El tirano cree que el “verdadero” pueblo viene constituido por sólo una parte poblacional, considera que la oposición, “el falso pueblo”, es la oligarquía traidora. Anulando moralmente al adversario, los buenos son ellos, con el enemigo no hay nada que dialogar. La deliberación pública desaparece sepultada por proliferación aterradora de la mentira y manipulación, quebrando todos los elementos del pluralismo democrático verdadero. Masifica propaganda, controla medios de comunicación, intimida comunicadores disidentes, divide opositores, diseña instituciones electorales que los subordine o la práctica electoral que los burle, todo justificado en nombre del pueblo.
Afortunadamente, democracia pluralista aún vive, con fundamentos conceptuales de la democracia liberal: equilibrios, controles, rendiciones de cuentas, representación, elecciones, imperio de la ley, descentralización. Democracia pluralista no sólo incluye formalmente sino reconoce políticamente, capacita, habilita socialmente, promueve diálogo abierto entre colectivos sin pretender ninguna asimilación, integración o eliminación del pluralismo más allá de las opciones libres de los ciudadanos.
Vivimos dificultades de un tiempo de transición, el ideal ya no debería ser cómo recuperar o construir el Estado-nación basado en identidad única, sino de ir relevando con coraje experimental normas, reglas, valores, para convivir en un país de identificaciones, orientaciones colectivas que exige esquemas de gobernabilidad democrática innovadoras. No sólo el aseguramiento de la vida humana en los derechos, en la libertad, en el reconocimiento y en la inclusión, sino, además, incentivación de responsabilidad individual y colectiva y experimentación, innovación y aprendizaje de los pueblos.
El autor es ingeniero
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