14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Gerardo el valiente

—Shh... ¡Por favor!, ¡Por favor! No le digas nada a mi mamá —suplicó Gerardo a su hermana Ángela, tres años mayor que él, mientras se escondía en el ropero de su cuarto, por temor a que le arrancaran tres dientecitos flojos. Y es que el pequeño Gerardo ya estaba en edad de mudar, pero no quería que nadie le tocara sus dientecitos, por miedo al dolor. Sólo de pensarlo temblaba.

Anneta Rayo Ruiz

—Shh… ¡Por favor!, ¡Por favor! No le digas nada a mi mamá —suplicó Gerardo a su hermana Ángela, tres años mayor que él, mientras se escondía en el ropero de su cuarto, por temor a que le arrancaran tres dientecitos flojos.
Y es que el pequeño Gerardo ya estaba en edad de mudar, pero no quería que nadie le tocara sus dientecitos, por miedo al dolor. Sólo de pensarlo temblaba.

El pobre disimulaba cuando comía, le molestaba masticar, cuando se cepillaba los dientes sufría, no quería ni lavárselos. Todos los días y en todo momento empujaba con su lengua sus dientecitos flojos, él pensaba que así se le caerían sin tanto tormento.

—Tranquilo, Gerardito, no duele, te sale un poquito de sangre, pero nada más —le decía convencida su hermanita. Y estaba en lo cierto, ya había pasado por eso.

—Tenés que ser valiente, yo pasé por eso. Ahora tengo mis dientes permanentes con los que voy a estar toda mi vida, además son más fuertes —le explicó Angelita.

Pero al pequeño le daba escalofrío y rápidamente ponía una cara de asustado.
—¡Nooo… eso duele! —exclamó.

—¡Ah! Sabías que cuando se te cae un diente, y lo ponés debajo de la almohada, en una de las noches llega tu Hada Madrina y te deja una moneda, llevándose tus dientes, en este caso serán tres moneditas —le contó con entusiasmo. Pero nada lo hacía cambiar de parecer, ni las bonitas historias de su hermanita.

En ese momento Angelita le aseguró.

—Te prometo que no te dolerá. Debés ser valiente.
De repente sacó una botellita de la bolsa de su camisa, y le pidió que abriera la boca. Le aplicó varias gotitas. Lo tomó de la mano y fueron al cuarto de su mamá para que le ayudara.
En una abrir y cerrar de ojos, no tenía los tres dientecitos. Y lo mejor de todo, fue que no le dolió nadita.
Después de esa experiencia el resto fue fácil, Gerardito se sintió orgulloso. Venció y consiguió la fuerza y valor que necesitaba para vencer sus miedos

Chavalos

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí