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Lírica amorosa

“No cantéis la rosa ¡oh poeta! Hacedla florecer en el poema”, dijo el chileno Huidobro. En el poemario del doctor Carlos Tünnermann Construyendo el amor , (Editorial PAVSA 2009) se dio el doble prodigio: surgió el canto y floreció la rosa más bella de los jardines de su mundo: la dulce amada, su Rosa Carlota, encarnación del amor más intenso y profundo que un hombre llega a sentir por la mujer de sus sueños, la de sus fantasías de joven y la inseparable compañera de su ocaso.

“No cantéis la rosa ¡oh poeta! Hacedla florecer en el poema”, dijo el chileno Huidobro. En el poemario del doctor Carlos Tünnermann Construyendo el amor , (Editorial PAVSA 2009) se dio el doble prodigio: surgió el canto y floreció la rosa más bella de los jardines de su mundo: la dulce amada, su Rosa Carlota, encarnación del amor más intenso y profundo que un hombre llega a sentir por la mujer de sus sueños, la de sus fantasías de joven y la inseparable compañera de su ocaso.

Carlos Tünnermann es un hombre enamorado, embriagado en la fragancia de la rosa que ha cultivado a través de los años, ¡50 años de sentir, ebrio de gozo, esa esencia sutil de la flor en su costado! Cuánta verdad dijo Darío en aquel poema-homenaje a la mujer diosa, dueña y señora de los corazones: “En ella está la lira, / en ella está la rosa, / en ella está la ciencia armoniosa, / en ella se respira, / el perfume vital de toda cosa”. No se equivocó el siempre recordado poeta Pablo Antonio Cuadra cuando afirmó categóricamente:

Cuídese, ( a Tünnermann) usted lleva adentro un poeta… yo le vengo siguiendo sus pasos y constantemente encuentro en sus escritos las huellas digitales de la poesía. (“Contraportada” de Para construir el amor).

No conocíamos esa veta que nos tenía reservada el gran pedagogo, el académico, el analista político, el devoto de Darío, el historiador, el ensayista, el experto en leyes, y el tantas veces galardonado con Diplomas “Honoris y Causa” con una trayectoria impecable como ser humano, como ciudadano ejemplar de su patria, con una moral y unos valores que muy pocos hombres poseen. Ese “incómodo huésped” (PAC) , el “duende” de la poesía se nos muestra en sus versos límpida, profunda, intensa, sin palabras rebuscadas ni figuras retóricas, desnuda en su sencillez de esposo enamorado: “Amarte es / sentir tu presencia/ como fragancia de rosas”(20). El poeta disfruta el amor en cada pliegue del cuerpo de la amada y siente que día a día, minuto a minuto, debe vivirlo intensamente: “Gozarte cada día y cada instante,/ como si fuese el último” (20). Y es que para el esposo su amor trasciende la muerte, por eso quisiera detener el tiempo, evitar el transcurrir de cada mañana y la noche para seguir aspirando el perfume de su rosa, porque para el yo lírico la vida tiene significado por la obra del amor, tema universal de la mejor poesía que ha inmortalizado a tantos poetas y a sus amadas: al Rey Salomón y su Reina de Saba, al divino lunático don Quijote de la Mancha y su Dulcinea, el doliente Petrarca enamorado de Laura , el enfermo de amor, Garcilaso de la Vega y su Galatea, el melancólico Antonio Machado y Leonor, el tristísimo Bécquer que inmortalizó a su amada en sus soberbias rimas: “Hoy la he visto, la he visto/ y me ha mirado / hoy creo en Dios”, el erotísimo Rubén Darío y sus muchas amadas, el tierno Amado Nervo y su amada inmóvil y ese gran clásico del Siglo de Oro el inigualable satírico Francisco de Quevedo y Villegas que produjo una de los más bellos sonetos en lengua castellana: “Amor más allá de la muerte”, en el cual prolonga ese sentimiento aun después del encuentro con la Parca:

Alma a quien un dios prisión ha sido,

venas que humor a tanto fuego ha dado

médulas que han gloriosamente ardido

su cuerpo dejará, no su cuidado

serán ceniza más tendrá sentido

polvo serán, más polvo enamorado.

Así, como en este soneto el amor traspasa las puertas de la línea divisoria entre la vida y la muerte, vida que ha vivido en plenitud, así en los versos de Carlos Tünnermann, el amor de su mujer, le permite trascender la muerte. Su vida se prolonga en el cuerpo de la amada pues en su vientre palpita el hijo del amor.

Yo quiero un amor que trascienda el tiempo

triunfo del olvido y de la muerte

y sean nuestras almas

como en el milenario poema chino

“dos pájaros de vuelo inseparable”.

Yo quiero un amor, amada,

a ti clavado, tiernamente

hoy, mañana y siempre. (“Yo quiero un amor…”19)

Eros y Thanatos, Alfa y Omega, cielo y tierra, el amor sin medida y sin mesura. El hablante lírico teme a la muerte, otro tópico universal que suele representarse ligado al amor en razón dialéctica:

Cada noche tú te acuestas

y tranquila te sumerges en tus sueños.

A tu lado, y sin que tú lo adviertas,

yo me angustio ante el abismo (53)

El poeta ansía traspasar el tiempo y en esa cita ineludible del viaje sin regreso, desea el encuentro con la amada:

Sería bello

acudir al encuentro definitivo-

desprovisto ya de cuerpo,

íngrima y desnuda el alma sin otro equipaje

que una rosa de amor

entre las manos. (59)

Si las “cenizas y el polvo enamorado” de Quevedo, no matarán nunca el amor, así, despojado de la carne perecedera, los versos de Tünnermann, apuntan hacia el encuentro con la amada con un puñado de rosas, aún vivas y fragantes por la magia del amor. En una danza rítmica, una pareja, él y ella arrastrados por la vorágine de la pasión, su amor estará siempre en primavera: “He vuelto a la playa, /donde tanto nos amamos,/ para meter mis manos en las olas/ que bañaron tu cuerpo de ámbar”(33).

Otro tema que se transparenta en este poemario que comentamos, es el tópico universal del tiempo, el cómo detenerlo, si todo lo destruye, si inevitablemente nos lleva a nuestra cita con la muerte. El poeta respeta la muerte, sin embargo se niega a aceptar que su amor pueda tener fin y, por ello, la venida de un hijo es la prolongación, el triunfo del amor y, en consecuencia la derrota del tiempo:

Las fiestas navideñas

tendrán delicias hogareñas:

tú serás mi esposa

y mi hijo

estará palpitando

en tus entrañas.(“Diciembre” 41)

Asimismo, el hombre que pensante, el filósofo que sabe que somos finitos, supera el tenaz golpeteo del ser o no ser, de la eterna interrogante ante el enigma de la esfinge, el tormento de la duda, se esfuma ante el dulce sentimiento del amor que todo lo supera:

En estos días

en que todo parece negativo,

días de soledad,

de hastío,

con el amigo Descartes digo:

¡Amo, luego existo! (36)

Carlos Tünnermann nos deja arrobados ante una lírica que escondía en su reino interior. La deuda con Darío es innegable, además, los intertextos que se transparentan en sus poemas, nos remiten a las lecturas de la lírica amatoria de Petrarca, de Ausias March, Garcilaso de la Vega, los grandes clásicos del Siglo de Oro, los románticos, los modernistas, los grandes poetas contemporáneos. Esta feliz pareja ha construido el amor con arena y ladrillo, palabra a palabra, verso a verso, como un arquitecto que logra su obra maestra con la imperecedera argamasa del amor:

Carlos Tünnermann.
LA PRENSA/ARCHIVO

Pálpito a pálpito,

caricia a caricia,

fuego a fuego,

-tú, una de cal; yo, otra de arena-

en jornadas inolvidables,

¡le dimos su recia arquitectura! (“Para construir el amor” 15)

Antes del Doctor Calos Tünnermann, dos poetas nicaragüenses han perennizado a sus amadas esposas con versos y poemarios como José Coronel Urtecho, el eterno enamorado de María Kautz, en aquel soneto “La cazadora” y en “Dos canciones de amor para el otoño “ en el cual exclama con ternura: “Para saber quien soy y conocer quién eres/ para saberme tuyo y conocerte mía / Mi mujer entre todas las mujeres”; otro poeta del hogar es José Cuadra Vega (Josecito) con sus Poemas para doña Julia. María, Julia y ahora Rosa Carlota en Construyendo el amor , completan el trío de las esposas perfectas, de las musas de sus esposos, de las compañeras de sus vidas que han arrancado armoniosos arpegios a la lira de estos tres poetas. En el caso de Carlos Tünnermann ni la huella del tiempo ha aminorado el intenso amor por su amada. Contempla arrobado a la niña de 14 años, de juvenil sonrisa, siempre en primavera, convertida ya en la abuela amorosa que muestra una belleza serena en plena madurez. Ha pasado medio siglo de aquel feliz encuentro y la imagen de la chiquilla perennizada en la fotografía de la virgen adolescente, permanece intacta aún después de 50 años de matrimonio. En este poemario, para Carlos Tünnermann amor y vida están unidos en su existencia, postula una verdad universal: el Amor derrota al tiempo, propone la victoria del Amor, “los cielos y la tierra le sonríen”, el amor como actividad conjunta del alma y el cuerpo, desafía a las fuerzas de la muerte y del olvido.

La Prensa Literaria

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