Tomado de La Nacion.com
La frontera con Nicaragua no está en el San Juan, sino en la mentalidad autoritaria de sus gobernantes y la ausencia de frenos institucionales a los abusos del poder. Es por allí y no por el río que Nicaragua expulsa a miles de inmigrantes cuyo aporte al dinamismo económico costarricense nos complace reconocer. Por allí, también, se cuelan la miseria y la desesperanza. Sin instituciones fuertes ni garantías democráticas, Nicaragua es incapaz de aprovechar el enorme potencial de sus riquezas naturales y las habilidades de su población sacrificada.
Hoy, como nunca, la verdadera frontera quedó demarcada por un intercambio de notas verbales entre nuestra Cancillería y la Embajada nicaragüense en San José. La representación diplomática dice ser víctima de una “persecución” de este periódico (La Nación) y exige al Ministerio de Relaciones Exteriores intervenir en su defensa. La Casa Amarilla recuerda a los diplomáticos extranjeros el compromiso de Costa Rica con la libertad de expresión y el Estado de Derecho.
La queja nace de informaciones publicadas en este diario sobre la estrecha relación entre el mandatario nicaragüense Daniel Ortega y Roberto Rivas Reyes, presidente del Consejo Supremo Electoral. El organismo presidido por Rivas está en el centro de los alegatos de fraude en las elecciones municipales del año pasado y será regente de los próximos comicios presidenciales, a cuyo amparo Ortega pretende prolongar su mandato. Mientras tanto, Rivas vive en un valioso complejo residencial de San José donde tiene como huéspedes a los hijos de Ortega, matriculados en universidades de nuestro país.
La Nación también informó sobre una investigación del Ministerio de Hacienda para determinar si la representación nicaragüense en San José hace buen uso de las exoneraciones fiscales concedidas al cuerpo diplomático. En concreto, se indaga el uso de dos vehículos por la familia del presidente del Consejo Supremo Electoral, quien carece de credenciales diplomáticas en nuestro país, aunque es hermano del embajador Harold Rivas Reyes.
Esas informaciones, de obvio interés público, bastan para que la Embajada de Nicaragua condene “enérgicamente la persecución y campaña de desprestigio del diario La Nación en contra de los funcionarios de nuestro Gobierno y sus familiares” y proteste por el acceso que tuvo este diario a informaciones incorporadas a los registros públicos.
Los representantes del gobierno de Ortega no entienden el régimen de libertad de expresión vigente en nuestro país y el derecho de los costarricenses a consultar los registros públicos. En consecuencia, a la Cancillería no le quedó más recurso que explicarles: “No encuentra el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto ninguna prueba fehaciente de que se esté produciendo un ‘acoso’ contra esa Misión Diplomática, sino más bien un trabajo periodístico, cuya responsabilidad exclusiva es del medio de comunicación en su libre ejercicio de informar. Por lo demás, las mismas garantías contenidas en la normativa sobre libertad de expresión y de información vigentes en Costa Rica, ofrecen a quien se considere afectado, exigir el derecho de respuesta y de rectificación, e incluso de acudir a los Tribunales de Justicia.”
A la Cancillería “(…) le son sumamente preocupantes los argumentos que esa Honorable Misión Diplomática invoca para intentar silenciar a un medio de comunicación nacional, y aún más temerario y aberrante que se solicite la intervención de las autoridades de seguridad del país, a fin de que cese lo que la Honorable Misión Diplomática considera como ‘acoso’ y ‘persecución’ por parte del diario La Nación ( …)”
Más clara no puede estar la frontera entre nuestros países. De un lado, el respeto a la libertad de expresión manifiesto en la respuesta de una Cancillería que, a lo largo de los años, no ha estado exenta de crítica. Del otro, la aspiración de silenciar verdades incómodas, como pretenden hacerlo en Nicaragua con Ernesto Cardenal y Carlos Fernando Chamorro, para citar dos ejemplos. De un lado, la confianza inquebrantable en el sistema electoral. Del otro, una extraña madeja de relaciones cuestionadas, apta para magnificar las dudas y minar cualquier rescoldo de confianza.
Por el bien de ambos pueblos, hacemos votos para que esta frontera sea erradicada.