Dedico este escrito a todas las abnegadas maestras que se dedican a repartir el pan de la cultura. Leía hace poco un editorial de LA PRENSA sobre filosofía y libertad, a propósito de la obra del doctor Alejandro Serrano Caldera, que me llamó vivamente la atención porque no suelen ser esos editoriales obligadamente dedicados a devastas sutiles como este, sino más bien al más prosaico pero necesario quehacer político. Lo que me ha dado pie a hacer algunas reflexiones que tal vez puedan ser útiles en este tema y otros que tanto influyen en nuestras vidas.
En particular la reflexión, que es lo más propio y natural de ese pretendido homo-sapiens que trata de erguirse sobre la tan prosaica cotidianidad. De otra manera quedaría al nivel de las bestias. Porque es solo por la reflexión y el pensamiento que el hombre se urbaniza y diríamos glosando “sapientiza”. O sea que solo por educación podemos llegar como es el lema de la Universidad Nacional “Ad Astra” estrellas. el mundo soñado desde una celda oscura por Alfonso Cortés.
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Más en concreto, bajando al mundo que nos rodea, me decía también hace poco un amigo que había notado que los estudiantes de ahora saben muy poco de cultura general o sea historia, literatura, geografía, etc. Y todavía más en concreto me contaba que una estudiante de ingeniería en computación, amiga de él, le había declarado campantemente que Centroamérica era uno de los continentes del mundo lo que me pareció sumamente difícil de comprender. Yo me pregunto cómo es posible que una persona que está a ese nivel, no sepa donde literalmente esta parada.
Me acuerdo perfectamente que de niño iba a una pequeña escuela en el barrio San Sebastián, muy cerca del lago, en frente precisamente de donde estaba el Ministerio de Educación en ese entonces regentado por tres maestros admirables pobres pero dedicados enteramente a su labor cotidiana: Don Toño que parecía un Santa Claus criollo, rubicundo y rotundo, su esposa Sarita y doña. Juanita. De esto va a ser ya más de medio siglo y nunca se me olvidará que lo primero que hizo el maestro Toño fue desplegar sobre el pizarrón uno de esos cartones que se enrollaban que mostraban los continentes. En cierto sentido fue lo primero que aprendí junto con las primeras letras. ¿Cómo es posible que en el mundo de la cibernética sepan menos que lo que aprendíamos nosotros con medios audiovisuales rústicos?
Es sobre este asunto tan importante de la educación y la cultura sobre las que quiero hacer estas y otras reflexiones sucesivas, porque estaríamos dando palos de ciego si no orientamos a nuestros alumnos sobre lo que es realmente necesario aprender y lo que no es tanto precisamente para ahorrar tiempo y esfuerzo.
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