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Desde la recalentada indignación expresada por los aficionados del beisbol, la blogósfera y, peor aún, los ostensibles periodistas objetivos por el hecho de que Andre Dawson fue el único jugador electo al Salón de la Fama en 2010, parecía como si los votantes que no eligieron a Roberto Alomar habían rebajado el conjunto de sus logros espectaculares al nivel de las hazañas de, digamos, Marty Barrett, y que la gran carrera de Barry Larkin sólo fue un poco mejor que la de Gene Larkin.
Pero en un dramático giro, el sol salió sobre el horizonte luego del anuncio del miércoles sobre la elección de Cooperstown, de la misma manera que lo hizo luego de cada votación. Lo que ha cambiado no es la votación, sino la cultura de beisbol que la rodea. La reacción fue innecesariamente ruidosa y —¡sorpresa!— completamente carente de perspectiva histórica.
Ni Alomar ni Larkin alcanzaron la cinta dorada este año, pero hay poca evidencia para sostener que alguno de ellos estará impedido de ser exaltado en el futuro. Alomar, quien recibió un 74.2 por ciento del voto en su primer intento será exaltado el año próximo. Larkin, quien recibió 51.6 por ciento, tiene una ruta más difícil, pero en algún momento dentro de los próximos 14 años debería ser elegido.
- Aquí les presento una corta lista de jugadores no elegidos en su primer intento: Cy Young (511 victorias), Joe DiMaggio, Eddie Collins (3,315 hits), Jimmie Foxx, Whitey Ford, Eddie Mathews, Rogers Hornsby, Robin Roberts, Roy Campanella y Yogi Berra . Alomar no puede reclamar superioridad sobre ninguno de ellos.
Brett y Ryan recibieron dos de los totales más cuantiosos. Ryan (quien nunca lideró la liga en victorias, y nunca ganó un Cy Young, no ganó 17 juegos en una temporada en sus últimos 16 años y nunca fue considerado del nivel de Sandy Koufax, Bob Gibson, Pedro Martínez y Greg Maddux) recibió un 98.8 por ciento del voto.
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Los cambios fundamentales de la cultura del beisbol han rodeado y sofocado el proceso, sin embargo, el resultado de este año fue un falso coraje que sugiere que ha ocurrido una gran injusticia con Alomar, cuando la realidad es que los votantes se comportaron de una manera consistente con la de sus predecesores.
La diferencia no es la votación, sino nuestra era. La manera en que el beisbol se ha vendido y mercadeado a sí mismo ante el público desde 1995 delata la huelga de 1994 como un momento crucial. Antes de la huelga, los jugadores eran visualizados como obstáculos desafortunados para las ganancias de los dueños. Luego, los jugadores, los gerencias y la Oficina del Comisionado no querían arriesgarse a volver a perder el público otra vez, y la industria sufrió una marejada orquestada de cambios ceremoniales: Se celebraron ciertos momentos, se reconocieron ciertas hazañas.
Los dueños del beisbol no perdieron un chance para inflar y conmemorar a sus estrellas, según evidencian sus momentos más altos (¿o bajos?): la corrida de Sammy Sosa desde el jardín derecho para abrazar a Mark McGwire durante el juego luego que McGwire bateara su jonrón 62 en 1998; los Marlins y Yanquis pararon el juego durante la Serie Mundial del 2003 para darle una aplauso de pie por su retiro próximo a Roger Clemens, aunque éste jugaría cuatro años adicionales. La celebración estaba de moda. Disentir, aunque fuera por un año, estaba descartado. Luego de años de descuido, el beisbol se unió al negocio de las memorias.
Incidencia de tecnología
El segundo cambio es que el proceso de votación ha sido secuestrado por la tecnología, con más análisis estadístico así como la preponderancia de opiniones en internet. Los mensajeros, antes menos apasionados, ahora son activistas. La blogósfera, casi por definición, no es objetiva sino reaccionaria, compuesta por portales web cuya génesis está enclavada en reconocer que la prensa popular es enemiga, incompetente o ambas. La prensa popular —que todavía incluye a muchos de los votantes del Salón de la Fama, siempre en necesidad de un abrazo grupal o cansada del abuso— satisface los reclamos a cambio.
El análisis estadístico es cíclico, y por tanto los jugadores que producen ciertos números—la OPSiación de la papeleta del Salón de la Fama— ganan más consideración, no sea que los votantes se ganen la ira de la gente de números. Junto a cientos de blogs, el contenido de Grandes Ligas —emitido por su propia cadena— produce un tsunami de pensamientos que pueden llegar a intimidar y hasta influenciar a los votantes.
Sí, Edgar Martínez junto a Rogers Hornsby, Lou Gehrig, Babe Ruth, Ted Williams y Stan Musial son los únicos jugadores con promedio de .300, 500 dobles y .400 de embasamiento Pero acaso alguien en su sano juicio preferiría tener a Martínez en su equipo sobre el resto de los jugadores mencionados?
La cultura de gratificación instantánea, combinada con el impulso institucional hacia promover la celebración y el bombardeo constante de números y frases de los expertos, ha tenido un claro efecto sobre la votación del Salón de la Fama, también. No sólo se presiona más a los votantes para exaltar a más jugadores y algunos peloteros en específico —Martínez tuvo sus partidarios; Albert Belle no— sino que también hay más presión para exaltaciones en la primera papeleta e, inevitablemente, exaltaciones unánimes.
Hazañas que nunca antes representaban un boleto gratis de entrada —Harmon Killebrew bateó 573 jonrones y Early Wynn ganó más de 300 juegos, pero ambos fueron exaltados en su cuarto intento— ahora son vistas como causas para una elección automática.
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