La gente que ha sufrido en carne propia un terremoto de gran poder destructivo y terribles consecuencias mortales, comprende mejor el sufrimiento de quienes tienen el infortunio de sufrirlos después. Son hermanos en la desgracia. En este sentido, la población de Nicaragua y más exactamente la de Managua, que sufrió el devastador terremoto del 23 de diciembre de 1972, se identifica más fácilmente con la gente de Haití, particularmente la de Puerto Príncipe, víctima del terrible terremoto del martes de esta semana, y tiene que ser más compasiva y solidaria con ella.
Realmente, la catástrofe causada por este sismo de Haití es peor que la de Managua en 1972. La magnitud del terremoto de Puerto Príncipe, de 7.3 grados en la escala de Richter, fue mucho mayor que la del ocurrido en Managua hace 37 años, de 6.2 grados en la misma escala. “Un sismo de 7 grados es diez veces más poderoso que uno de magnitud 6”, explican geólogos y sismólogos. El terremoto de Puerto Príncipe, según informó la cadena de televisión Euro News, tuvo la fuerza de 30 bombas atómicas como las que Estados Unidos explotó en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945.
Después del terremoto de Managua del 23 de diciembre de 1972, el Diario LA PRENSA pudo volver a circular hasta el 1 de marzo del siguiente año, es decir, de 1973. Y en su primera edición post terremoto publicó un reportaje del famoso periodista Horacio Ruiz, titulado “Un ensayo del juicio final”, con el significativo antetítulo de “¡En 30 segundos, sólo Hiroshima y Managua!”, en el cual escribió que: “Por horas y horas, después de la sacudida, los habitantes de Managua bien podían, sin que se les tildara de locos, haber aguzado el oído a la espera de la trompeta. Si realmente habrá algún día del Juicio, éste fue el ensayo final”. Entonces, si tal se pudo decir de aquel terremoto de 6,2 grados Richter, que destruyó el centro de Managua y mató a 10 mil personas, ¿qué se podría decir del apocalíptico sismo de Haití que fue de 7.3 grados, casi diez veces más poderoso que el de Nicaragua?
Por otra parte, se conoce que el daño que causan los terremotos en países atrasados y pobres -donde en general las construcciones no cumplen los requisitos indispensables de seguridad-, es mucho mayor que en los países desarrollados que sí construyen con todas las precauciones antisísmicas. En este orden cabe preguntarse que si el terremoto de 7.3 grados en Haití hubiera ocurrido en Japón -un país mucho más sísmico pero desarrollado y muy bien preparado para resistir los movimientos telúricos- ¿habría causado tanta mortandad y destrucción como el del martes recién pasado en Puerto Príncipe?
Seguramente que no. Basta recordar que el 11 de agosto del año pasado, un terremoto de 6.5 grados – o sea más fuerte que el de Managua en 1972- sacudió la provincia de Shizuoka, en el centro del Japón, que además es un país superpoblado. Sin embargo aquel sismo causó una mínima destrucción material, ni una sola muerte y únicamente alrededor de 60 personas heridas.
Es cierto que, según explican los expertos, la fuerza destructiva de un terremoto no depende sólo de la energía liberada, sino también de la duración del sismo, de la fuerza de las sacudidas terráqueas, de su tipo de movimiento, de la profundidad y distancia del epicentro en relación con los centros urbanos y lugares muy poblados. Y el epicentro del terremoto del martes pasado en Puerto Príncipe se localizó muy cerca de la ciudad, su profundidad fue de apenas 10 kilómetros, duró casi un minuto y su movimiento fue horizontal, todo lo cual lo hizo mucho más destructivo.
Pero es obvio que si las construcciones en Haití fueran de mejor calidad y cumplieran estrictamente los requerimientos antisísmicos, la mortandad y la destrucción hubieran sido mucho menor. Es lo mismo que se dijo del terremoto de Managua en 1972. Y en ambos casos la enseñanza más importante ha sido que a pesar de la pobreza hay que construir mejor y estar bien preparados para afrontar los nuevos cataclismos sísmicos o ensayos de Juicio Final, que inevitablemente seguirán ocurriendo. Sin embargo, en nuestros países la principal lección que dejan las catástrofes naturales, igual que la historia, es que nunca se aprende la lección.
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