“Está temblando otra vez, no podemos reaccionar, somos frágiles. No tenemos medios para reaccionar. Tienen que evacuar a todo el mundo, no tenemos comida, no tenemos medicina. La gente está en la calle. Todo está destruido, hay muchos muertos”. Con terror reflejado en el rostro y angustia en su voz, clamaba el periodista haitiano que por Euro News, canal televisivo de noticias europeo, estaba transmitiendo en vivo al momento de otra violenta réplica del devastador terremoto que la tarde del 12 de enero de 2010 destruyó a Puerto Príncipe, capital del hermano país de Haití.
Cadáveres en las calles, heridos tendidos en las aceras y patios, lamentos de los atrapados en los escombros, dolor e impotencia en los sobrevivientes, edificios colapsados como naipes, incendios. La Casa Presidencial destruida, al igual que el Hospital General y calles tras calles de viviendas. Para quienes vivimos el terremoto de Managua en 1972, lúgubres imágenes revividas.
El presidente de Haití, da sus primeras declaraciones y habla de 50 mil muertos, el Primer Ministro por su parte menciona a 100 mil, un diputado dice que son 500 mil. Los medios de comunicación reportan que el gobierno haitiano está desarticulado y con imposibilidad de implementar los mecanismos primarios de emergencia. Es la comunidad internacional la que se moviliza en socorro de un pueblo desprevenido e incapacitado para dar repuesta a una tragedia, que si la medimos por el número de habitantes afectados: 3 millones, puede multiplicar por diez la de Managua, que para 1972 contaba con 300 mil habitantes.
Hoy es Haití, en su capital Puerto Príncipe, la víctima de un fenómeno natural convertido en desastre, en gran parte a consecuencias de la extrema pobreza y a la corrupción y crisis políticas que han asolado a lo largo de su historia a un empobrecido país, que en su momento contó con grandes recursos naturales y fue muy rico productor de azúcar y café.
¿Y Nicaragua, en especial Managua, qué tan preparada se encuentra para enfrentar un muy posible terremoto? Todos los expertos coinciden en que tarde o temprano nuestra ciudad será sacudida nuevamente por un potente terremoto. Ahora Managua tiene una población de más de un millón de habitantes, cuatro veces más que cuando el terremoto de 1972. La potencial tragedia seguramente tendrá costos humanos y materiales mucho mayores que en el pasado.
Si bien es cierto, hoy existe un Sistema Nacional de Atención y Prevención de Desastres con organismos especializados como la Defensa Civil, cabe preguntarse, más allá de apasionamientos políticos, si cuentan con los recursos suficientes para enfrentar las múltiples amenazas de desastres masivos que enfrenta Nicaragua (huracanes, inundaciones, terremotos, incendios forestales, sequías )
Por otro lado ¿Que tan preparadas se encuentran las empresas, fábricas, instituciones para que su personal pueda responder ante estas emergencias? Es también una responsabilidad de la empresa privada tomar medidas de protección para su personal.
Quizá lo más importante ¿Sabe usted qué hacer en su hogar? ¿Ha identificado las áreas seguras de su vivienda, las vías de escape rápido de la casa, lo que tiene que hacer cada uno de los miembros de la familia en caso de presentarse un desastre? ¿Tiene un botiquín de emergencia, agua almacenada con renovación periódica, lámpara de mano, radio de batería?
La Prevención, Atención y Mitigación de Desastres Masivos debe de ser una efectiva y prioritaria Política de Estado en Nicaragua, dotada con suficientes recursos. La Cultura de Prevención, una forma de vida de nosotros los nicaragüenses. En un reciente artículo que titulamos “Cuando el hogar es la tumba”, decíamos que lamentablemente parece que nuestra memoria histórica es muy corta y nuestra actitud fatalista y que hemos bajado la guardia en la calidad de construcción de las edificaciones y en nuestra conciencia de los graves riesgos de desastres que enfrentamos.
Prestemos atención a la sombría campanada de la tragedia de Puerto Príncipe. Hoy es Haití, hay altas probabilidades que Nicaragua lo sea en cualquier momento.
¿Qué tan preparados se encuentran usted y su familia?
No lloremos mañana, lo que podemos prevenir hoy.
El autor es psicólogo social
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