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La población de Nicaragua ya puede tener una idea clara de lo que conseguirá con el “socialismo del siglo XXI”, si observa lo que sucede hoy en Venezuela. Ese caos económico, que asfixia a los venezolanos, lo volvería a sufrir la nación nicaragüense si el presidente Daniel Ortega insiste en aplicar todas las recetas de Hugo Chávez.
Si Venezuela, con la riqueza petrolera que posee, está al borde del colapso, ¿qué le podría pasar a Nicaragua con ese modelo de socialismo, si este país ni tiene petróleo ni exporta lo suficiente para pagar sus cuentas?
Algunos economistas afirman que lo bueno del Gobierno de Ortega ha sido mantener el programa del Fondo Monetario Internacional (FMI), porque así ha dado estabilidad a la economía de Nicaragua, a pesar de su retórica agresiva contra el empresariado.
El FMI ha exigido a Nicaragua el control del déficit fiscal y la inflación y cierto nivel de reservas monetarias, generando alguna confianza entre los inversionistas, aunque por detrás Ortega da golpes al sector privado, como cuando incitó a un grupo de deudores morosos a sitiar microfinancieras y no pagar, con las consecuentes pérdidas para estas instituciones y la economía del país.
El 26 de enero del 2007, 15 días después de haber asumido la Presidencia, Ortega dijo: “Quisiéramos no tener que sentarnos con el Fondo Monetario Internacional; estaríamos más tranquilos, lógicamente… Los países que no tienen que verse sometidos a las normas del Fondo están más tranquilos, más desahogados”.
Tres años más tarde, una de las tablas de salvación económicas del Gobierno es el FMI, del que recibe dinero y avales para préstamos de otros organismos, cuando Nicaragua más necesita, porque en el 2009 dejó de recibir al menos 100 millones de dólares de naciones cooperantes, por el ya conocido fraude en las elecciones municipales del 2008 que favoreció al partido de Ortega.
Sin embargo, Ortega comparte los mismos sueños políticos de Chávez, quien a principios del 2009 manifestó su aspiración de que para diciembre de ese año en Venezuela ya no existiera “ni una sola ley contrarrevolucionaria”, para “terminar de demoler las estructuras del Estado burgués y crear las nuevas estructuras del Estado proletario”.
Contrarrevolucionario, para ellos, es todo lo que se opone a sus planes de poder absoluto, cualquier ley o acción que los interfiera o limite.
Ahora Venezuela se desliza hacia la quiebra económica, pero a Chávez le interesa más que su partido gane las elecciones de parlamentarios de septiembre próximo; y para ello necesita gastar más dinero en regalías a la población pobre. Por eso devaluó la moneda, para disponer de más dinero local (bolívares). Los especialistas ya veían necesaria una devaluación, pero el motivo principal de Chávez con ella no es buscar el saneamiento de la economía, sino la posible cosecha de votos, manipulando la miseria.
Sin querer, Chávez le hace un gran favor a los nicaragüenses, al recordarles qué fue lo que empobreció más a este país en la década de 1980: la obsesión de nacionalizar la economía, perseguir a empresarios privados y convertir al Estado en el gran empleador (de simpatizantes políticos), regalador de bienes y apañador de ineficiencias; hasta terminar un día con los recursos y percatarse, al fin, de que la producción nacional cayó tan bajo que sólo queda mendigar.
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