El Gobierno de Daniel Ortega carece de originalidad hasta en la forma de tratar el hambre, ensañada contra la población campesina tras la sequía del año pasado; y su preferencia por el discurso, antes que por la obra, devela una incapacidad.
Cuando los funcionarios gubernamentales se esmeran en declarar que esa hambruna es responsabilidad de las administraciones “neoliberales”, que precedieron al presidente Ortega entre 1990 y 2006, me parece estar escuchando a los voceros del venezolano Hugo Chávez.
Los ciudadanos nicaragüenses pagan los salarios de Ortega y sus ministros para que resuelvan problemas, no para buscar justificaciones o esforzarse sólo por mantener la mano extendida y el rostro compungido, hasta provocar la compasión de los donantes internacionales.
El estilo administrativo de los gobiernos de Nicaragua y Venezuela, autodenominados “socialistas del siglo XXI”, lleva a pensar que están cargados de funcionarios inútiles o tan sumisos que sólo saben copiar y repetir explicaciones, dedicados a la tarea de buscar culpables en vez de salidas.
Cuando el sistema de energía de Venezuela cayó en crisis hace semanas, el presidente Chávez se lavó las manos diciendo que el déficit en la generación de electricidad era culpa de los gobiernos “oligarcas”, sus antecesores.
Esa justificación, sin embargo, es una confesión de su propia ineptitud, porque Chávez está en el poder hace más de diez años y debería sentir vergüenza de admitir que durante tanto tiempo ni se percató del problema ni pensó en invertir en nuevas fuentes energéticas, previendo al menos el crecimiento poblacional o económico del país.
Peor aún, el Colegio de Ingenieros de Venezuela (CIV) dejó en evidencia la mentira de Chávez, al recordar que hace seis años le advirtió al Gobierno sobre el colapso inminente del sistema eléctrico venezolano; y nadie les hizo caso. Significa que el Presidente supo del problema, pero le importó poco.
Se parece a lo que sucede ahora en Nicaragua. Miles de familias campesinas, desesperadas, buscan alimentos porque sus cultivos, fuente única de sustento, fueron arrasados por la sequía, un fenómeno recurrente que volvió a mediados del 2009.
Ortega, quien gobierna desde hace tres años, ni siquiera previó que por eso habría más hambre en las zonas rurales durante los primeros cuatro meses del 2010. De haberlo considerado, pudo, por ejemplo, crear reservas de víveres o pedir ayuda con anticipación y asistir a los afectados antes que llegara la hambruna.
Son los organismos internacionales, en especial el Programa Mundial de Alimentos (PMA), los que empiezan a socorrer a las familias campesinas en riesgo. Mientras, los funcionarios gubernamentales teorizan sobre las causas estructurales de la pobreza y el hambre en Nicaragua, y anuncian planes para pedir más ayuda en el exterior.
Ignoro cuánto tiempo más puede aguantar un país, como Nicaragua, que sus gobernantes inviertan más tiempo en discutir las causas históricas de la pobreza que en ponerse a trabajar para reducir la cantidad de pobres. Y si de imitar se trata, es mejor seguir los pasos de quienes, con sus iniciativas, consiguen resultados palpables y avanzan; en vez de ir tras aquellos que “resuelven” todo con discursos y giran sobre su misma sombra, más en retroceso.
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