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Sandra Láinez carga a quien considera su ángel de la guarda, su nieto Ángel cuando cumplió 1 año en el 2008.

EL ÁNGEL QUE CAMBIÓ AL

El ruido estridente no permite escuchar las pláticas de las mesas. Los clientes brindan chocando las botellas y luego sueltan carcajadas o un grito de ¡“Viva el Bóer”!

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de borrachos y prostitutas, en el que incluso se fraguó el asesinato de un conocido periodista, decidió cerrar sus puertas un día buscando cómo salvar la vida de un bebé

Fotos de La Prensa/ Miguel Lorío

Son muchos los recuerdos que tiene Sandra Láinez de los 17 años que estuvo a cargo del bar Yacutinga´s. Desvelo, vicios, pérdidas y ganancias económicas; todo esto lo cambió por una lavadora, una secadora y varios metros de alambres para atender a una clientela diferente, donde no hay pleitos, gritos ni bulla. Ahora está a cargo de un a lavandería, donde afirma “lavo hasta calzones”.

El ruido estridente no permite escuchar las pláticas de las mesas. Los clientes brindan chocando las botellas y luego sueltan carcajadas o un grito de ¡“Viva el Bóer”!

Las canciones que salen de una vieja pero tradicional roconola hacen que las parejas se levanten a bailar una cumbia o música chinamera. Un grupo musical anima más el ambiente.

Una prostituta se acerca a un borracho. Luego del coqueteo y baile sensual el borracho accede a irse dando traspiés con la mujer ventruda pero atractiva. Él para saciar sus ganas locas de tener sexo y ella para llevar unos centavos a su casa.

Los pleitos entre hombres no faltan. Uno que otro saca una pistola y dispara. Otro trata de defenderse con un cuchillo o simplemente con una silla.

Las botellas de cervezas de cada noche son incontables. Hay quienes prefieren beber Ron Plata. Al final, lo importante es pasar una noche “loca”.

En el bar hay un poco más de 40 mesas, una pista de baile y aproximadamente seis meseros. Los dueños se encargan de recibir el pago y de vigilar que no entren menores de edad al local para evitar problemas con la Policía, que de vez en cuando llegan a controlar algún pleito o simplemente inspeccionar que todo esté en orden.

Éstos son los recuerdos que tiene Sandra Láinez del bar Yacutinga´s. Ahora en la casa de Láinez, ubicada en San Judas, ya no frecuentan borrachos, ni prostitutas y mucho menos se vende licor. Yacutinga´s pasó de ser uno de los bares más populares de la zona a una lavandería. Todo este cambio “gracias a una enseñanza divina”, expresa la señora de 45 años de edad.

Hace 19 años, doña Sandra era maestra, daba clases en el Instituto Nacional Rigoberto López Pérez. Su esposo Joel Sandoval, originario de Ometepe, recién empezaba a acostumbrarse a vivir en la capital cuando propuso hacer una coctelería en la casa de doña Sandra. Poco a poco el negocio fue creciendo, el menú que ofrecían se iba ampliando en la medida que llegaban más clientes. Cuando se percataron, tenían un bar-restaurante al que querían poner un nombre llamativo: “Rinconcito sabrosón”.

Una tarde, Milton Martínez, uno de los clientes más fieles del bar, decidió regalarle un rótulo con el nombre que los mismos clientes le pusieron, así fue que el Yacutinga´s empezó a popularizarse. El nombre tiene origen en una novela brasileña que estaba de moda en ese tiempo, “el bar en la novela tenía ese nombre extraño y la dueña se llamaba Sandra como yo, a mí no me gustaba, pero los clientes mandan”, cuenta la señora que no siente nostalgia de esa época de desvelo y sacrificio.

Sandra ya no tiene que lidiar con prostitutas, homosexuales o borrachos, aunque cuenta que el ambiente era agradable y que no se imaginaba nunca con otro negocio. Asegura que tenía buenas relaciones sociales con este tipo de personas, que nunca las discriminó porque sabe que la vida que llevan no es nada fácil. Las ayudaba en lo que podía.

Ahora la vida que lleva es más tranquila y sana. Ayuda a otras personas pero de una mejor manera. “Tres veces por semana nos reunimos con un grupo de niños para que estudien la Biblia”, comenta satisfecha de su cambio de vida.

Doña Sandra y su esposo Joel se arrepienten de haber llevado una vida desordenada y de vicios. Ambos eran fumadores y también ingerían licor con frecuencia. Doña Sandra era adicta a las máquinas tragamonedas.

Haber tenido el bar les dejó pérdidas irreparables, como cuando su hija mayor, Yerling María, ahora de 27 años, a los 12 años de edad se fue con uno de los músicos que era mucho mayor que ella. “Si no hubiera tenido ese local, si no hubiera tenido ese mundo, si no hubiera vivido tan absorbida en ese negocio a lo mejor como madre hubiera tenido un poco más de visibilidad y hubiera visto el peligro que estaba pasando esa niña, pero como es una vida tan absorbente, no veía nada”, cuenta afligida.

Otro episodio que lamentan mucho es que el bar haya sido involucrado en el escandaloso asesinato del periodista Carlos Guadamuz. Una de sus meseras declaró a la policía que el asesino junto con sus cómplices habían planeado la muerte en el bar Yacutinga´s. Los dueños del bar prefieren no hablar del tema, aunque aceptan que el hecho atrajo a varios curiosos, los clientes no disminuyeron. “Es el día de hoy y hay personas que gritan desde la calle, ¡ahí se planeó la muerte de Guadamuz! Nosotros ya nos acostumbramos, pero al inicio teníamos miedo que la gente creyera que teníamos algo de culpabilidad”, comenta don Joel.

Otras desavenencias que pasaron es haber tenido el conocimiento que las mujeres “fichadoras” llegaran a robar a los hombres, o permitir que las prostitutas y homosexuales llegaran a buscar clientes.

Cerrar el local no estaba en los planes de doña Sandra. No fue hasta que nació su nieto Ángel que ella empezó a hacer un cambio de vida. “Yo pensaba, si vendo 100 cajas de cervezas el fin de semana, me estoy ganando 12,000 córdobas. Pago de salario 3000, aparto el pago de luz y agua, me quedaba una ganancia de 5000 en dos días. ¿Dónde me voy a ganar esa cantidad en dos días? En ningún lado. Tenía ganancias, no nos estábamos haciendo ricos, pero vivíamos bien, por eso no era una posibilidad cerrar el bar”. Hasta que empecé a hacer pactos con Dios, me vi obligada a cerrarlo.

El cambio que vivieron doña Sandra y Joel desde el 2007 no fue sólo de negocio, sino también de ambiente, religión y clientes. “Fue duro”. Todo inició cuando su otra hija, Meyling Massiel, de 21 años, salió embarazada. Doña Sandra decidió apoyarla porque su hija iba a ser madre soltera. Durante el embarazo tuvo problemas de salud y depresión. A los seis meses tuvieron que hacerle una cesárea porque ya no tenía líquido amniótico. Desde ese momento se vienen días y noches de angustia, desesperación y desvelo. A pesar que los médicos no le daban esperanzas de vida al niño, Ángel sobrevivió con una ileostomía debido a problemas en el colon.

“Mi Ángel parecía muñequito, de tan chiquito con costo medía una cuarta. Estaba bajo de peso”, cuenta doña Sandra con los ojos lagrimosos. La lucha contra la muerte de su nieto la lleva a creer en Dios, a pactar con Él todos sus vicios con tal de salvar a su nieto. Ángel siempre estuvo entre la vida y la muerte. Había ocasiones en que los médicos no le daban más tiempo de vida. Permanecía en el hospital todo el tiempo, lo más que estaba en la casa eran 15 días. “Ahí empecé a desligarme del negocio, quedando sólo Joel para poder mantenernos”.

Para darle de comer al niño tenían que hacerlo con un gotero, darle una gota cada dos minutos, si le daban dos, se escapaba de ahogar. “Momentos muy difíciles”.

La familia Sandoval Láinez nunca se acostumbró a ver al niño con el colon y parte del intestino por fuera. Las esperanzas de que algún día su colon volviera a funcionar se frustró cuando al cumplir un año le practicaron dos tipos de operaciones que no resultaron. La esperanza que tenían es que pudiera vivir, pero siempre con una ileostomía.

En el Hospital La Mascota, tanto los pacientes como los familiares pasan momentos de angustia. Doña Sandra pasó aproximadamente 13 meses durmiendo sobre unos cartones, al lado de otras madres o familiares de los niños internados, aguantando hambre y sed. A veces esperaban que alguien bondadoso les regalara café y pan. Por eso asistían a los cultos que llegaban a dar en el hospital para poder comer un pequeño sándwich. Pero con el tiempo, doña Sandra empezó a creer en Cristo y a pactar para que sanara a su nieto.

“El primer pacto que hice fue dejar de fumar, el niño mejoró. Tiempo después dejé el alcohol, el niño mejoraba”. Lo más difícil de dejar para doña Sandra fue el vicio a las máquinas tragamonedas. Ella cuenta que tenía 16 aparatos sólo para ella.

“Cuando le venían a hacer el conteo quincenal a las máquinas, me podían quedar hasta 20,000 córdobas de ganancia, le prestaba esos 20,000 con anticipación a Joel del dinero de las cervezas y le pagaba cuando venían a hacer el conteo. Las máquinas eran mías, pero nunca le ganaba. Cuando eran las cinco de la tarde necesitaba estar sentada frente a una máquina. Ya estaba metiendo al bacanal a mi esposo porque cuando él me miraba que ya había perdido todo, él se metía en otra máquina para tratar de recuperar lo que había metido yo. Eso nos fracturó bastante en la parte económica”, explica doña Sandra mientras recibe a unos clientes que llegan a dejarle la ropa para que las lave y planche.

El último pacto que le tocaba hacer con Dios para que sanara al nieto era cerrar el bar. “No podía servirle a dos señores, por el día le pedía a Dios para que sanara a Ángel y por la noche le servía al diablo con el bar”, afirma doña Sandra. Cuenta además que cuando decidió cerrar el bar, fue una decisión irrevocable y que hasta sus 5 hijos sufrieron mucho el cambio. Pasaron de estudiar de un colegio privado a uno público. Pero afirma que vale la pena porque en el nuevo negocio de lavandería todos cooperan y cada uno tiene una asignación.

El 31 de diciembre del 2008 fue el último día que la familia Sandoval Láinez sirvió una botella de licor. Al día siguiente se sentaron para contar las ganancias. Apartaron dinero para pagar a los proveedores, a los meseros y se quedaron con 35 córdobas más unas cuantas cajillas de gaseosas. Vendieron mesas, sillas, parlantes, mantenedoras y demás cosas que ya no utilizarían. Por suerte les había sobrado comida de la noche anterior. Así pasaron una semana de angustia y desesperación porque no sabían de qué iban a mantener a la familia.

Como en un sueño, a doña Sandra se le ocurrió poner una lavandería con precio accesible. Los miembros de su iglesia les ayudaron a pintar la casa y hacer propaganda. Así nació la lavandería “Mi Ángel”, que poco a poco empezó a dar ganancias para poder comprar el medicamento y sustancias especiales que necesitaba Angelito.

Un mes después, en febrero del 2009, desafortunadamente el niño a los 13 meses de edad sufrió dos ataques cardíacos y falleció, devastando a la familia que empezaba a construir su vida nuevamente, todo con el fin de ver al niño mejorar.

La fe de la familia se tambaleaba. Doña Sandra cuestionaba el porqué Dios se había llevado al niño si había cambiado de vida, había dejado de fumar, beber, el vicio de las máquinas y había cerrado el lugar de perdición. Hasta que empezó a creer que el nieto representaba un Ángel de la guarda que lo había enviado a la tierra para que la familia cambiara para bien.

A un año de haber abierto la lavandería, la familia no recibe grandes ganancias, pero sí suficientes para mantener una vida cómoda y tranquila. Con el nuevo negocio han tenido el mismo éxito que tuvieron con el bar Yacutinga´s, pero con una clientela diferente. Siempre con esmero y dedicación, pero con mejores resultados.

El trabajo arduo les ha ayudado a aceptar más rápido la muerte de Ángel.

“Los vecinos ahora viven en paz, sin bulla ni peligro. Otros clientes me agradecen porque desde que cerré el bar, ya no beben”, finaliza don Joel. b

Lo que fue el Yacutinga´s b

La Prensa Domingo

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