Tiempo ha, desde las cumbres del ministerio de Educación se viene concienciando al magisterio nacional para que, con el empeño de todos, logremos en Nicaragua una educación de calidad. Noble deseo y necesario objetivo en provecho de los destinatarios: los niños
Pero corremos el riesgo de mutilar esa deseada educación de calidad, que quede incompleta, si nos atenemos a una sola dimensión: la intelectual dejando de lado la educación en valores, que junto con la otra abarca al hombre total.
Cuando hablamos de educación en valores pretendemos que el niño descubra desde sus primeros años sus propios valores, se comprometa con ellos y decida de manera responsable vivirlos toda su vida. El papel que le corresponde al educador en este enfoque es estimular estos procesos para que el alumno libremente descubra cuáles son sus preferencias en el campo de los valores.
Algo que no debemos olvidar es el desarrollo del concepto moral, el conocimiento del bien y del mal, valores que deben asimilarse desde los primeros años y hacerlos norma en su manera de proceder.
La escuela no debe limitarse a preparar el hombre del mañana, técnica y científicamente; a ello está comprometida pero ese otro complemento, el moral, tan esencial el todo individuo, se descuida con frecuencia.
Nos quejamos y nadie se libra de esa agobiante realidad en la que estamos sumergidos, la corrupción, que no es más que la pérdida de los valores fundamentales que deben existir en toda sociedad.
Pero no lo esperemos todo de la escuela. Desde hace tiempo los profesores nos venimos preguntando: ¿Quién educa hoy? En primer lugar debe hacerlo la familia que debe ser escuela de los más altos valores También nos preguntamos ¿qué espera la familia de la escuela? Pero también en qué contribuye la familia en la formación de esos valores, de esa familia a veces inexistente, destruida, hijos abandonados, condenados a su suerte. En estos casos la acción del mejor maestro es muy limitada.
Ante el mundo complejo que vivimos la familia y la sociedad no pueden dejar a la escuela toda la responsabilidad de formar al hombre de mañana. Tampoco puede la escuela asumir la función de educar en valores un mundo marcado por la indiferencia. No olvidemos que familia-escuela, compenetradas en la misma tarea, es el mejor crisol en el que podemos formar al hombre de mañana.
La acción de educar va más allá de la mera transmisión de conocimientos, hemos de verla como la influencia ejercida sobre el educando para ayudarle a alcanzar su personalización. El auténtico fin de la escuela es colaborar a que el educando vaya construyendo su personalidad. Poner en el centro a la persona como valor absoluto es enseñarle a interpretar el mundo y sus realidades desde el hombre, y pensemos que valor es todo lo que nos ayuda a ser hombre cabal.
Creo que dada las circunstancias en que desempeñamos nuestra misión los maestros debemos superar las barreras del miedo y atrevernos a hablar de los auténticos valores que hacen al hombre imagen y semejanza de Dios.
Sólo así tendremos una Nicaragua distinta de la de hoy, pero la tarea es de todos.
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