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Paola posa con sus amigos en Cádiz, España.

A buscar la Vida

Varias fotos en la cartera son suficientes para emprender sin plan de retorno a lo desconocido, guardando en su equipaje una chaqueta desteñida que compró en algún mercado de Managua, en busca de calor para poder soportar el invierno nevado que por primera vez conocería.

escribió hace muchos años que “no es patria el suelo que se pisa, sino el suelo que se labra”. Dos jóvenes nicaragüenses relatan cómo asumieron el reto de emigrar a España, aplicando esa frase a su estilo de vida

Fotos de La Prensa/Rámón Villarreal/Agencias/Cortersías

Compró dos billetes aéreos. El de regreso es sólo un requisito. Y partió de las entrañas de su tierra, con una ilusión, su pasaporte y un par de maletas. Su único fin: empezar una vida desde cero en la puertas de Europa: España.

Varias fotos en la cartera son suficientes para emprender sin plan de retorno a lo desconocido, guardando en su equipaje una chaqueta desteñida que compró en algún mercado de Managua, en busca de calor para poder soportar el invierno nevado que por primera vez conocería.

Walter Lacayo es un joven granadino de 26 años, alto, delgado, con poca cabellera. Recuerda a flor de piel cómo el temor se apropió de su cuerpo, mientras fue prisionero por 11 horas de ese avión que a ciegas cruzaba el mar Caribe.

Lacayo es uno de los principales productos de exportación de Nicaragua en estos días duros. Nicaragua no sólo “exporta” su gente a Costa Rica y Estados Unidos, sino que se está diversificando a nuevos destinos como España.

Del 2007 al 2009 la embajada de ese país europeo otorgó 1,649 visados a nicaragüenses.

Muchas de estas visas son para estudiantes. ¿Cuántos de estos jóvenes regresan? No existe un informe que detalle ese dato.

“Sus documentos”, le pidió un oficial al llegar al “inmenso y lujoso” aeropuerto de Barajas de Madrid.

“Recé fervientemente en silencio ese 14 de noviembre del 2007, para que aquel hombre no encontrara la manera de descubrir lo que mí conciencia me repetía una y otra vez: no volvería a Nicaragua, hasta lograr conseguir mi residencia”.

Según el Presidente de la Asociación de Amistad Hispano-Nicaragüense en Madrid, Luis Sacasa, la residencia es cada vez más difícil de conseguir por la actual crisis económica que afronta el gobierno de España.

“Considero que cada vez irán poniendo más trabas para legalizar al extranjero inmigrante. Se ha incrementado las cifras del desempleo y por tal motivo la ecuación que hace el español poco culto es la siguiente: hay cuatro millones de ciudadanos en paro, y sin embargo viven aquí (en España) seis millones de extranjeros, entonces encuentras en las calles mensajes con la frase: España para los españoles primero”, afirma un poco molesto, Sacasa.

En España, el nombre de un extranjero indocumentado pasa a un segundo plano. Es normal escuchar el término “sin papeles”. Los únicos que se interesan por su verdadera identidad son los agentes de migración.

La Asociación de Amistad Hispano-Nicaragüense dice haber recibido a nicaragüenses que se quejan de ser víctimas de xenofobia y de racismo. Aunque no precisa cifras, asegura que semanalmente recibe personas que buscan apoyo.

Según Sacasa “”no es justo que luego de haber explotado por varios años a los inmigrantes, durante la época de las vacas gordas, ahora quieran prescindir de sus servicios”.

Era difícil predecir lo que pasaría. Walter arribó a Madrid dos años antes, sin tan siquiera contemplarlo como una probabilidad.

El nicaragüense observaba angustiado las diversas puertas y escaleras eléctricas características del principal aeropuerto de ese país. Pero el tren que pasea a lo interno del edificio, le mostró que estaba en Europa, y sintió una pena al recordar que en Nicaragua no existiera al menos una “vieja locomotora”.

“Me atemorizaban los trenes, tenía horror de quedarme atrapado en esas puertas electrónicas, entonces con miedo subía, pero descendía rápidamente, mientras me observaban burlescos un par de señores”, asegura.

Lacayo al fin logró encontrar el sitio donde recoger su equipaje, se sentía muy solo y con vergüenza de preguntar a cualquier desconocido, pero una panorámica escena le devolvió la alegría; en los grandes ventanales se observaba cómo cristales blancos descendían del cielo.

—Está nevando— se dijo asimismo.

Nadie imaginaría que detrás de esa emoción que marcaba su rostro, en un país pequeño que solo es recordado en Europa por las guerras sufridas, dictadores y desastres naturales, él, había dejado un hogar con deudas y una promesa de enviar remesa para reponer lo vendido.

“Cuánto me dolió ver convertidos en dólares y luego en euros (moneda europea) ese carro que en su tiempo me sirvió para taxear y llevar el gallopinto, y si me pongo a detallarte todo lo que vendí no acabaría”, subraya el joven.

Walter portaba en su maleta de mano un pasaporte, la carta de invitación de un amigo de su madre, y su diploma de bachiller “autenticado”, aclara. Según él, ese documento le ayudaría a conseguir un trabajo “de lo que sea”, mientras tanto, se refugiaría en un centro de protección para inmigrantes.

La situación de este nicaragüense se repite constantemente y ahora con más frecuencia.

Para Luis Sacasa, como representante de la Asociación nicaragüense que aglutina a más de 500 compatriotas en Madrid, “España no es más ese país rico que parecía haber despertado de forma brusca de un sueño que no pasó de ser un espejismo”.

Lacayo logró encontrar trabajo cuatro meses después de haber arribado a España, pero tuvo que irse a vivir a Zaragoza (a unos 300 km de la capital), comunidad donde reside una parte considerable de nicaragüenses.

En el buscador de Internet Google, basta con escribir “nicaragüenses España”, para encontrar innumerables mensajes similares a éste: “Soy nicaragüense y estoy en España/Zaragoza, necesito encontrar trabajo en cualquier cosa”.

Además, presentan su currículum virtual: “Trabajo en el campo, cuidando mayores, de ayudante de construcción, limpieza de casas, cuidado de pacientes en hospitales. Atentamente, Marcos”.

Sin embargo, Lacayo asegura que las mujeres son más solicitadas en esta comunidad.

“La mayoría son mujeres jóvenes que trabajan de domésticas, he conversado con muchas de ellas y el sentimiento es casi siempre el mismo, afirman ser explotadas al no tener ni siquiera la mitad de derechos que una española o europea”, asegura.

Pero su caso es distinto, tiene más de dos años trabajando ilegalmente como disc jockey (persona encargada de escoger, mezclar o manipular música) en una discoteca en la ciudad de Zaragoza. Asegura no sentirse explotado, pero sí discriminado por el estado.

“Si tuviéramos los inmigrantes el apoyo del gobierno de este país, podríamos estudiar gratuitamente, y podríamos tener acceso a los servicios de salud, pero somos sin papeles y para ellos sin derechos”, suspira.

En Valencia, la Compañía de Jesús fundó un Centro de formación con la finalidad de contrarrestar ese sentimiento de rechazo de los miles de extranjeros que residen en esa provincia.

“Del 2007 al 2009 el Centro de Formación, Investigación para la Integración e Inserción laboral de inmigrantes (CEIMIGRA) ha inscrito gratuitamente en la ciudad de Valencia a 2,758 nicaragüenses que no tienen documentos en regla, con el fin de que realicen talleres interculturales y así puedan sentirse parte de la sociedad española y legalizarse”, asegura el coordinador de los espacios, Álvaro Barros.

Del otro lado de la historia, en Rivas, Nicaragua, una madre intenta superar el “vacío” que dejó su hija al partir de Nicaragua. Paola llegó a España el 19 de junio del 2007. Ese día doña Paula Briceño, su madre, sintió que “le arrancaban la vida”.

Se consuela observando unas fotos, hablando con ella semanalmente y pensando que pronto su hija logrará ser residente y así cambiar su suerte en este país de flamencos y toreros. Doña Paula recuerda como días anteriores a su partida, Paola dedicó algunos minutos a tranquilizarla, asegurándole que no debía preocuparse.

“Yo le decía que íbamos a poder salir adelante, que no se fuera, pero ella insistía que estaría mejor en un país de oportunidades. Lo único que me tranquiliza es que está con mi hermana”, asegura Briceño.

Doña Paula es docente en un colegio en Belén, Rivas. Ella ha sido testigo de cómo el pueblo ha quedado en el abandono, tras emigrar familias enteras hacia Costa Rica y España.

“Cuando se fue mi hija, se fue también otra vecina a España, a la joven ya la deportaron. Qué difícil es para mí imaginar que un día podría ocurrir con Paola, y ahora resulta que también mi hijo quiere emigrar, pues no ve futuro en este país”, expresa doña Paula, mientras se apaga su voz en el teléfono.

Sin embargo Paola, de melena riza y piel canela, desde el otro lado del mundo afirma sentirse dichosa por haber logrado culminar sus estudios en estilismo y peluquería en un centro privado de la capital, gracias al apoyo de su tía materna, quien reside legalmente en España por estar casada con un ciudadano de ese país.

Además, esta joven tiene el apoyo de su primo materno, a quien quiere como hermano.

“Esto ha marcado mi vida, me he formado profesionalmente, me siento respaldada de todas estas personas maravillosas”, asegura la joven de 22 años.

Sin embargo, Paola afirma tomar sus precauciones al caminar en la ciudad, por temor a que le soliciten sus documentos.

En el 2009, La Brigada de Expulsión de Delincuentes Extranjeros expulsó de España a 7,591 extranjeros ilegales (de todas partes del mundo), según datos oficiales de ese país.

Noticias como éstas, afirma doña Paula, la mantienen alerta. “Le repito cada vez que me llama (Paola) que se cuide, que recuerde que no anda documentos y sin esos papeles podría pasarle lo peor”.

Por motivos profesionales Paola vive y trabaja actualmente en Cádiz, un municipio español situado en la Comunidad Autónoma de Andalucía. Ella es peluquera y de lo que devenga, envía remesa a su familia.

Con la vista al Mediterráneo, la joven de 22 años recuerda a su tierra cada vez que la melancolía se apodera de ella. “Soy muy nica”, afirma, y lo demuestra cada 7 de diciembre en la celebración de La Gritería.

Ese día, centenares de nicaragüenses se reúnen para celebrar a la Inmaculada Concepción de María, con la diferencia, que han tenido que prescindir de cohetes, triquitraques y de carga cerradas, por estar prohibido su uso.

Pese a esta limitante, los organizadores de La Asociación de Nicaragüenses se esmeran en la decoración del altar para la “Conchita”. Y si alguien pasara por ahí ese día, vería a Paola gritar a todo pulmón: ¿Quién causa, tanta alegría? b

La Prensa Domingo

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