Fuera de este insoportable clima político, en el que el gobierno tiránico de Daniel Ortega prioriza la violación a los derechos fundamentales de los nicaragüenses y los atropellos a la institucionalidad del país, hay otros aspectos de la vida cotidiana que nos deben preocupar muchísimo.
El tema de las condiciones climatológicas, a nivel mundial y particularmente en Nicaragua, ha dejado de ser un “tópico de moda” de los ambientalistas (como lo califican despectivamente a quienes les ha importado poco o nada la conservación de la especie humana, animal y vegetal) para convertirse en una profunda preocupación de todos.
Los trabajos periodísticos que LA PRENSA ha publicado sobre los efectos de la sequía en varios municipios del país, la pérdida de recursos hídricos (ríos, ojos de agua, represas, saltos, etc.), la escasez de alimentos, el despale por el avance de la frontera agrícola y ganadera, la contaminación, y sobre todo la negligencia tanto del campesino como de los dueños de grandes extensiones de tierra, cada día pone a Nicaragua al borde de un abismo.
Y no es exageración. Pueden visitar San Lorenzo, municipio de Boaco, donde la aridez es estremecedora, o Terrabona, municipio de Matagalpa, donde el suelo se parte. O pueden viajar al norte de Chinandega, donde el verano es sencillamente devastador.
Éste es un asunto que no sólo es responsabilidad del gobierno de turno o de los gobiernos anteriores. Con el tiempo, estamos viendo los resultados de nuestras propias acciones individuales. Y poco falta para que nos lamentemos y lloremos sangre cuando no haya agua disponible para consumo humano, ni tierras con los suficientes nutrientes para tener una producción que genere riqueza en todos los ámbitos, principalmente a las familias rurales, donde normalmente no hay presencia del Estado, más que para reprimir y pedir el voto de los ciudadanos.
Pueden ver Google Earth, que permite volar a cualquier lugar de la Tierra y observar imágenes de satélite, mapas, relieves, etc., y se darán cuenta de cómo se encuentran las áreas que antes fueron grandes extensiones boscosas. Es triste observar la devastación en muchas zonas de Nicaragua.
Finalmente, hago referencia a la Isla de Ometepe, que al mirarla a través de Google Earth uno se da cuenta que lo que llamamos “Maravilla Natural” y “Oasis de Paz”, etc., pronto podría dejar de serlo si quienes viven en ella (campesinos, nativos con grandes extensiones de tierra, extranjeros que han comprado propiedades y autoridades locales) no implementan medidas que contribuyan a que ese lugar vuelva a ser un verdadero paraíso, como lo fue no hace mucho, no vayamos lejos, sólo unas tres décadas atrás.
Hay que poner un alto a esa invasión de extranjeros comprando tierras que con “visión turística” construyen pequeños hoteles a orillas del Lago Cocibolca o retirados de las costas, pero no ajustándose a estándares internacionales de protección del medio ambiente. En islas de otros países del mundo ni siquiera entrarían.
Por otra parte, es necesario que las autoridades locales y del Gobierno Central promuevan la implementación de otras formas de cultivo, tales como los sistemas agroforestales y silvopastoriles, que benefician directamente a las familias rurales y regenerarían las áreas devastadas.
Es mejor que la gente de mi querida isla natal actúe pronto, porque comunidades como Pull, San José del Norte, San Marcos, La Flor, Los Ramos, San José del Sur, Esquipulas, Los Ángeles, entre otras, podrían no tener tiempo ni para lamentarse. Cambien su forma de hacer producir la tierra y reforesten.
Ver en la versión impresa las páginas: 11 A