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Un alcalde sandinista del norte de Nicaragua confesó a un corresponsal de LA PRENSA que recibió órdenes de callar ante cualquier pregunta de los periodistas sobre la hambruna que sufren miles de familias en esa región. Se lo exige su partido, el Frente Sandinista (FSLN), el mismo que controla el Gobierno central.
Pero antes de la orden de censura, el alcalde recibió un regaño fuerte porque él y otros munícipes, también miembros del FSLN, habían relatado a LA PRENSA las penurias que padece la gente en sus territorios por falta de alimentos, como consecuencia de la sequía que ha asolado parte del país desde mediados del 2009.
En enero pasado, cuando se supo que en las zonas más afectadas por la sequía los campesinos habían perdido la mitad de sus reservas de alimentos, reporteros de LA PRENSA visitaron ciertos municipios donde los alcaldes se interesaron en dar detalles del problema, conscientes por supuesto de que al divulgarlo por un medio de comunicación nacional tendrían más posibilidades de recibir ayuda.
¡Qué gran pecado cometieron! Esa miseria no puede ser divulgada, según el manual de “comunicación” de los censores del FSLN, cuyo secretario general, Daniel Ortega, es también presidente del país. Permitir que se conozca que ahora hay más hambre en Nicaragua y que el Gobierno ha sido incapaz de asistir a los hambrientos es ir contra la gran promesa de Ortega: hambre cero.
Por eso, ministros y propagandistas del FSLN salieron de inmediato a desmentir la escasez de alimentos, a pesar de que alcaldes y afectados narraban la tragedia con la firmeza que les da ser testigos o víctimas. Y el Gobierno, para dar a entender que aquí no pasa nada malo, enfatizó a mediados de enero que posee suficientes reservas de alimentos.
Sin embargo, más de un mes después, el hambre ataca más fuerte en al menos 30 municipios y las ayudas no llegan. El último reporte del organismo internacional Acción contra el Hambre precisa que “las familias que no tienen dinero para comprar (comestibles) están recurriendo a la recolección de frutas de fácil acceso, por ejemplo los mangos” y “también están empezando a consumir algunas hierbas silvestres y musáceas, que podrían considerarse ‘alimentos del hambre’, pues sólo se recurre a ellos”.
La asistencia del Gobierno, ofrecida en enero, aún es promesa; y ahora los alcaldes prefieren guardar silencio, temen hablar con franqueza de la hambruna, en público y ante periodistas, porque el incumplimiento de la orden partidaria, de cerrar la boca, puede crearles problemas.
El presidente Ortega admitió el viernes que “se ha venido trabajando en silencio desde hace ya un tiempo, desde el año pasado que ya estaba el tema de la sequía”.
Ortega pretende, con un estilo muy conspirativo, que nadie sepa qué hacen sus funcionarios. Sin embargo, los resultados muestran que el Gobierno ha hecho muy poco por la población hambrienta y, por eso, el Presidente también quiere silenciar a quienes padecen el problema o lo conocen a fondo.
La gente acosada por la hambruna está emigrando a países vecinos, desde octubre pasado. En El Carrizo, una comunidad del Norte, los jefes de familia han emigrado hacia El Salvador y es notorio que cada vez hay menos habitantes en la comarca, constató Acción contra el Hambre. ¿Cómo estarían hoy esas personas si se han quedado esperando la “solidaridad” de Ortega?
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