En las informaciones y comentarios sobre el cambio de mando del Ejército de Nicaragua que se realizó el domingo 21 de febrero, se puso de manifiesto —como siempre ocurre en eventos como éste— el culto a lo militar y el respetuoso temor que inspira en la gente. Lo cual, dicho sea de paso, no es una característica exclusiva de la idiosincrasia y la cultura política nicaragüense, sino algo que pareciera estar en el código genético del género humano y viene desde la más remota antigüedad.
En realidad, salvo excepciones, los ejércitos y lo militar tienen en todas partes un alto grado de simpatía entre la población. Para no ir lejos, el año pasado el Ejército de Nicaragua tenía el 73,3 por ciento de confianza popular, el más alto entre todas las instituciones nacionales, según una encuesta de la firma local M&R Consultores. Como dato comparativo, en otro país completamente opuesto a Nicaragua, tanto en lo histórico como en lo cultural y lo político, como es Israel, un estudio de la Universidad de Haifa publicado el domingo pasado, reveló que el nivel de confianza de la población en el Tzáhal (como se denomina el Ejército israelí) es del 78 por ciento.
Los antiguos griegos, tan racionales y equilibrados como eran en sus creencias y conducta social, tenían, claro está, un dios de la guerra y lo militar. Lo llamaban Ares, pero en ninguna parte le erigieron templos, salvo en Esparta que era la ciudad-estado guerrera por excelencia.
Además, Ares (Marte para los romanos), dios de la guerra y de la fuerza bruta era el hermano opuesto de Atenea, diosa de la sabiduría. Según la leyenda Atenea nació de la cabeza de Zeus y por eso representaba la inteligencia. Entonces Hera, esposa de Zeus, celosa de que éste engendró de sí mismo a la inteligente y sabia Atenea, buscó cómo hacer y dar a luz un hijo sin la participación de su marido.
Con ese propósito Hera viajó al Oriente. Y un día, cansada de tanto andar se detuvo a descansar en un templo de la diosa Flora. Ésta le preguntó a Hera el motivo de su viaje, y cuando lo supo, le aconsejó que fuera a buscar una flor especial que crecía en los jardines de la ciudad de Oleno, a cuyo contacto podría quedar embarazada. Así lo hizo Hera, se frotó el vientre con la maravillosa flor de Oleno y quedó embarazada. De ese modo fue que nació Ares, el dios de la guerra, de la fuerza bruta y de la violencia armada en las relaciones de los dioses y entre los hombres.
Ares fue el inventor de las armas, organizador de los primeros ejércitos y creador del arte de la estrategia y las tácticas militares. Por eso es que Homero cuenta en La Ilíada que Zeus apostrofó a Ares: “Me eres más odioso que ningún otro de los dioses del Olimpo. Siempre te han gustado las riñas, luchas y peleas”.
Pero Ares tenía también la facultad de justificar magistralmente sus acciones bélicas. Fue por eso que en su honor se llamó Areópago al gran tribunal de Atenas donde se juzgaba a los peores criminales.
Desde la época de Homero hasta ahora ha pasado mucho tiempo y ocurrieron muchísimos cambios en el mundo y en la gente. Los ejércitos y los militares de hoy no sólo hacen la guerra, sino que también realizan obras de beneficio social que les granjean el reconocimiento público. Pero el culto a la fuerza militar sigue siendo, evidentemente, una característica de la condición humana.
Ver en la versión impresa las páginas: 11 A