La pederastia es un repugnante delito sexual que, igual que todos los crímenes de cualquier clase, debe ser castigado severamente, de acuerdo con lo que establece la ley y preceptúa la justicia. Del mismo modo, independientemente de quién sea el que comete el repugnante crimen de pederastia, sea laico o religioso, católico o protestante, civil o militar, pobre o rico, educado o ignorante, se le debe denunciar, procesar y castigar de acuerdo con la ley y la justicia, sin excepciones de ninguna clase.
Por su parte, la Iglesia católica, en el caso de los religiosos que han sido acusados de pederastia y otros delitos sexuales, por su gran autoridad moral tiene que ser la primera en denunciar y condenar a quienes se han amparado bajo su manto para cometer semejante fechoría. Y la verdad es que así ha sido. Independientemente de casos aislados, en los cuales autoridades católicas pudieron haber encubierto a algunos religiosos que cometieron tan feo delito, la Iglesia en general ha sido clara y firme en denunciar y condenar a los pederastas, lo mismo que en indemnizar a las víctimas en todo cuanto es posible resarcir de los graves daños físicos y secuelas morales, a quienes han sido víctimas de ese terrible crimen sexual.
En realidad, es injusto acusar a la Iglesia y tratar de involucrar al Papa Benedicto XVI, por el despreciable crimen de pederastia que han cometido algunos religiosos católicos. Esto es como acusar a todos los periodistas, a todos los médicos, a todos los economistas o a todos los albañiles, porque algunos de ellos han cometido cualquier clase de delito. Además, como dijera el sábado de la semana pasada el vocero de la Sala de Prensa del Vaticano, padre Federico Lombardi, Benedicto XVI es precisamente quien más ha impulsado “con rigor y coherencia” la política de “tolerancia cero” a los abusos sexuales cometidos por miembros de la Iglesia católica. Lo que pasa es que, como explicó el padre Lombardi en su presentación del sábado pasado, hay quienes tratan de dañar a la Iglesia católica y “han buscado, con cierto ensañamiento ( ), elementos para involucrar personalmente al Santo Padre en la cuestión de los abusos”.
Sin embargo, como señaló también el vocero de prensa del Vaticano, estos intentos han fracasado porque, por mucho que de mala fe se quiera enlodar a Benedicto XVI, están a la vista las pruebas de que hace ya mucho tiempo —desde cuando estaba a cargo de la Congregación de la Doctrina de la Fe y actuaba bajo las orientaciones del siempre bien recordado Papa Juan Pablo II— el entonces cardenal Joseph Ratzinger inició y desarrolló una enérgica campaña para “limpiar de basura” a la Iglesia católica.
De manera que, repetimos, está bien que se denuncie y se castigue de la manera más enérgica posible, a los pederastas, igual que a cualquier otro criminal sexual y del tipo que sea. A todos, incluyendo a los religiosos católicos que han cometido esa repugnante perversión, los cuales, dicho sea de paso, representan una ínfima minoría. Como lo ha documentado muy bien monseñor Charles Scicluna, quien pertenece al ministerio público del Tribunal de la Congregación de la Fe, en el mundo hay actualmente unos 400 mil sacerdotes diocesanos y religiosos, pero, de unas 3 mil acusaciones de pederastia presentadas entre 2001 y 2010 por hechos supuestamente cometidos en los últimos 50 años, sólo 300 han sido debidamente probadas. O sea que hay mucha mala fe en esas acusaciones, y la inmensa mayoría de los sacerdotes del mundo cumplen de manera ejemplar los mandamientos religiosos de su fe y las reglas morales de su Iglesia.
Lo que no está bien es que se generalice maliciosamente, que se mancille el honor de todos los religiosos y que se quiera dañar e inclusive destruir a la Iglesia católica, la cual por esas acusaciones está sufriendo en la actualidad su propio calvario. La Iglesia católica, por medio de la voz profética de sus pastores siempre está clamando contra la injusticia, por el bien de la humanidad, por la libertad y el derecho de vivir en democracia, no sólo de los católicos sino que de todas las personas. Y lo menos que podemos y debemos hacer los laicos es defenderla, cuando se le victimiza con campañas difamatorias como la que está sufriendo ahora inclusive contra la persona de su más alto, honorable y respetable representante que es el Papa Benedicto XVI.
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