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Corazón de Dragón

Es normal que tengamos miedo por algo que no conocemos. Lo malo es no superarlo y no salir adelante. Algo así le pasó a Alfonso, un pequeño dragón, quien vivía en lo profundo del bosque. Les contaré la historia.



Por Annetta Rayo Ruiz

Es normal que tengamos miedo por algo que no conocemos. Lo malo es no superarlo y no salir adelante.

Algo así le pasó a Alfonso, un pequeño dragón, quien vivía en lo profundo del bosque. Les contaré la historia.

Era de noche y hacía mucho frío, era la primera vez que el pequeño se quedaba en su cueva solito, sus papás se fueron a ayudar a otros dragones, y regresarían hasta después del invierno, así que le dieron a Alfonso la responsabilidad de cuidar el hogar.

El pobre no sabía ni cómo alimentarse. Así que los primeros días pasó hambre y frío.

—¡Qué frío! Si no busco cómo calentarme quedaré congelado! —se dijo.

En ese momento no se le ocurría nada, además nunca había prestado atención a los dragones mayores de cómo hacían ellos para sacar fuego de sus bocas.

—¡A ver! Sé que tengo que toser fuerte y sale fuego —dijo.

—Uno, dos, tres… Tos, tos, tos…—trataba, pero nada. Lo único que sacaba era aire combinado con saliva.

El pequeño intentó varias veces, pero éstas fueron fallidas. Después de muchos  tanteos, y ya cansado, buscó un rinconcito, se acurrucó y cubrió sus patitas con su larga cola.

De pronto, mientras Alfonso dormía, dos pequeñas luciérnagas, con una luz diminuta verde flourescente, jugueteaban por la oscura cueva, llamaron la atención del dragoncito. Rápidamente las atrapó para alumbrarse en las tinieblas.

Al principio el problema de la oscuridad estaba resuelto, pero con el pasar de las noches, se debilitaban, y no era para menos, las pequeñas lucesitas no durarían toda la vida.

Alfoncito sabía que en poco tiempo ya no tendría luz, así que intentó escupir fuego. Esta vez sacó humo, pero aún no era suficiente para encender una ramita. Desesperado, rompió en llanto y muy enojado tomó aire y con todas sus fuerzas lo expulsó. Aquello era una llamarada, todas las ojas secas que estaban en el lugar tomaron fuego.

Inmediatamente, secó sus lágrimas y se acercó para calentarse. En ese momento se dio cuenta de que la fuerza estaba en su interior, en lo profundo de su corazón.

Por varios días practicó hasta convertirse en un experto, desde ese entonces ya no padecía frío.

—¡Cómo hubiese querido que mis papás vieran lo que hice! —exclamó.

Estaba muy orgulloso de sus logros y de lo mucho que había aprendido. El resto de los días se puso las pilas para afinar sus habilidades y mostrárselos a sus seres queridos.

Cuando sus papás llegaron a casa, el pequeño no perdió

Chavalos Cuento Dragón archivo

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