Con un tazón de té de manzanilla, sentada detrás de su escritorio bajo una tenue luz blanca, Lucero trabaja en una oficina del Teatro Justo Rufino Garay.
Esta guapa mujer de 50 años lleva más de la mitad de su vida viviendo en Nicaragua y haciendo teatro. Es actriz, directora, profesora y hasta dramaturga. Felizmente, todo lo que ha hecho está relacionado directamente con el arte de la tablas. Aunque ahora también está estudiando una licenciatura en sociología. “Estar en el escenario es una de las cosas más extraordinarias del mundo”, dice Lucero, con la emoción de quien apenas empieza a descubrir este arte.
¿Cómo fue que llegaste a Nicaragua?
Vine exactamente en septiembre de 1979, porque la noticia de la derrota de la dictadura de Somoza nos movió a muchos jóvenes. Yo quería estar aquí para aprender de la gesta del pueblo nicaragüense. Así fue que llegamos mi ex pareja y yo, muy jovencitos; dejamos toda una vida y decidimos embarcarnos tras un sueño. Y ya han transcurrido más de 30 años.
Fruta favorita: Zapote.
Último disco que escuchaste: Perrozompopo.
Último libro que leíste: El amante, de Marguerite Duras.
Alegría más grande: El nacimiento de mis hijos.
Decepción más grande: Me golpeó mucho cuando el Frente Sandinista perdió las elecciones en el 90, a pesar de que tenía ya muchas críticas.
¿Cómo dormís? Boca arriba, con una almohada encima, con el brazo derecho levantado hacia atrás y la pierna izquierda doblada.
Manía oculta: Tocar madera.
Vicio oculto: La buena comida.
Si no fueras actriz serías… socióloga o antropóloga.
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¿Desde que viniste tenías pensado trabajar en teatro?
El teatro ha sido mi vida desde niña. Yo soy de Sinaloa y desde chiquita me gustaba mucho declamar, de hecho gané un concurso estatal. Tuve la suerte de ser becada para estudiar teatro y me crucé después a la Ciudad de México a estudiar Literatura Dramática y Teatro. Mi primer profesor de teatro en México fue la persona con quien me casé. Entonces era lo único que sabíamos hacer y la manera de aportar aquí. Y claro, los objetivos cambiaron; yo inicialmente quería ser actriz únicamente, pero cuando llegué aquí me replanteé las cosas y me puse a formar gente.
¿No fue sacrificio venir acá en vez de quedarte en México, donde tal vez había más oportunidad?
Toda decisión en la vida implica sacrificar algunas cosas para ganar otras. Sacrifiqué la cercanía de la familia, extraño mucho la comida también, que me encanta. Pero una cosa compensa la otra. La verdad que lo que se estaba viviendo en esa época, sobre todo del año 79 al 85, no lo cambio por nada en la vida. Tengo nostalgia de esa época porque uno sentía que todo lo que hacía era importante y porque uno sentía que pasaban cosas. Sí tenía una buena casa en México, un buen trabajo, pero siempre fui una persona comprometida con causas nobles. Quería ser consecuente con mis ideas.
¿Cuál ha sido la mayor satisfacción que te ha dejado esta carrera?
Yo me siento muy orgullosa de que se haya logrado mantener de manera ininterrumpida, durante 30 años, el grupo Justo Rufino Garay. Hace dos años me invitaron a un encuentro en Colombia y llegaron los grupos más significativos de América Latina y no eran muchos. El Justo Rufino estaba por Centroamérica. También haber contribuido a la creación de la primera sala de teatro independiente del país.
¿Y la parte más difícil?
El Justo Rufino pasó una crisis con una gente que renunció y quisieron… bueno, no quiero entrar en detalles, fue una cosa que fue muy dolorosa…
Hemos tenido momentos duros de falta de apoyo económico. Tenemos un festival que es un proyecto sin presupuesto asignado. Tenemos ayuda, y está bien, pero creemos que debería tener un presupuesto digno.
¿Qué significa ser actriz o actor en Nicaragua?
Bueno, hay que ser valiente y tener mucho amor por el teatro, mucha persistencia. Al teatro todavía no se le ha dado el lugar que se merece… Se necesita mucha pasión para contribuir al desarrollo cultural del país.
¿Qué significa para Lucero ser un buen artista del teatro?
El actor necesita de talento, pero sobre todo de disciplina. El actor debe tener una ética ante la vida, un compromiso con la realidad que le toque vivir.
¿Qué sentís cuando estás en el escenario?
Soy exigente conmigo misma, demasiado. Siempre digo que hay algo que corregir, aunque lo haga bien. Estar en el escenario es una de las cosas más extraordinarias del mundo, porque es jugar a hacer diferentes roles y entrar a un mundo de ficción. Te puedes convertir en cualquier personaje que quieras y vivir cualquier situación que te imagines. Es un privilegio maravilloso, es muy gratificante. Ver cómo mi trabajo le modifica o le toca alguna fibra humana emocional a alguien no lo cambio por nada.
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