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“…Aunque sus hombres mueran”

Ayer 4 de abril de 2010 se cumplió el 56 aniversario de los históricos Sucesos de abril, cuando un grupo de heroicos nicaragüenses se alzó en armas contra la dictadura de Anastasio Somoza García, pero fracasaron en el intento y todos  ellos fueron asesinados.

La rebelión de abril de 1954 ocurrió porque bajo la dictadura somocista estaba cerrado el camino hacia el cambio democrático por medios pacíficos.  Durante 15 años Somoza García se había mantenido  en el poder mediante fraudes electorales, la reelección  a cualquier costo y la represión contra la oposición. De allí que los conjurados adoptaran el lema de Libertad, Justicia Social y No Reelección, y que en el acta de  constitución de su movimiento suscrito  el 21 de enero de 1954, proclamaran “que la revolución que se ha venido preparando tiene como fin establecer en Nicaragua un régimen de libertades públicas, de justicia social, de decencia administrativa y de dignidad ciudadana (…) estimulando el desarrollo de la riqueza y de la cultura”.

 Desde los sucesos de abril de 1954  muchos acontecimientos  trascendentales  ocurrieron en Nicaragua. La dictadura somocista   fue derribada por el pueblo insurrecto en 1979. Triunfó  una revolución cuyos comandantes prometieron hacer lo que los mártires de abril se habían propuesto como programa, pero traicionaron al pueblo e hicieron lo contrario. La nueva dictadura fue derrotada en las elecciones de febrero de 1990 y desalojada del gobierno dos meses después, significativamente en abril. Las aspiraciones de los héroes y mártires  del 4 de abril comenzaron, por fin, a convertirse en realidad. Sin embargo, las fuerzas de aquella dictadura que había sido derrotada por el pueblo, saquearon al Estado,  y,  con su estrategia destructiva de “gobernar desde abajo” impidieron  la  consolidación de la república democrática y la realización de los ideales del 4 de abril de 1954. Finalmente, la debilidad de unos y la corrupción y la traición de otros en los partidos políticos  democráticos, facilitaron  el retorno del autoritarismo al poder y ahora el país está otra vez  como en 1954.

En realidad, si los héroes y mártires de abril de 1954 pudieran ver lo que está ocurriendo  en Nicaragua 56 años después de su heroico sacrificio, no  podrían creerlo. ¿Cómo es posible —se preguntarían— que después de tanto tiempo y de tanta sangre derramada en la lucha por la libertad y  la  democracia, todavía domine a la nación  un régimen autoritario,  y que un émulo de Anastasio Somoza García quiera perpetuarse en el poder por medio del atropello a la Constitución y la ley, del fraude electoral y  la reelección? ¿Cómo es posible  que después de tantas experiencias amargas, pero también de muchas lecciones de heroísmo, y además con un pueblo que ha demostrado  querer la democracia y la libertad, los líderes de la oposición no puedan ponerse de acuerdo y unirse para derrotar al nuevo-viejo  dictador?  Ante esta situación, sin duda que los héroes de abril volverían a proclamar, igual que  hace 56 años, su  lema de “Libertad, Justicia Social y No Reelección”. Y otra vez se alzarían a lucha  para “establecer en Nicaragua un régimen de libertades públicas, de justicia social, de decencia administrativa y de dignidad ciudadana (…) estimulando el desarrollo de la riqueza y de la cultura”.

Pero ahora no deben ser necesarias  rebeliones armadas, ni   sacrificar heroicamente las vidas como hicieron los héroes y mártires de abril de 1954. Bastaría con que los líderes de la oposición  colocaran los intereses de la nación por encima de su codicia y de sus ambiciones particulares, que se unieran en una gran alianza  opositora, que elaboraran un programa común  y que enfrentaran juntos al somocismo  que ha   reencarnado en el orteguismo.

A 56 años de los sucesos de abril de 1954  es importante recordar y valorar lo que escribiera  el  doctor Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, Mártir de las Libertades Públicas de Nicaragua y Director Mártir de LA PRENSA,  acerca de que: “la sangre generosa de quienes hacen algo por su pueblo —o del pueblo mismo cuando se inmola entero por obtener su propia libertad— siempre produce el espectáculo de una bandera enhiesta, resurgiendo de las cenizas. La historia no termina con el toque de queda frente a una sepultura, ni con el rodar de los tanques contra una ciudad pacífica. La historia comienza realmente, cuando se establece con claridad que el ideal  vive en un pueblo, aunque sus hombres mueran”.

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