Querida Nicaragua: Las fotos de un hotel en el centro de Managua recibiendo morterazos de individuos patibularios, cubiertos los rostros con trapos sucios, y más aún, la de un turista cargando con un niño saliendo a toda prisa del hotel, y otro grupo de turistas abordando un vehículo con su equipaje, huyendo de los morterazos y de las bombas lacrimógenas son dramáticas, esas fotos se ven internacionalmente y durante algún tiempo no se le ocurrirá a quien las mire, venir a hacer turismo a Nicaragua.
Tan sólo con esas fotografías ya perdimos un dineral y desactivamos una serie de negocios de turismo que iban en camino. Otra foto, la de un vehículo envuelto en lenguas de fuego, nos presenta como un país en guerra. Vehículos quemados por turbas del Gobierno que pretenden, por cualquier medio, abrir el camino para la reelección presidencial que la Constitución prohíbe. El fin justifica los medios, repiten aún algunos marxistas leninistas radicales.
El costo de esas horas de anarquía no se queda solamente en la industria turística. No. Detiene las inversiones que probablemente llegarían al país en los próximos días, fomenta el desempleo, crea incertidumbre y temor en los comerciantes, deprime la industria, repercute en los organismos internacionales que planificaban préstamos para Nicaragua, aumenta la pobreza y en fin, la anarquía es lo más parecido a la guerra, el peor de los males que pueda ocurrirle a un pueblo.
Y aquí, donde lo que menos queremos es anarquía, surge de nuevo promovida por la ambición de quien no quiere dejar el poder, de quien quiere como Chávez, Evo Morales, o Rafael Correa, reelegirse para quedarse en el poder quién sabe cuánto tiempo.
Este tipo de anarquía ya lo conocemos y es precisamente lo que ha impedido el desarrollo que Nicaragua necesita. Todos conocemos cómo en los años ochenta los llamados “revolucionarios” hicieron todo género de desmanes, pues consideraban que la “revolución era fuente de derecho”. Cuando perdieron frente a doña Violeta iniciaron un nuevo tipo de lucha, dispusieron gobernar “desde abajo”. Y como tenían en la Policía y el Ejército a los mismos militares que tienen ahora, hacían desastres para no dejar gobernar a ninguno de los tres gobiernos democráticos que les sucedieron; huelgas, paros, tomas de edificios, asonadas, morterazos, anarquía cada dos, tres o cuatro meses. Así vivieron, haciéndole la vida imposible a los gobiernos democráticos. Y ahora que han llegado al poder por la equivocación de los liberales al dividirse, han vuelto a las andadas, actúan como en los años ochenta. Y aparecen hasta las mismas turbas anárquicas, un tal Cienfuegos que nunca falta en las asonadas, los mismos forajidos de siempre, inclusive apareció ahora el famoso Frank Ibarra, confeso asesino de Arges Sequeira, presidente de los confiscados, y Donald Mendoza, apodado “Cara de Piña”, el autor del asalto a la casa de la UNO.
Éste es el mismo gobierno de los años ochenta en vivo y a todo color. Un gobierno electo popularmente que tiene todos los atributos para ser un buen gobierno, pero que lo atrapó la droga del poder. Quiere la reelección, la cual está prohibida por nuestra Constitución. Y para lograrla sus operadores políticos andan haciendo de las suyas. Y Nicaragua está pagando un altísimo costo, pues este tipo de asonadas tiene resonancia permanente en el ámbito internacional. Actualmente no somos un país atractivo ni para el turismo, ni para las inversiones. Seguimos pues en pie de lucha por la democracia.
El autor es director general
de Radio Corporación.
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