Legum servi sumus ut liberi esse possimus
(“Somos esclavos de las leyes
para que podamos ser libres”).
Cicerón
Colaboracionistas famosos fueron los franceses, fundaron un gobierno para apoyar la ocupación militar de su país por los alemanes.
Justificaciones sobraron. Razones reales: admiración por el régimen que les había derrotado. Esos serviles no podían evitar el “arrobamiento” ante los éxitos de Hitler: economía centralizada, control de precios, de cambio, organizaciones paramilitares, destrucción sistemática de la oposición, criminalizar la disidencia, poder absoluto del gobernante que se creía la “encarnación” del pueblo, todo dentro del estricto apego a la legalidad positivista, cambiando ley tras ley, hasta crear el “corpus” jurídico, colectivista de un caudillo y una sociedad servil, era su ideal, no sólo de Francia, sino de toda Europa. No menos fueron los países que en Europa Oriental harían igual, no para Hitler, sino para el no menos absoluto y genocida caudillo de la URSS, José Stalin.
Curiosamente, los alemanes solían justificarse en la necesidad de “convivir” con sus victoriosos militares, como algo preferible al comunismo. Mientras pocos años después los soviéticos, darían la misma excusa con relación al “nazi-fascismo”, más que al mismo capitalismo del que aprovecharon su Ley de Préstamos y Arriendos y nunca pagaron..
Nacional Socialismo, Fascismo, Comunismo y Socialismo del Siglo XXI son ideologías colectivistas. Tienen diferencias de forma, no de fondo. Son inspiradas en la negación del individuo, la propiedad y el derecho natural, para instaurar la más absoluta y repugnante tiranía… en nombre de una justicia colectiva. Quienes desean “convivir” con tales formas de administrar la sociedad, sólo son partidarios del servilismo y la ciega obediencia. Gobiernos con ambición totalitaria toleran la disidencia, cuando y mientras, no puedan exterminarla. Sólo se acepta la obediencia absoluta
Nicaragua está en medio de un proyecto político, que desde su primer gobierno, pasando por la estrategia electoral y el cambio sistemático de la legislación, hasta la fecha, siempre ha dejado en claro sus ideas, y su intención de implantar una revolución en función de las mismas. No menos socialista fue Hitler que Stalin, ni Stalin que Mussolini. Sólo que no conviene identificarse con los que perdieron la guerra. Así los serviles “de izquierda” aún pueden “criticar” el stalinismo de Stalin y aplaudir el de Fidel.
Por ello es que no podemos perder de vista ciertas realidades objetivas:
1- Los colaboracionistas que excusándose en un “amenazante” avance de la derecha, realmente no temen tal cosa. Juzgan por su condición, que es la que siempre han querido desde la oposición, que Ortega se quite para ponerse ellos, y hacer exactamente lo mismo. Pero no serán tan fácilmente recibidos por un “caudillo” que pisotea líderes de sus propias filas para imponer sus más cercanos y fieles lugartenientes.
2- El FSLN vive del Estado. Los militantes no mantienen su partido. Por el contrario aspiran a ser “mantenidos” por él. Y en la medida en que la política la hacen mercenarios serviles y corruptos, quien se mantenga en el poder por medio de la trampa electoral, matará una oposición acostumbrada a eso.
3- La mayoría de la denominada sociedad civil tiene los mismos vicios de los partidos, y carece de ideología coherente, proyectos viables y disciplina. Su fuerza numérica se diluye en nada, y las ideas de sus “líderes” son una amalgama confusa de diversas formas. Son tigres de papel con uñas acrílicas
En resumen, el problema está en manos de los ciudadanos. Sólo se puede reconstruir la República rechazando las ideas que la han empobrecido y estableciendo instituciones capaces de permitir que la gente decente y trabajadora prospere.
El país se empobrece, pero, hay quien gana mucho, hay “inversionistas” entrando en áreas muy específicas, hay grandes negocios… y hay aspirantes colaboracionistas que están cansados de quedar “por fuera” de esos “buenos” negocios.
Debe cambiar el juego de la política como actividad subsidiada por la corrupción y llevarla hacia una función financiada por los propios ciudadanos conscientes y militantes de una participación decente en partidos que defiendan los derechos naturales de cada individuo. Y eso es apenas el inicio.
El autor fue Auditor General del Banco Central de Nicaragua y Consultor de la Superintendencia de Pensiones
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