Por Edgard Rodríguez C.
En un país en el que se carece de hospitales y las escuelas no son suficientes para la demanda de cada año, quizá resulte inapropiado hablar sobre la necesidad de construir instalaciones deportivas.
Es más, buena parte de los trabajadores no tienen el salario que necesitan para vivir decentemente. Y los maestros, médicos y policías, que desempeñan una labor extremadamente necesaria, continúan con sueldos discretos y sin opciones de mejoría a lo inmediato tras la crisis mundial que sufre la economía.
Sin embargo, el deporte es como dijo una vez César Luis Menotti, lo más importante de lo menos importante, es decir, de esos rubros que van luego de la alimentación, la educación y la salud. Tiene que ver con la salud mental, con las necesidades de esparcimiento y de recreación en medio de un mundo agitado y veloz.
Cualquier país del mundo, aún con sus economías agrietadas y con políticos de escasa confiabilidad, tienen sus instalaciones deportivas. Aquí no tenemos un solo escenario del cual podamos sentir orgullo. Ni siquiera el estadio de beisbol, deteriorado y arcaico, que además se volvió un peligro serio.
Y este problema de la carencia de instalaciones es lo que ha privado al Real Estelí de poder actuar en la Liga de Campeones de la Concacaf, para la cual había clasificado con todo el mérito del caso. No tenía muchas opciones en el torneo, pero llegar hasta ahí es un gran estímulo.
Y aunque la directiva esteliana maquilló el estadio Independencia, ya se sabía que estaba distante de las condiciones y requerimientos que se exigen para eventos de más envergadura. Es decir, no podemos seguir implementando soluciones sencillas a problemas complejos.
El problema de las instalaciones deportivas es serio. Y debería ser abordado a profundidad por el Gobierno, la iniciativa privada y los actores involucrados con el deporte. Hay que elaborar el proyecto, generar las ideas y buscar el financiamiento. De lo contrario, no vamos a pasar de seguir lamentándonos.
Sí, somos un país pobre, pero la mayor pobreza la tenemos en la cabeza. Jamás hemos dejado de vernos con un sentido lastimero, en busca de la compasión de los demás, en lugar de asumir la responsabilidad que tenemos de edificar el país que deseamos.
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