Y Además
En un momento de su largo viaje desde la región Hiperbórea —donde mató a Medusa y le cortó la cabeza para llevarla como trofeo y prueba de su hazaña— hasta su hogar en la isla de Serifos, Perseo se sintió cansado y decidió detenerse para tomar un tiempo de reposo.
Se detuvo en un lugar del África del Norte donde reinaba el titán (gigante) Atlas o Atlante, del que unos dicen que era hijo de Urano (el Cielo), otros que de Zeus y unos terceros aseguran que el titán Japeto fue su padre. Atlas había encabezado la rebelión de los titanes contra el dominio de Zeus (la llamada “titanomaquia”, o batalla de los titanes), pero al ser derrotada la insurrección él fue condenado a cargar el enorme globo de la Tierra sobre sus hombros, por toda la eternidad.
Pues bien, al llegar Perseo a los dominios del titán Atlas, de acuerdo con la antigua y siempre respetada costumbre o ley de la hospitalidad se le tenía que dispensar una cálida bienvenida y ser atendido generosamente. Es que los antiguos griegos por mandamiento sagrado tenían que recibir amistosamente a los visitantes extranjeros (xenia) y agasajarlos según su rango y alcurnia .
Aquellos griegos practicaban la xenofilia (simpatía hacia los extranjeros), y no la xenofobia (rechazo y odio a los extranjeros) que acostumbraban otros pueblos y que se practica en diversas partes del mundo hasta nuestros días. Entre los griegos el quebrantamiento de la xenofilia sólo ocurría en raras ocasiones y quien negaba la hospitalidad a los extranjeros que llegaban en plan pacífico, de alguna manera recibían el castigo merecido.
Al respecto la escritora estadounidense Margaret George, relata en su novela Helena de Troya el caso del rey de Esparta, Menelao, quien debía partir hacia Creta para participar en los funerales de su abuelo Catreo. Pero alistándose para su viaje se encontraba, cuando llegó a Esparta en misión de buena voluntad el príncipe troyano Paris, de manera que Menelao tuvo que posponer su viaje durante nueve días, pues según la costumbre durante ese lapso se tenía que agasajar a un visitante extranjero de alto rango. Y menciona también George el caso de Admeto, rey de Feras, quien al llegar Heracles (Hércules) de visita tuvo que atenderlo como era debido durante ese período, a pesar de que su amada esposa, la reina Alcetis, se estaba muriendo en esos mismos días.
Pues bien, Perseo se detuvo en los dominios de Atlas esperando recibir de éste la hospitalidad que se acostumbraba, máxime siendo un hijo de Zeus. Pero Atlas, quien había sido advertido por un antiguo oráculo de que un hijo de Zeus lo despojaría de su reino, repudió a Perseo y le ordenó que se marchara de sus dominios inmediatamente, o lo mataría.
Al ser rechazado por Atlas de manera tan grosera y violatoria de la ley de la hospitalidad, Perseo entró en furia, y sacando del zurrón la cabeza de Medusa, la puso de frente al gigante, quien al verla a los ojos quedó inmediatamente petrificado. Y como era tan gigantesco el titán, al ser convertido en piedra se formó el monte y toda la cordillera de África del Norte que lleva en su memoria el nombre de Atlas.
Y así, sin haber podido descansar como quería y lo necesitaba, Perseo volvió a ponerse las sandalias aladas de Hermes y siguió su vuelo de regreso a Serifos, donde tenía que entregar la cabeza de Medusa al rey Polidecto.
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