Con alma de golpista
Uno de los críticos más feroces del golpe de Estado en Honduras, que aún hoy se niega a reconocer al presidente Porfirio Lobo por considerar que éste fue elegido cuando aún había un régimen de facto, reveló con naturalidad su deseo de dar un golpe al parlamento de Nicaragua.
Se trata del presidente Daniel Ortega, quien con tal de volver a ser candidato presidencial y gobernar por tercera vez, a pesar de la prohibición clara de la Constitución nicaragüense, buscó el apoyo del sector empresarial para su idea de disolver la Asamblea Nacional.
Por un motivo similar, los militares hondureños dieron un golpe de Estado al presidente Manuel Zelaya, quien contra la Constitución quiso hacer una consulta en busca de apoyo popular para reelegirse. Ortega, enemigo declarado de esos golpistas, ha llegado a concebir algo peor: acabar con el Poder Legislativo y convertirse en dictador absoluto y eterno.
Los militares que botaron a Zelaya y lo expulsaron del país en junio del 2009, alegando que defendían la Constitución, al menos tuvieron el cuidado de dejar que el parlamento de Honduras decidiera de inmediato el futuro del gobierno, eligiendo un presidente temporal, mientras había elecciones.
En el caso de Nicaragua, al margen de si Ortega da o no el golpe algún día, esa sola declaración revela su intención de encerrar al país en el atraso. Cuando organizaciones de la sociedad civil centroamericana discuten cuál es la mejor visión de futuro, para reducir la pobreza y la inseguridad y conseguir más democracia en sus naciones, Ortega propone retroceder al año 1980, a circunstancias que estropearon la unidad nacional y estimularon un conflicto armado.
Lo más importante para Ortega, queda claro, es él mismo en el poder. Sólo así se explica que haya propuesto al Consejo Superior de la Empresa Privada (Cosep) eliminar la Asamblea Nacional y formar un Consejo de Estado, similar al de 1980 cuando su partido, el Frente Sandinista, se impuso a la oposición con representantes de todas sus organizaciones gremiales y de masas, dando paso a un régimen totalitario.
“Eso lo podríamos reeditar… Si ustedes me dicen que lo reeditemos, yo voy y lo reedito. Si el Cosep me da el respaldo, yo lo reedito… Ya disuelvo la Asamblea Nacional y vamos a ocupar la Asamblea Nacional, y vamos a elegir. Pero ustedes tienen la palabra ”, dijo el miércoles Ortega mostrando su alma de golpista.
Pretende así anular a partidos políticos que en el parlamento le impiden reformar la Constitución y conseguir la reelección presidencial indefinida. Los diputados de esos partidos también le obstruyen el plan de mantener en el Consejo Supremo Electoral (CSE) a magistrados sumisos que le garantizarían ser electo en el 2001, si es preciso con otro fraude como el que hicieron en los comicios municipales del 2008.
Con sólo manifestar el deseo de acabar con la poca democracia del país, lo menos que consigue Ortega es elevar el nivel de incertidumbre entre los nicaragüenses y los extranjeros que quizás han pensado en invertir aquí. Una vez más demuestra que sigue aferrado a ideas fallidas, de hace tres décadas o más; y si nunca cambia, nunca podrá ver el futuro.
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