Loable es la misión del obispo Juan Abelardo Mata en buscar como paso inicial la unidad de las fuerzas liberales, que debe conducir necesariamente a la gran unidad de todas las corrientes democráticas. Este esfuerzo de monseñor Mata para lograr tan importante objetivo debe ser base de una estrategia política que priorice los elementos principales de esta unidad. Los mecanismos para alcanzarla deben estar imbuidos en la mejor buena fe, y en la decisión de los autores para obtener resultados tangibles viables en su implementación.
El país se acerca a pasos agigantados a las elecciones generales del 2011, no contándose todavía con una estrategia definida que cronológicamente determine la ejecución de la misma. En el contexto de la visión y misión que debe existir en momentos tan cruciales como el actual, es urgente tener lineamientos bien definidos de lo que se quiere hacer, forjar los objetivos y los medios para lograrlos. Hasta el momento se ha concretado la posibilidad de realizar elecciones primarias para la selección de candidatos presidenciales y lógicamente de diputados; sobre este cometido la reflexión debe embargar el buen criterio y sano juicio con sentido patriótico de la dirigencia de nuestros partidos políticos, pues no se debe obviar poder acudir con pleno civismo a buscar un consenso nacional para la selección de estas candidaturas, siendo a todas luces este procedimiento más eficaz y beligerante. Esto dejaría de lado el peligro de escisiones y grietas profundas que pudieran causar estas elecciones primarias, considerando que el país y nuestra idiosincrasia política no está preparada para estos eventos. No hay verdadero antecedente válido sobre el tema, recordándose que la única elección primaria, plebiscito llamado en ese entonces, fue realizado por las fuerzas liberales el 25 de marzo de 1962, que por cierto no dejó un grato recuerdo. Amago de primarias se hicieron en el 2006, que fueron totalmente irregulares, se devaluaron, dándose el caso que algunos precandidatos a diputados obtuvieron más votos que los habitantes existentes en ciertos municipios en que participaban, y peor aún, una vez electos éstos y en posesión de sus cargos, abandonaron al partido que los llevó a su curul, y dejaron posteriormente sin partido a quienes los sacaron del ostracismo y anonimato político. Eso no debe repetirse nunca más en elecciones venideras.
Es hora de la unidad nacional; de forjar una causa común; de enderezar el rumbo del país hacia la búsqueda de una verdadera justicia social, en donde se tenga visión de una mejoría sostenida de la población, una visión de Nación.
Hay que dejar atrás las aspiraciones personales de cualquier índole cuando éstas no son beneficiosas para el país, debiendo escogerse a los mejores hombres y mujeres para que en la Asamblea Nacional representen los intereses de los nicaragüenses. Que no se vuelva en un futuro a escuchar que se crean bancadas independientes para hacer bisagra legislativa, que lo único que buscan es parcializarse al vaivén de las circunstancias; la única bancada existente debe ser la que se comprometa plenamente con la democracia, con el pueblo.
Los líderes políticos desde ya deben estar organizando sus agrupaciones y partidos desde las bases; es necesario exigir sanear el padrón electoral, forjándose también alternativas para que se puedan cedular los miles de jóvenes que han alcanzado los 16 años de edad, o que tendrán esa edad el día de las elecciones, ayudándoles a obtener su documentación. Nuestros heroicos fiscales de la lucha cívica, en las mesas electorales, deben continuar siendo capacitados, perfeccionando sus conocimientos ya adquiridos, y no esperar hasta el último momento para hacerlo. Y lo más importante, lograr el cambio total en las estructuras del Consejo Supremo Electoral, lo que daría pauta a una verdadera transparencia que, aunado a la vigilancia nacional e internacional pluralista e imparcial, durante todo el proceso electoral, quizás podría devolver la confianza perdida después del gigantesco fraude de noviembre del 2008.
La unidad de las fuerzas liberales debe dar paso como una condición sine qua non, a la gran unidad nacional, forjándose ésta en el entendido que hay que deponer actitudes personalistas, partidistas, o de cualquier índole que pudiera dislocar esta unidad.
Que no se den intransigencias que provoquen que la población se frustre y visualice una tercera vía, mejor decir primera vía, en la que converjan los que verdaderamente estén comprometidos con la democracia y con los intereses de las grandes mayorías. Esto debe evitarse a toda costa, y depende en gran parte del liberalismo lograrlo, usando la prudencia política y la sensatez histórica, dando paso a nuevos liderazgos. La unidad es ya; las estrategias deben estar listas.
El autor es concejal liberal de la Bancada Vamos con Eduardo (PLI), en el Municipio de Managua.
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