Cuando Zelaya y sus “liberales” destrozaban la economía nacional, perseguían y torturaban, sus víctimas abominaron de sus opresores y acuñaron un anatema para definirlos: “Liberal, vivan las uñas viva el puñal”. El dictador huyó y dejó tras de sí un país en la miseria.
Don Enrique Guzmán definió a su manera los partidos políticos: “En nuestra atrasadísima Nicaragua hay pequeñas agrupaciones, pandillas que no tienen otro vínculo que su ciega adhesión a un caudillo cualquiera o mezquinos intereses de campanarios”.
Luego agrega: “A mi juicio estas pandillas no merecen el nombre de ‘partidos políticos’. Es verdad que los individuos que las forman se llaman, como en otros países, ‘conservadores’ y ‘liberales’, porque en fin, para no confundirse, algún nombre se han de poner; pero era más lógico cuando se llaman ‘calmucos, chapiollos, mechudos, timbucos, calandracas, paperones’, etc. Estas denominaciones extrañas eran perfectamente apropiadas a nuestras pequeñas agrupaciones sin ideas”.
Ha pasado más de un siglo y la naturaleza de esos “partidos” no ha variado mucho, siguen siendo pandillas agrupadas alrededor de un caudillo ambicioso y sin escrúpulos.
No basta ganar las elecciones, aún suponiendo que sean transparentes, supervigiladas y garantizados sus resultados; hay que desmontar el pacto Alemán-Ortega. Los diputados deben ser electos en cada departamento, como se elige ahora a los alcaldes en cada municipio; el manejo de las cédulas debe estar en manos responsables, para lo cual hay que separar la cedulación del Consejo Supremo Electoral; este organismo debe volver a ser lo que era antes, ya que un Poder Electoral es una aberración institucional pactista.
La unidad del liberalismo es la trampa pactista de Alemán, socio solidario de Ortega para repartirse el presupuesto. No hay suficientes liberales para ganar una elección, en cambio más de la mitad de la fuerza votante no quiere saber nada de partidos ni de sus líderes políticos.
La próxima jornada política no será una lucha electoral en sí misma, será un enfrentamiento popular contra el pacto Alemán-Ortega, causante de la situación totalitaria en que ha caído el país.
La juventud nicaragüense, una vez más, ha perdido la confianza en la política y los políticos y, como en anteriores situaciones, tiene una visión bien clara de lo que el país necesita para garantizar la democracia, la libertad y el desarrollo económico.
La última oportunidad de solución pacífica, la vivieron los jóvenes con el doctor Agüero. Las rancias familias liberales vieron con enojo y disgusto cómo sus vástagos se afiliaban al movimiento agüerista. El resultado fue una gran frustración.
Los jóvenes tomaron su propia decisión y la lucha contra la dictadura liberal somocista se convirtió en una “insurrección generacional”: jóvenes de todos los estratos sociales, profesionales, universitarios, estudiantes, trabajadores, campesinos todos con una sola voluntad que se levantó, luchó, sufrió y venció al somocismo.
Luego vino la frustración cuando Fidel Castro quiso hacer de Nicaragua un satélite de Cuba. Una vez más Nicaragua volvió a la guerra.
La juventud actual no muerde el anzuelo arnoldista de la unidad del liberalismo. Las nuevas generaciones —ante las pasadas frustraciones— buscan su propio espacio en la lucha por la libertad y contra la miseria, y ese espacio no existe en la mentalidad pactista del liberalismo y el orteguismo.
El autor es periodista
Ver en la versión impresa las páginas: 11 A