III ENTREGA
El cielo aún es azul nocturno. El bus que resopla a las cinco y siete de la madrugada es el próximo que sale del camino de tierra, donde queda la terminal de la ruta 163 en Sabana Grande, al extremo este de Managua. Este vehículo que maneja Pedro López, conocido como “El Chino”, es el tercero de la ruta en esta mañana que aún no entibia. A esta hora, al filo de las cinco, cuando la capital deja de ser lentamente esa cama colectiva en la que duerme casi un millón y medio de almas, salen buses desde otros puntos extremos de la ciudad: la 165, del asentamiento Naciones Unidas, la mancha de casas que son del tamaño de una habitación de las casas de su vecina, Las Colinas; la 262, que sale de Los Vanegas, una zona semirrural adelante de Las Jagüitas, donde brotan algunas urbanizaciones; o la 104, que parte del barrio Hialeah y que en el primer tramo de su largo recorrido —que cierra en el Mercado de Mayoreo— avanza por una trocha que acaba en la Suburbana, desde donde se mira imponente el lago y la península de Chiltepe. En ese momento la 266 irá levantando gente en la Carretera Norte, que sale de una costilla norte del Mercado Oriental, y en sentido contrario vendrá la 117, desde lo hondo de las Américas 2, recogiendo universitarios que se bajan en la UNAN y señoras que trabajan como domésticas en casas de Villa Fontana.
Las 34 rutas (cerca de 850 buses) que a lo largo del día tropiezan y compiten por las calles de la capital, abarcan largos recorridos, algunos de hasta 24 kilómetros, y de 48 kilómetros la vuelta entera, que se hace en dos horas y media, a veces tres, dependiendo del tráfico. La mayoría de las rutas de la capital madrugan tanto como los jubilados que salen a caminar por la rotonda de La Virgen.
Miguel Álvarez, presidente de la cooperativa Colón y de Urecotrain, dice que, por un recorrido menor, buses que vienen de Tipitapa cobran ocho córdobas.
LIMPIEZA MADRUGA
Al interior de este bus, una vieja máquina automática de transporte para escolares gringos que vive tiempo extra, Pedro “El Chino” huele a recién bañado. Se empotra en el asiento del chofer, de donde no se apea en la próxima hora y 16 minutos, o lo que es lo mismo: en el trayecto de 17 kilómetros que hace hasta el Mercado Oriental, donde acaba el recorrido de la ruta 163.
—Rrrrrrnq, rrrrrnq —ronca el motor del bus como una suerte de bocina.
En el bus hay otros dos personajes: el propietario, que llega a chequear la salida en orden y que aporta algo de la historia del “El Chino”: “está aquí desde chavalo”, siguió el mismo trayecto de otros conductores, que primero fueron ayudantes y cobradores, una figura que se extinguió con la instalación de las barras electrónicas hace dos años.
El tercer hombre es el ayudante, que básicamente se encarga de limpiar el bus cada vez que éste vuelve. “Estos buses se limpian en cada vuelta”, dice el dueño, en defensa de un tema que los usuarios siempre le recriminan al servicio: la falta de aseo.
DEL BUENOS DÍAS AL PUTEO
“Buenos días”, dice el primer pasajero de esta 163. “Buenos días”, responde a coro el trío del bus. Después de subir en distintas rutas a primeras horas del día, no se puede negar que la amabilidad y el aseo madrugan, pero se ahogan en el transcurso de la jornada. El servicio llega a ser tosco y violento. Hay buseros y pasajeros que se insultan y se agarran, como ocurre en un bus de la ruta 165 una tarde de mediados de mayo.
El busero desvía la ruta: en lugar de meterse a la Máximo Jerez, hace el recorrido por la rotonda Cristo Rey hacia la calle de Altamira. Ninguno de los pasajeros sabe que hay una zanja por una de las calles donde debía pasar. Zanjas y baches son parte de la cotidianidad de las calles capitalinas. Un reporte de LA PRENSA reveló que de los 310 kilómetros adoquinados de la ciudad, 180 están en mal estado. Eso lo sabe bien este busero, quien cuando sale del asentamiento Naciones Unidas atraviesa un par de lagunas. Ahora, sin avisar, cambió de calle. Un pasajero que había previsto bajarse en el sector de la Máximo Jerez grita desde el fondo del bus. Reclama. Insulta. “Imbécil, hijueputa, ¿por qué te venís por aquí? (…), parate, parate, que voy a bajarme”. El busero no contesta. El pasajero repite la oración varias veces y se planta en la puerta de la entrada. El busero, que sigue sin contestar, esquiva carros y busca la orilla de una calle para librarse del pasajero. Otro hombre de pelo canoso, de mechas largas y camisa blanquísima, conocido como el Jesús de los pobres, se pega al usuario furioso, le dice “bajémonos hermano”, y se lanza de primero apenas el bus se detiene. Detrás sale el pasajero bravo que remata su bajada con un “imbécil, idiota que no avisás”. Carlos Guerrero, quien es topógrafo y ha trabajado como técnico para el Ministerio de Transporte (MTI), es el chofer de esta 165. Él ignora que una periodista iba en el bus. Dice que no le contestó al pasajero “porque para qué… a veces uno anda así sofocado y tenía razón el pasajero, yo me desvié porque había una zanja y ahí nos hubiéramos pegado”.
MANAGUA SE ENSANCHA
Marina Gutiérrez dice que ella nunca ha tenido problemas con los choferes, aunque a veces arrancan antes que ella acabe de poner los pies en el asfalto, entonces le toca apresurarse y saltar, cuenta mientras el bus, la 163, avanza por uno de los dobleces de Sabana Grande, donde aún se ven luces prendidas y ya hay señoras barriendo sus solares, abanicadas con ese olor dulzón que desprende la leña quemada. Sabana Grande parece un pueblito apacible, solitario, que por estrechez de la ciudad se ha ido adhiriendo a ella. Aunque carece de vías, Managua ha ido creciendo en las últimas tres décadas hacia el sector este y sureste.
Roberto Sánchez, historiador de la capital, recuerda que hace 50 años el asfalto por el lado de “arriba” llegaba hasta la zona de Ciudad Jardín.
Entonces Managua era muy pequeña, las rutas eran escasas y la gente se movía a pie hasta el centro de la capital que se destruyó con el terremoto del 72. A partir de ahí la ciudad perdió el rumbo y empezó a crecer a su antojo, en “bolsas”, dice Dionisio Marenco, ex alcalde de Managua, y es así como funciona el sistema de transporte de la capital que se diseñó en los años ochenta, cuando se creó la Empresa Nacional de Buses (Enabus), con 18 buses marca Pegasso que donó España. Al final de la década el plantel contaría con 450 buses y una docena de rutas que serían repartidas entre las cooperativas de transporte creadas durante la “piñata sandinista”, tras la derrota electoral del FSLN en 1990.
Las bolsas de las que habla el ex alcalde, de acuerdo a los recorridos de los buses, se pueden ubicar en cinco sectores: el sector de arriba, compuesto por Los Laureles, Villa Libertad y Sabana Grande; el sector norte, que lo constituyen La Subasta, Zona Franca, Unidad de Propósito, Las Américas y Las Mercedes; el sector oeste, constituido por el Reparto Schick, Las Jagüitas y Los Vanegas; el sector suroeste: Camilo Ortega, San Judas y San Isidro; el sector de abajo, que son Linda Vista, Batahola, La Refinería, Santa Ana, donde terminan rutas como la 114, 116, 102 y 101.
TRANSBORDAR, PAGAR MÁS
Marina Gutiérrez, de 62 años, va al reparto Lomas del Valle. Allí trabaja como doméstica para la “familia Martínez… los mismos con los que he trabajado por 13 años”, dice.
Sin embargo, la 163 no la acerca hasta el hogar donde trabaja. Para llegar hasta la casa de los Martínez tiene que transbordar en el Mercado Roberto Huembes, una de las paradas más transitadas de la ciudad a cualquier hora del día.
“Agarro uno de los que van para Masaya, que me deja como a seis cuadras”. El cambio de buses le cuesta diario 13 córdobas. Si el pasaje subiera, como pretenden los transportistas, sería un golpe económico para esta mujer que gana 2,200 córdobas al mes.
Pelo mojado, agarrado en una cola, olorosa a colonia. Un leve color rosa en los labios, ojeras con arrugas. Marina dice que hoy va más temprano que otras veces porque quiere salir antes. “Tengo a mi papa en el hospital y quiero ir a verlo”, dice la mujer, sentada en la primera banca de este viejo bus automático.
LOS RECORRIDOS PROLONGADOS
Con los años, y con la inserción de nuevas rutas, muchos buses prolongaron sus trayectos hacia otros barrios de la capital. Lo hicieron para enfrentar la competencia y sumar pasajeros, como la 109, que hasta hace una década moría en el Parque Central. Ahora llega hasta la Refinería. O la 112, que desde hace un tiempo va hasta El Zumen; antes se quedaba en el sector de abajo.
La 167 extendió su recorrido por los dos lados. Son los únicos que entran al Arnoldo Alemán y, en lugar de parar en el Oriental, siguen de frente hasta el Mercado Israel; o la MR-4, que pasó del Huembes, después a Villa Progreso, y ahora finaliza en el barrio Santa Rosa.
Entre los planes del Irtramma (Instituto Regulador del Transporte Municipal de Managua) está el ordenamiento de las 34 rutas de la capital. Francisco Alvarado, director de esa instancia, dice que hace falta ordenar el TUC (transporte urbano colectivo) de la capital. Se prevé que después de la renovación de la flota se reordenen los recorridos, sin embargo, ¿en qué sentido? ¿Para cuándo será eso? ¿Qué pasará con las rutas? ¿Se crearán nuevos recorridos? Nada de eso fue posible saber porque Alvarado, tras más de un mes de espera, se abstuvo de hablar sobre estos temas con LA PRENSA.
TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN AL ORIENTAL
“¡Oriental, Oriental!”, grita un “pesero”, como les dicen a los voceadores de rutas que permanecen en las paradas y que se paran en las puertas de los buses a anunciar los recorridos. “El Chino” recoge poca gente en el Huembes. “Dame el Hoy”, le dice “El Chino” a un voceador de periódicos. Lo hojea y continúa el viaje hacia el mercado más grande de la capital, hacia el monstruo. Es difícil saber cuánta gente va en bus al Oriental, pero es probable que la gran mayoría de las 100,000 personas que visitan cada día ese mercado llegue de esa forma. De las 34 rutas de la capital, por lo menos 22 se meten y rodean el populoso mercado, que se ha tragado barrios enteros, como el 19 de Julio y Ciudad Jardín.
El hormigueo comienza desde temprano, desde oscuro que empiezan a llegar camionetas de poblados cercanos como La Concha y Ticuantepe.
El Gancho de Caminos, la parada situada a un costado de la Estación Cuatro de Policía, es el epicentro de gente y de vehículos. “¡Agüelada, agüelada!”, grita desde la acera un vendedor a las siete y media de la mañana.
A dos metros su voz no se oye más. Se diluye en los chillidos de otros vendedores y en el ruido de motores y cláxones de buses y taxis que se anuncian con desesperación. Un bus de la ruta 111 se para a mitad de la calle para subir a un par de mujeres que le alzan la mano. Detrás, una 168 lo imita, mientras lo aventaja una 154 y se le interpone un microbús de esos que vienen de Carazo y abrieron un hangar al lado de la gasolinera Shell. Estas situaciones suceden aun con policías de tránsito enfrente. La pelea también es con taxis y buses de las rutas que vienen de Ciudad Sandino.
Huele a basura mojada y acumulada en la madrugada. “Es estresante esta pasada”, reconoce “El Chino”, quien antes de pasar por El Gancho dejó atrás una montaña de basura que diario amanece en una esquina de la Estación Cuatro. “Ya en la próxima vuelta han limpiado”, dice. Pero también es estresante cuando pasa por El Gancho, donde el semáforo no funciona desde hace seis meses. “¿Y para qué?”, pregunta “El Chino”, si los vendedores con parasoles están cada vez más adentro del asfalto. El mercado se ensancha cada día unos milímetros, transformando en un vía crucis la pasada de los automotores. Al menos cuatro veces al día, “El Chino” pasa por ahí. Con pasajeros distintos. A veces, asoleado, se pelea con algunos vendedores que trancan la pasada con sus canastos. A veces, como este mañana en que regresa a Sabana Grande, el paso todavía es tranquilo.
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