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Arquímedes González

Un jaguar llamado Salman Rushdie

Una iglesia. Un día nuboso, frío, ventoso. Afuera, cuatro policías. Adentro un grupo de cinco guardaespaldas en la entrada del local verificando la autenticidad de las invitaciones y documentos de identidad, otro equipo de seguridad vigilando cada esquina del local, además de dos guardaespaldas a los lados del podio. El motivo: Salman Rushdie, el escritor de Los versos satánicos y por quien aún pesa una sentencia de muerte.

El novelista Salman Rushdie fue invitado el 18 de junio pasado por la Universidad de Leiden, en Holanda, para dar una conferencia en la iglesia San Pedro, sobre el oficio de escribir y la libertad, un tema irónico si se veía las medidas de seguridad tomadas para resguardar su vida.

Desde 1989 Rushdie, quien visitó Nicaragua en 1986, vive en un estado de constante amenaza por grupos radicales musulmanes que ordenaron su eliminación física, tras la publicación de su controversial libro Los versos satánicos , debido a la supuesta falta de respeto contra la figura del profeta Mahoma.

Esto provocó que incluso en Irán se anunciara un edicto religioso conocido como Fatwa, que instaba a la eliminación física del escritor. La amenaza no sólo alcanzó Rushdie, sino aquellas editoriales que publicaran el libro y las consecuencias no se hicieron esperar. En diferentes países fallecieron desde traductores del escrito, hasta el dueño de una editorial noruega. Poco después se estableció una recompensa de tres millones de dólares por la cabeza de Rushdie y en 1997, el monto fue doblado.

Por fortuna, a pesar de estas medidas contra el escritor, aún sigue con vida y presentando tanto sus escritos, como sus reflexiones sobre el difícil oficio de escribir, que desde Los versos satánicos , descubrió que está muy ligado también a la libertad.

Al escucharlo hablar, recordé aquellos trágicos casos del poeta español Federico García Lorca, muerto en 1936 tras el levantamiento militar de la Guerra Civil Española; del escritor salvadoreño Roque Dalton, ejecutado en la década de los ochenta por sus mismos compañeros guerrilleros y de Roberto Saviano, un escritor italiano sentenciado por la mafia de su país tras publicar la novela Gomorra .

Sin embargo, a pesar de los ríos de odio que se han derramado por las calles contra Rushdie, su discurso no estuvo cargado de ninguna palabra contra aquéllos que han limitado su libertad. Cada palabra suya fue un llamado a construir una sociedad en la que la libertad de pensamiento y de opiniones, de crítica y debate sea la norma y no el control de un grupo político, religión o un Estado.

Mientras hablaba, recordé los pasajes de La sonrisa del Jaguar , un libro dedicado a la Nicaragua revolucionaria que el poeta descubrió a mediados de los años ochenta y que lo llevó al Caribe donde conoció la multiculturalidad de esos poblados ricos en lenguaje y pasado. En ese entonces, Rushdie formó parte del Comité Internacional de Solidaridad con Nicaragua y se opuso a la política norteamericana contra nuestro país.

El escritor que nació en Bombay, pero que se crió en Inglaterra, afirmó que muchos gobiernos, fanáticos religiosos y grupos políticos odian a los escritores por mostrar una realidad y una agenda distinta a la conveniencia de los grupos de poder y que esta persecución se ve plasmada con la descalificación, procesamiento judicial o linchamiento público a los artistas.

Nada más horrible que callar una voz. Nada más terrible que utilizar a jueces para condenar a quienes denuncian los abusos de un sistema antidemocrático. Mientras Rushdie hablaba, sólo me pregunté qué diría si hoy visitara nuevamente Nicaragua. De seguro la sonrisa del jaguar sería un rugido de disgusto.

El autor es periodista y escritor.

Opinión jaguar Salman Rushdie archivo
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