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José Esteban González Rappaccioli

Reflexiones de un creyente

Ante el impredecible y aún incon cluso desenvolvimiento de las relaciones entre el cardenal Miguel Obando Bravo y el comandante Daniel Ortega, cabe preguntarnos: ¿Estamos en presencia de la auténtica conversión de un pecador arrepentido que debemos admirar o ante un avance del poder de las tinieblas que nos debe hacer temblar? ¿Se trata de actos auténticamente religiosos o de etapas de un operativo político global en el que se juega el futuro de Nicaragua?

No nos engañemos, el capítulo actual no nació de un deseo sincero del comandante Daniel Ortega de acercarse a la Iglesia católica buscando reconciliación y perdón sino que forma parte de un plan diseñado por expertos extranjeros, para dividir a la Iglesia católica y convertir al cardenal Obando en pieza consciente o inconsciente de la estrategia orteguista de recuperación y perpetuación en el poder.

Todo comenzó con una campaña de descrédito y de chantaje del entorno orteguista, denunciando irregularidades del doctor Roberto Rivas Reyes quien, apoyado por el señor Cardenal, había ascendido —pasando por Coprosa y otros cargos de máxima confianza y tangencialmente lucrativos de la Arquidiócesis — hasta la presidencia del Consejo Supremo Electoral. Siguiendo consignas de sus máximos jefes, diputados y contralores sandinistas amenazaban con destituirlo para enjuiciarlo y encarcelarlo por presuntos actos de corrupción. Roberto Rivas salió del país, huyendo de cárcel y descrédito seguros.

En este contexto, tuvo lugar un encuentro sorpresivo entre Ortega y el cardenal Obando donde fue cuestión de una pretendida reconciliación. Pocos días después, la Contraloría archivaba de manera expedita la investigación sobre actuaciones irregulares del magistrado Rivas y abandonaba sus reclamos contra monseñor Montenegro, colaborador inmediato del Cardenal. Para los analistas perspicaces, la relación de causa a efecto resultaba evidente.

El 19 de julio de 2003, al término de la celebración roji-negra anual, monseñor Montenegro, quien había asistido en lugar destacado en la tribuna junto a los líderes y aliados del FSLN, intentó justificar su presencia con declaraciones calculadamente favorables a dicho partido. Paralelamente, se producía el regreso triunfal del ex presidente Alemán al Chile seguido de su nuevo encarcelamiento. Casi simultáneamente, hubo un ruido de negociación entre Ortega, Alemán y Bolaños en la que el propio Cardenal parece haber sido intermediario.

Pocos días antes de la concentración del 19 de julio de 2004, se reunió nuevamente Ortega con el Cardenal. El primero, pidió a Su Eminencia celebrar una misa por los caídos y, para halagarlo, propuso su candidatura a Premio Nobel de la Paz. El objetivo de Ortega no era honrar al Cardenal sino suscitar una opinión internacional favorable a su retorno al poder.

La misa del 19 de julio del 2004 resultó una extraña amalgama litúrgico-política en la que el hecho mediático central no fue la inmolación sacramental de Nuestro Señor Jesucristo sobre el altar sino Ortega y el cardenal Obando oficializando triunfalmente un pacto político en el recinto sagrado de la Catedral metropolitana. Ese mismo día, piadosas personas vieron claramente, con visión de fe, una ardorosa lágrima deslizarse por las mejillas laceradas de la Sangre de Cristo: una lágrima más que derramaba el Redentor del mundo por esta Nicaragua de sus dolores. Durante la misa, presenciamos atónitos al comandante Ortega proclamando la Sagrada Escritura, mientras Pablo de Tarso caía nuevamente de su caballo derribado por semejante atrevimiento.

Un año después, en similar ocasión, el comandante Ortega recibía con inusitado despliegue televisivo el Cuerpo Sacrosanto de Cristo de manos de Su Eminencia, no obstante la implacable advertencia de Pablo de Tarso: “¡Ay de aquél que coma el cuerpo del Señor y beba su sangre sin tener la conciencia limpia, porque come y bebe su propia condenación!” (1 Cor. 11, 29).

Todos sabemos que bajo el primer gobierno de Daniel Ortega Saavedra en los años ochenta se cometieron crímenes de lesa humanidad que son imprescriptibles y perseguibles de oficio en el mundo entero. Esto explica por qué Ortega se ha opuesto radicalmente a que Nicaragua ratifique el Estatuto de Roma, creador del Tribunal Penal Internacional (TPI), que lo expondría permanentemente a ser capturado en cualquier lugar del mundo, como le sucedió a Pinochet para júbilo y alivio del pueblo chileno.

Hoy, al presenciar las actuaciones y pronunciamientos de algunos clérigos del entorno cardenalicio en actos políticos propagandísticos del Gobierno sandinista, muchos creyentes nos sentimos traicionados, escandalizados y ofendidos… Mientras, hacia el Calvario sigue subiendo, descalzo, jadeante y ensangrentado ese Cristo perpetuo que es nuestro sufrido pueblo.

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