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Horacio Peña. LA PRENSA/MLG

Horacio Peña

Pasando por La Paz Centro,en una de las ventecitas de cerámica que están a la orilla de la carretera, he comprado a la mujer uno de sus ángeles cantores.

El ángel cantor de La Paz Centro

Pasando por La Paz Centro,

en una de las ventecitas de cerámica

que están a la orilla de la carretera,

he comprado a la mujer

uno de sus ángeles cantores.

—Realmente cantan— me dice.

La mujer tiene la piel

de un intenso color moreno.

Como la mía.

Veo a un ángel hecho de barro

por algún ceramista de La Paz Centro.

Ángel de un fresco color rosado y verde claro,

con sus manos amorosamente enlazadas.

Alas de un oro humilde

que ya se abren para subir al cielo

o alas en reposo como después de terminar el vuelo.

Ojos que ya miran lo que yo espero mirar un día.

Y su boca perfectamente redondeada.

Cantando

—No se va a arrepentir de comprarlo.

El ángel le hará siempre compañía—.

El ángel me ve, mientras canta.

Ve a un hombre ya viejo,

formado también del barro de la tierra

por ese otro alfarero.

Ve a un hombre de dolores

que va por este pueblecito que se llama La Paz Centro,

que se detiene en la calurosa mañana

para comprar a esta mujer

uno de sus ángeles cantores.

—Usted es de por aquí?—, me pregunta.

—Claro—, contesto.

—No sé, añade. Habla un poco diferente.

Su manera de tocar la cerámica, los ángeles.

Pero sí, definitivamente

yo creo que usted es de por estos lados—.

Lo he puesto en la mesita

que está en el centro de la sala

—en medio de fotos y recuerdos familiares—,

y todas las noches mientras subo a dormir,

y poco a poco se me van cerrando los ojos,

—que es una de las infinitas formas de morirse—,

lo oigo cantar.

O pienso que está cantando.

—Es muy caluroso aquí, en La Paz Centro—, digo.

—Siempre es así— me contesta la mujer.

Cuando bajo muy de mañana

para comenzar mi vida de todos los días:

—hacerme un poco de café, leer a ratos—,

antes de salir a la ciudad

que me espera llena de luces y de sombras,

su canto me sigue a todas partes.

O pienso que esta cantando.

—Los viajeros se detienen aquí en La Paz Centro

y compran alguna cerámica.

Usted se lleva uno de mis ángeles cantores—.

Lo tengo desde hace varios meses

y todavía no sé si realmente canta

o si solo canta dentro de ese sueño

que es el sueño de mi vida.

—El ángel no deja nunca de cantar,

me explica la mujer,

hasta que se muere su dueño—. Enero 2010

La Prensa Literaria

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