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Raúl Benoit

De las tinieblas al cielo

En un centro comercial de Miami no pude contener mi coraje al ver la foto de un “angelito” estampada en una camiseta. Dos turistas se la probaban, con una sonrisa entre alegre y cómplice, como fanáticos de Juanes o Shakira que hubiesen hallado una prenda inédita de su ídolo.

Mis ojos no lo podían creer, que uno de los criminales más infernales que ha parido mi tierra colombiana, Pablo Escobar, pudiera ser codiciado como un souvenir.

Días después un periodista me ofreció un compendio de fotos de edición limitada, impreso y firmado por el autor, el propio Escobar. Aunque eran imágenes de su vida íntima, al hojearlo, volvieron a mi mente los niños, mujeres y hombres, despedazados en las calles de Bogotá y Medellín, después de explotar las bombas que puso para intimidar a Colombia.

En esta época de apologías televisivas, donde las novelas encumbran a narcotraficantes y a las mujeres que los veneran, la familia de Escobar quiere sacar provecho y glorificarlo.

Me hierve la sangre al escuchar a Juan Pablo y Alba Marina, hijo y hermana del otrora “patrón”, cuando dicen que él tenía su corazoncito y en el fondo bondad.

No creo que Alba Marina haya sido tan inocente, porque ella admite en las páginas de un libro, que acaba de publicar, que fue compinche del patrón: “Pude haber hecho muchas cosas buenas pero me vi envuelta en una guerra sin sentido en la que perdí el norte”. Obvio que busca el perdón y pretende absolver a su hermano que hizo tanto daño al asesinar inocentes y atacar con terrorismo.

Igual de insolente Juan Pablo (hoy Sebastián Marroquín), quien dijo: “Mi padre se vería como un niño en pañales”, comparándolo con los narcos de hoy. ¿Acaso borró de su mente ese pasado siniestro? Ningún hijo debe cargar el peso de lo que hacen sus progenitores, pero en su caso, algunos lo recuerdan en su tierra siendo un joven sinvergüenza que se excedió contra amigos y enemigos, hechos que pretende tapar hoy.

La cocaína es un negocio maldito por la criminalidad que lo rodea y por el daño que hace a las familias que tienen en sus hogares a un adicto. Por más que el mafioso regale canchas deportivas, comida y casas a los pobres, la sombra tenebrosa de su origen no se borra.

Pablo mató sin piedad. Dejó viudas, huérfanos, minusválidos y convirtió a Colombia en paria ante el mundo. Es por hombres como él que somos señalados en los aeropuertos como peligrosos y las autoridades nos ven con desconfianza porque sospechan que narcotraficamos.

Comprobé su maldad en 1986. Me retuvo en su finca Nápoles para enviar amenazas a mi jefe Humberto Arbeláez, director del Noticiero Promec donde yo trabajaba, porque éste hacía editoriales denunciando a la mafia.

Lo único que falta es que en Medellín un antiguo peón de Escobar le haga una estatua con la leyenda “el buen patrón” o le pongan su nombre a una calle. Lo que estamos viendo en una descarada apología al delito.

Escobar, ahora convertido en angelito, sube de las tinieblas para iluminar con su fuego de maldad la mente de quienes llevan su sangre. Pareciera que un pacto maléfico estuviera en proceso para mudarlo del infierno al cielo.

 

El autor es periodista colombiano.

www.raulbenoit.com

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