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Primarias en crisis

El proyecto de elecciones primarias interpartidarias para escoger candidatos unitarios de la oposición, que serían postulados en las elecciones nacionales del próximo año —en el caso de que se lograran las garantías electorales que son indispensables—, está en crisis y a punto de fracasar.

No cabe ninguna duda de que las primarias constituyen un buen proyecto democrático, aunque no sean el único camino para alcanzar la unidad opositora. A la unidad de la oposición también se podría acceder por medio de una candidatura presidencial de consenso, como la de don Fabio Gadea Mantilla o de cualquier otra persona, hombre o mujer, que reúna las mismas o mejores condiciones y cualidades.

En Estados Unidos y Honduras, para citar dos ejemplos de países muy conocidos, el mecanismo de las elecciones primarias funciona regularmente y su eficacia ha sido plenamente comprobada. Hace sólo algunos días, exactamente el 24 de agosto recién pasado, en cinco estados de Estados Unidos se realizaron las elecciones primarias para escoger los candidatos del Partido Republicano que competirán con los del oficialista Partido Demócrata en las elecciones parlamentarias del 2 de noviembre de este año, a fin de renovar la Cámara de Representantes y una tercera parte del Senado. Aquel día, los simpatizantes republicanos en los estados de Arizona, Vermont, Alaska, Oklahoma y Florida escogieron en primarias a los candidatos de su partido. La misma operación política se debe realizar en todos los demás estados de Estados Unidos, donde las elecciones primarias son un ritual democrático desde que en 1899 se celebró la primera primaria estatal, en el estado de Minnesota.

En Honduras, que es un caso mucho más cercano a Nicaragua las primarias están incluso constitucionalizadas, de manera que son organizadas por el Tribunal Supremo Electoral con el mismo rigor con que organiza las elecciones generales. Al respecto se puede mencionar que antes de los comicios nacionales del año pasado, en los que el pueblo hondureño eligió a sus actuales autoridades ejecutivas, parlamentarias y municipales, se realizaron las correspondientes primarias en las que se postularon 14,270 personas, resultando elegidos los casi 3 mil candidatos que compitieron en las elecciones generales del 29 de noviembre de 2009.

Cabe preguntarse que si en Honduras el mecanismo de las elecciones primarias funciona de manera normal y efectiva, ¿por qué no puede funcionar en Nicaragua siendo que ambos países tienen en términos generales la misma historia, un nivel de desarrollo básicamente igual y una cultura política muy parecida?

Seguramente que en la respuesta a este interrogante se pueden encontrar diversas causas que podríamos llamar objetivas, como por ejemplo la falta de experiencia, la escasez de recursos para organizar las primarias, la ausencia de mecanismos institucionales que faciliten su realización, etc. Sin embargo, lo que determina principalmente la imposibilidad o la extrema dificultad para que haya en Nicaragua elecciones primarias, es el factor subjetivo, concretamente: la falta de voluntad, de confianza y sobre todo de honestidad entre los políticos nicaragüenses, esto último dicho en términos generales porque sin duda que hay también políticos responsables, honestos y confiables.

Precisamente por la desconfianza mutua de los políticos fue que pidieron a la Comisión Permanente de Derechos Humanos (CPDH) —una organización cívica ajena a la política partidista— que se encargara de organizar las primarias. En realidad, si las elecciones primarias son de y para los partidos políticos, deberían ser ellos mismos los que las organicen, ya que en Nicaragua esto no le corresponde al Estado, como en Honduras. Sin embargo, por las razones antes señaladas es prácticamente imposible que los políticos nicaragüenses se pongan de acuerdo en la organización de las primarias interpartidarias.

Ahora bien, la incertidumbre y la amenaza de fracaso que pende sobre las primarias interpartidarias no se deben a la limitación programática de la CPDH, ni a la falta de experiencia, recursos económicos e infraestructura, sino más bien a la insalvable desconfianza mutua entre los dirigentes políticos.

De todas maneras, aunque sería lamentable que las elecciones primarias interpartidarias se frustraran, esto no se debería ver como un fracaso de los esfuerzos para lograr la unidad total o mayoritaria de la oposición. La unidad democrática nacional es absolutamente indispensable para derrotar a la nueva dictadura de Daniel Ortega, y la verdad es que, ya sea por designio de la providencia o por la fuerza ineludible de la historia —que en medio de sus altibajos y retrocesos se mueve siempre hacia la libertad, no a la servidumbre—, el pueblo y la oposición de Nicaragua tendrán que unirse tarde o temprano, como lo hicieron en 1856, en 1946 y en 1989. Ya lo veremos.

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