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Myrna Dávila Castellón

¡La paz……la paz… ansia universal!

La paz es el sosiego del alma, la tranquilidad del corazón, la armonía y el orden de las cosas dentro de nosotros mismos.

Muchas personas ansían la paz, pero sin poner nada de su parte; creen que es una lluvia caída del cielo o algún privilegio de algunos que tienen la suerte de poseerla; ignoran que la paz debemos sembrarla todos dentro del campo donde estamos llamados a fructificar. Benito Juárez, gobernante mexicano, sintetizó el concepto y el origen de la paz, con estas sencillas pero sabias palabras: “El respeto al derecho ajeno es la paz”. Nada más cierto.

Cuántas veces desde niños atropellamos el derecho ajeno arrebatando a otro niño su juguete, provocando al instante una guerra y violencia en el agredido. Vivimos anhelando paz sin percatarnos de que quizá somos los responsables de la discordia, comenzando en el hogar. El marido borracho que causa escándalos es precisamente el portador de la violencia entre él y su cónyuge; el hombre inmaduro que se niega a sustentar a su esposa e hijos es también causante de la discordia; la mujer que mantiene su casa “patas arriba” es igualmente el motivo del sinsabor y malestar en su hogar. Cuando contraemos una deuda y no la pagamos, asimismo estamos provocando la guerra en la persona que con tan buena voluntad nos prestó el dinero cuando más lo necesitábamos.

En cualquiera de los casos, el que ha incitado a la violencia lo primero que tiene que hacer es reconocer su falta, a fin de que la paz sea restaurada. Pero hay personas que lejos de admitir con humildad su error, se irritan arremetiendo con furia contra el que les reclama justamente, llegando a veces a sucesos fatídicos como son las riñas sangrientas y hasta mortales. En muchas ocasiones ha ocurrido algo similar, cuando un vecino escucha radio o televisión a altas horas de la noche y al máximo volumen, sin importarle absolutamente el perjuicio que está causando al vecindario. Asimismo la mujer que echa basura en la casa de su vecino; el automovilista que sobrepasa al otro; la joven que le quita el novio a su amiga. Éstos y otros atropellos son los causantes de romper la paz en la sociedad en que vivimos.

La paz no es la ausencia de la guerra; todo lo contrario, pues es Jesús quien dijo: “No he venido a traer la paz, sino la guerra…” y como complemento a esto, añadió en otra ocasión: “El Reino de los Cielos padece violencia y sólo los esforzados los arrebatan…” significando con ello que para obtener la paz (la interior, la del corazón, la de la conciencia individual), tenemos que provocar la guerra, no al vecino, ni a la esposa, ni al marido ni al compañero de trabajo, sino a nosotros mismos mediante la extirpación de nuestros pecados, de nuestros errores y la consecución de la virtud.

Y para cerrar con broche de oro, nos dirá Jesús: “Mi paz os dejo, mi paz os doy; no como la da el mundo…” Es la paz de Cristo la que precisamente estriba en la felicidad permanente del corazón, por nuestra adhesión a Él a través del cumplimiento de nuestro deber cotidiano, de nuestros compromisos contraídos, lo que nos traerá la paz interior, lo cual nos impedirá —como consecuencia lógica— hacer la guerra a los demás.

Ahora cabe preguntar: ¿Qué estamos haciendo por la paz?

Comencemos por inculcar a nuestros hijos el respeto a los demás y a sus derechos. Antes a los niños se les enseñaba a respetar a sus padres, maestros y personas mayores; ahora hay que educarlos también en el respeto a sus iguales; que el niño respete al niño, el discípulo a su condiscípulo, el esposo a su esposa y viceversa, e incluso no solamente los hijos a sus padres, sino que se requiere que también los padres respeten a sus hijos.

Si vemos en Nicaragua tantas injusticias sociales es porque hemos perdido el sentido del deber y la consideración a los demás. Actualmente estamos viviendo conflictos políticos porque unos cuantos quieren acaparar todo, irrespetando el legítimo derecho de los otros. De aquí nacen los fraudes electorales, los megasalarios, la riqueza ilícita adquirida a la sombra del poder…

Urge educarnos y educar con visión futura para la paz.

 

La autora es Secretaria Ejecutiva

[email protected]

 

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