Y Además
U na lectora que solicita omitir su nombre me ha pedido —a propósito de la columna anterior titulada Una boda en Troya, que fue publicada el viernes 10 de septiembre corriente— que escriba algo sobre las bodas griegas.
Respecto a las bodas mitológicas, a mi juicio la más hermosa de todas es la de Hera con Zeus, quienes eran los principales entre los dioses del Olimpo .
La boda de Zeus y Hera —quienes además eran hermanos— se celebró en la cumbre del monte sagrado Ida, en Frigia y todos los dioses asistieron llevando cada uno valiosos regalos a los contrayentes. El más deslumbrante de esos obsequios fue la maravillosa manzana de oro que Gea regaló a Hera, la que ésta sembró en el Jardín de las Hespérides y de allí nacieron los fabulosos manzanos de oro.
Al terminar la fiesta Zeus y Hera pasaron su primera noche de bodas, la cual duró trescientos años. Después Hera fue a bañarse en la fuente de Canatos, en Nauplia, y recuperó su virginidad.
Pero ésa fue una boda de dioses. Las bodas de los mortales duraban tres días. El primer día la celebración transcurría en casa de la novia, mientras ésta realizaba sus preparativos personales. En el segundo día se celebraba una gran fiesta, a cargo del novio pero en casa de la novia, y al caer la noche ésta iba en procesión a la casa del novio, donde se consumaba el matrimonio. En el tercer día se hacían los sacrificios y ofrendas a los dioses, mientras los familiares e invitados entregaban sus obsequios a los contrayentes.
El casamiento propiamente dicho se celebraba el primer día, que comenzaba con la novia yendo a un río o fuente sagrada para bañarse y purificarse. Pero también podía bañarse en su casa, siempre y cuando fuese con agua de un lugar sagrado llevada por un adolescente que no fuera de la familia sino de la vecindad.
Durante el baño se simulaba una violación sexual, que significaba la purificación de la novia después de su primera menstruación y la petición de fertilidad a los dioses. Después la novia hacía un sacrificio a Afrodita, diosa del amor, y le ofrecía mechones de sus cabellos, lo cual significaba la despedida de la soltería y la sumisión al marido. Además, la novia ofrendaba su cinturón, que significaba la resignación de la virginidad.
En el segundo día se celebraba el banquete, en casa de la novia. Alrededor de una gran mesa se sentaban la novia y las mujeres de su familia y sus amigas, mientras que en la otra se juntaba el novio con sus familiares varones y sus amigos. Durante el banquete, un niño cuyos padres tenían que estar vivos repartía panes y rosquillas entre los comensales.
Después de la comida el novio quitaba a la novia el velo que le cubría el rostro y la besaba, y a continuación se hacían otros sacrificios. Finalmente la novia desfilaba por la ciudad montada en un carro y se dirigía a casa del novio. Detrás de ella, a pie, portando antorchas y cantando himeneos (himnos nupciales dedicados a Himeneo, el dios de la consumación del matrimonio), iba su madre acompañada por las mujeres que habían participado en el banquete de boda.
Al llegar a casa del novio quemaban el eje del carro que había transportado a la novia, para que la nueva esposa nunca quisiera abandonar la casa del marido, y en la puerta era recibida por su suegra con una antorcha en la mano. De esa manera la novia quedaba integrada definitivamente a la casa de su marido.
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